Mi maldad fue penetrada,
como un filo afilado que rompe el hierro.
La oscuridad iluminada,
como una estrella solitaria en la noche más profunda.
La soledad fue quebrada,
como un cristal que se deshace en el aire.
¿El bien venciendo al mal?
No, no es eso.
Es tu presencia rompiendo mis barreras,
un toque suave que derrumba fortalezas.
No hay lucha entre luces y sombras,
solo el poder de tu voz que calma mis tormentas.
Encontrar la llave del corazón encadenado,
una llave que no sabía que existía,
y con ella, liberar todo lo que guardaba,
lo que estaba preso por miedos y dudas.
Quitar el cierre que lo aprisiona,
y dejar que fluya lo que antes temía ver.
Ser libre para ver el mundo
con unos ojos diferentes a los anteriores,
ojos que ahora descubren matices,
y no solo sombras.
El horizonte se vuelve claro,
y el aire, aunque cargado de incertidumbre,
es más dulce al respirarlo.
Ya no veo todo color negro,
como antes, sumida en la niebla.
Todo cambió al rojo,
un rojo profundo, vibrante,
el color de la pasión,
del fuego que consume y renueva.
Del peligro de enamorarte,
al poder de entregarse sin miedo,
pero al final,
quedo encarcelada de nuevo,
por las cadenas invisibles del deseo.
Y aunque me temo,
sé que, en este cautiverio,
encontré una libertad que no conocía.