Ecos Del Miedo

El Hombre del Cuarto 304

Parte 3: El Turno Eterno

La puerta se cerró tras Mateo con un clic definitivo, como si sellara más que una habitación. Como si sellara su destino.

Intentó abrirla. Nada.
La manija no se movía.
Estaba atrapado.

El televisor seguía encendido. Su imagen seguía allí, distorsionada. Pero ahora... parpadeaba a destiempo. Mateo miraba directo al monitor, pero el reflejo en la pantalla movía la cabeza, sonreía... lo observaba.

—No puede ser real —susurró—. Esto no está pasando. Debo estar soñando. Tengo que despertar.

Se abofeteó. Se mordió la lengua hasta sangrar.
El sabor metálico no se desvaneció.
No era un sueño.

***

La habitación 304 estaba llena de cosas que no deberían estar allí. Al abrir el cajón de la mesita de noche, encontró una libreta con notas escritas en diferentes caligrafías.
Todas decían lo mismo:

  • “Soy Gabriel Rivas y no soy el primero.”

  • “Me llamo César, llevo 8 noches aquí y empiezo a olvidar mi voz.”

  • “No abras el armario.”

  • “El espejo no muestra lo que ves, sino lo que serás.”

  • “Mateo, corre mientras puedas.”

  • “Mateo, ya no puedes.”

Su corazón martilleaba.
Las paredes crujieron como si respiraran.
El espejo en la pared reflejaba una versión más pálida y vacía de sí mismo.
Ojos sin luz. Una sonrisa estática.

***

De pronto, el teléfono del buró sonó. Un sonido antiguo, chirriante, distorsionado.
Mateo lo tomó con manos temblorosas.

—¿Hola?

Una voz ronca, podrida, respondió:

—Turno aceptado. Bienvenido al ciclo. Registra a los siguientes, uno por uno. Mantén la cara. El sistema necesita orden.

—¿Qué...? ¿Quién habla?

—Tú.

Y colgó.

***

La habitación comenzó a cambiar.

Los muebles se movían solos.
La lámpara parpadeaba con intensidad imposible.
Las paredes se llenaban de fotografías de rostros idénticos al suyo, alineados como fichas. Algunos lloraban. Otros gritaban. Algunos reían como locos.

Una puerta que no estaba antes apareció en el baño.
Oscura. Antinatural.
Un número grabado: 305
Debajo, una frase:
“Cuando dejes de recordar tu nombre, podrás salir.”

***

Mateo empezó a olvidar cosas.

Primero, el nombre de su madre.
Después, el de su primer amigo.
Una noche más tarde, olvidó el rostro de su propio padre.
Días pasaban, aunque el reloj siempre marcaba 2:47 a.m.

***

Un día —o noche, o instante, porque el tiempo se había vuelto una masa gelatinosa— Mateo se miró en el espejo y no supo quién era.

Solo sabía que esperaba a alguien.
Que debía registrarlo.
Que debía entregarle la llave de la 304.

Y a las 2:47, alguien entró por la puerta.

Era joven. Cansado.
Tembloroso.

Mateo lo recibió con una sonrisa hueca.
—Buenas noches. ¿Una habitación?

El joven asintió.
Mateo le entregó la llave.
—304 —murmuró.

El joven la tomó.
—Perfecto. Siempre me toca esa.

Y Mateo sintió un escalofrío de déjà vu que no comprendió.

Porque ya no recordaba por qué temía esa habitación.
Ya no recordaba su nombre.

Solo sabía que era su turno.



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En el texto hay: terror, terror psicolgico, relatos corto

Editado: 12.07.2025

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