La Marioneta que Respira

Parte 1: La Herencia de Madera

Después del funeral de su tía abuela, Isela se trasladó al pequeño pueblo de San Hilario para encargarse de una vieja casa que había heredado. Nunca la conoció bien. Apenas la recordaba: una mujer con la espalda encorvada, ojos hundidos y manos huesudas, que vivía rodeada de muñecas antiguas y cortinas pesadas.

La casa era un museo de lo extraño.

En el salón principal, descansaba un mueble de cristal con marionetas de madera, cada una más siniestra que la anterior. Algunas parecían estar gritando, otras llorando. Tenían ojos de vidrio reales… que brillaban al reflejar la luz de la lámpara.

Pero había una que estaba separada de las demás, sentada en una silla pequeña, como si fuese una figura importante.

Tenía el cabello negro, peinado en dos trenzas, y un vestido azul raído.
Sus ojos eran de un color gris perla, y su boca estaba ligeramente abierta, mostrando lo que parecían dientes humanos diminutos.

Un cartel debajo de la silla decía:
"Lía. No mover."

Isela rio nerviosa.
—Qué dramática eras, tía.

***

Esa noche, los sonidos comenzaron.

El crujir del piso en el pasillo.
El golpe sordo de algo que caía.
El sonido rítmico de… ¿cuerda moviéndose?

Isela bajó con una linterna.
Todo parecía igual.

Pero la marioneta Lía ya no estaba en su silla.
Estaba en el suelo, de cara al techo, los brazos levantados como si pidiera que la alzaran.

—Se habrá caído —murmuró, aunque el tono era más para convencerse que por certeza.

La colocó de nuevo en la silla.

***

A las 3:12 a.m., Isela despertó sin razón aparente.
El cuarto estaba helado.
Sintió que algo la miraba desde la puerta.

No había nadie.

Hasta que miró al suelo…
Y vio huellas pequeñas. De pies de madera.

Llevaban desde su cama hasta el pasillo.