Parte 4: La Voz en el Techo
Isela decidió quemar la marioneta.
La llevó al patio trasero. Vertió gasolina.
Pero antes de encender el fósforo, la marioneta giró la cabeza.
—¿Por qué me vas a hacer eso, Isela?
La voz era la suya.
Su propia voz.
Surgida de una boca de dientes diminutos.
—Tú eras la elegida —continuó la marioneta—. La tía no pudo terminar la danza. Pero tú sí puedes.
Y luego, sonrió.
Las cuerdas invisibles descendieron desde los árboles. Se le enredaron en el cuello, en los tobillos, en la columna.
Isela gritó, pero no había nadie.
La marioneta se levantó por sí sola. Caminó hasta el porche.
La casa la esperaba.