CUESTIONADO SU SOLTERIA POR UN NIÑO
CAPITULO 2
Cuando el carruaje llegó a su destino, en una de las zonas más exclusivas de la capital británica, en South Kensington..., el señor Darrell precipitó sus pasos hacía a su amplia habitación, empezando por sacar suficiente ropa de su amplio closet, acomodándolo en un par de maletas de cuero colocadas sobre la inmensa cama con corcel.
Dos de sus atentos sirvientes: Ronan y Nora, una pareja bastante joven..., habían entrado para ayudarlo con las pesadas maletas y subirlo de inmediato al carruaje negro.
En aquella majestuosa casa, vivía un pequeño de nombre Kevin; apenas de escasos seis años, quien era hijo único de Nora, la joven sirvienta. El curioso niño había entrado a la habitación del señor Darrell con la cabeza bien alta y con la espalda recta; y examinó con interés desmedido lo que hacía el señor de la casa. El hombre metía en una maleta chica: una botella de vino tinto, una copa metálica cubierta de oro, y una caja fina de plata con cigarros, así como un libro; y finalmente lo cerró. Entonces el niño adelantó unos pasos hacia a él, estirando su delgado brazo para sujetar con su mano la maleta de cuero.
—Señor Darrell, será un honor poder ayudarle con la maleta. Es chica; no tiene mucho peso; creo que podré con ella. Cuando sea grande quiero ser como mi padre, un buen mayordomo; puedo empezar aprender desde ahora. No lo defraudaré.
El señor Darrell, con delicadeza, apartó del niño la maleta, algo sorprendido.
—¿Eso crees tú? ¿Qué serás un buen sirviente que trabaje para mí cuando sea un anciano? —le dijo él al mirarlo fijamente.
—Creceré muy rápido, señor Darrell, antes que usted sea mucho más viejo que ahora.
—¿Tan viejo te parezco? —dijo, y pausó—. ¿Sabes lo que creo? Creo que eres muy inteligente; sin duda serás más que un simple sirviente. Pues mereces una carrera importante para ser grande como yo..., así podrás ganar más dinero que un trabajo pesado de cual no te dará mucho.
El niño abrió mucho sus ojos traslúcidos; el señor de la casa adelantó unos pasos para tomar su bastón.
—¿De verdad lo cree, señor Darrell? Eso sería mucho mejor, porque podría viajar por el mundo igual que usted, ¿cierto? —dijo animadamente el atrevido niño, siguiéndole.
—Ya verás que sí —le dijo el señor Darrell.
—¿Y a dónde va con tanta prisa? —le preguntó el curioso niño cuando el señor Darrell cruzó la puerta de su amplia habitación.
—A la casa de campo donde viven mis padres, cerca de Oxford —respondió él al mirarle por un instante.
—¿Cuándo regresará? —preguntó Kevin al seguirle por el amplio pasillo.
—Aún no lo sé. Pero tan pronto atienda un asunto urgente de familia, regresaré. Cuida muy bien de esta casa junto a tus padres, y diviértete con mucho cuidado.
—Lo haré señor Darrell.
—Entonces me despido, pronto regresaré —le dijo el señor de la casa al detenerse al borde de las escaleras para mirarlo con atención; y le puso su mano sobre la cabeza del niño en un gesto de cariño.
—Buen viaje, señor Darrell.
Cuando el señor Darrell bajo varios escaños, oyó decir al niño que estaba al borde de las escaleras:
—¿Será posible que regrese con una novia? Eso sería genial para usted, ¿no lo cree?
—¿Qué cosa has dicho? —dijo el señor Darrell al detener sus pasos cuando giró su rostro para ver al pequeño que lo observaba atentamente; estaba algo sorprendido por aquella pregunta inusual en un niño con temprana edad.
El muchachito prosiguió diciendo sin la delicadeza de un adulto:
—Se está haciendo más viejo cada vez; día tras día. ¿No acostumbra usted a verse en el espejo para darse cuenta de eso? Es hora que le dé un nuevo giro a su vida.
—¿Que tiene que ver con mi edad y el que no tenga una novia? —preguntó él algo serio por la franqueza excesiva del niño.
—No pierda más el tiempo, conozca a una mujer que lo merezca. Dese cuenta que el tiempo pasa muy rápido, y usted necesita una buena esposa para que ya no esté solo en su habitación. Nunca le he conocido una novia en esta casa —le dijo el muchachito sin inmutarse.
—Eso ahora no me interesa; no es tan importante para mí porque tengo muchas otras cosas que hacer —le respondió el distinguido hombre.
—Mire usted a mi padre..., él nunca ha estado solo, mamá cuida muy bien de él y lo ama. Créame que usted necesitará una bella mujer que cuide de usted, para cuando usted esté demasiado viejo y enfermo, pueda contar con su ayuda —continuó diciendo el niño en un tono muy serio como la de un adulto.
—¿Ese es todo el asunto sobre mi edad? —Entonces hizo una noble pausa, y luego prosiguió—: Creo que no la necesito por ahora, tengo a mucha gente a mi alrededor que puede cuidar muy bien de mí, si es que llego a necesitarlo algún día..., como el caso de estar muy enfermo —dijo el señor Darrell con esa seriedad que lo caracterizaba siempre—. Pero aún sigo siendo un hombre muy sano.
—No solo es eso, señor Darrell... todos los hombres no pueden vivir solos sin un amor; así no pueden ser completamente felices en la vida. Además de que el dinero no sirve de mucho sino lo comparte con el amor de su vida. Podrían vivir muchas aventuras en el mundo y ver la vida con más color.
—¿Eso crees tú...? —Y se quedó pensando un par de segundos—. ¿De casualidad lees muchas novelas? —le preguntó él llevado por la curiosidad ante un niño parlanchín que le parecía muy perspicaz.
—¿Novelas...? ¿Puedo saber que clase de novelas? —preguntó.
—Novelas sobre el amor o el romance, sentimientos cuando uno se enamora o quiere a alguien, eso.
—¡No, claro que no! Solo leo historia, matemáticas, botánica y otros temas que me ayudarán a ser sabio como lo es precisamente usted, señor.