Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capítulo 3

Caminé con el doctor Collins de regreso a la clínica en completo silencio, al llegar fui directo a mi casillero, saqué mi bolso y me encaminé al baño, arreglé un poco mi desastroso cabello y me miré en el espejo. 

No sé porqué mi corazón late tan rápido, me siento nerviosa, mi sexto sentido me advierte que lo que tiene mi madre qué decirme no me va a gustar. Entonces sin perder más tiempo caminé en dirección a la salida de la clínica, no quise buscar al doctor Collins para que no piense que me quiero aprovechar de él.  

Cuando llegué a la parada del bus estaba sola como siempre, pero no me dió tiempo de hacer nada cuando un espectacular auto frenó enfrente de mí. Juro que los intestinos me llegaron a la garganta, pensé lo peor, enseguida a mi mente vinieron imágenes que no quisiera recordar nunca más y comencé a temblar sin control. 

La puerta del conductor se abrió y, el doctor Collins bajó de su auto para abrirme la puerta del copiloto con galantería.

—Te dije que te llevaría—me dice con su sonrisa espectacular—. Además no puedes seguir esperando aquí sola, está oscuro y desierto. Para una señorita resultaría peligroso.

—L-lo s-sé—las palabras casi no salían de mi boca. Estoy aterrada.

—¿Te pasa algo?  Puedo ayudarte, confía en mí.

—Estoy bien, no es nada, no se preocupe. 

Cuando voy a subir en su espectacular auto me detiene tomándome por él codo y, mirándome a los ojos me dice:

—No te conozco muy bien, pero estás actuando extraño. Estás temblando y no hace frío. Puedes confiar en mí Letty, no soy un enemigo al que tengas que tenerle miedo. 

—Lo sé doctor Collins, créame que no es por usted; me disculpo si es lo que le he dado a entender. 

—Tranquila. 

Es todo lo que me dice, me suelta y subo en el interior de su auto, cierra la puerta de mi lado, rodea el auto y luego sube él. De pronto, en un movimiento rápido se gira hacia mí y me ayuda a colocarme el cinturón de seguridad, su hermoso rostro está muy cerca del mío y huele exquisitamente bien.

—Tranquila pequeña, puedes respirar.

Me dice y no sabía que estaba conteniendo el aire en mis pulmones, se ríe y es precisamente esa sonrisa la que me tranquiliza. 

—Coloca tu dirección en mi Google Maps, por favor. Así tendré tu ubicación exacta.

Así lo hago y coloca el auto en marcha, luego de unos cortos quince minutos llego a casa.

—Te he traído sana y salva. Ya puedo dormir tranquilo. 

Me hace reír con lo que me dice. 

—Muchas gracias por traerme, doctor Collins. 

—Es un placer para mí, pero quiero pedirte una cosa…

—Usted dirá.

—Por favor, deja de tutearme. Para tí soy Edward o como quieras llamarme.

En mis labios aparece una tonta sonrisa tímida, jamás me había reído con un hombre e incluso ahora, me siento un poco más cómoda con él.

—Está bien, Edward—se ríe—, pero en la clínica sí lo trataré de usted.

—Me parece bien, el profesionalismo ante todo—sonríe—. Espera ahí un segundo.

Sale del auto, lo rodea y gustoso abre mi puerta, con seguridad extiende su mano y yo dudo en tomarla, pero finalmente lo hago. Edward es muy amable y sobre todo un caballero.

—Letty, ¿podrías darme tu número de teléfono?—se rasca la parte posterior de su cabeza.

—Yo…—estoy tan sorprendida que no sé que decir.

—Letty, créeme cuando te digo que solo tengo buenas intenciones.

Con esa respuesta ya me tiene, no sé porqué, pero creo en todo lo que sale de su boca. No debería creerle, los hombres son engañosos, crueles, despiadados y solo buscan hacer daño.

Pero ahí estaba yo, de pie como una tonta cayendo en su impecable sonrisa.

—Está bien—contesté.

Intercambiar con él mi número telefónico, era lo que más quería. Entonces tomó mi mano y dejó un beso en el dorso de ella, en ningún momento apartó sus enigmáticos ojos azules de los míos y, supe en ese preciso instante que Edward Collins sería mi perdición.

No sentí asco y mucho menos incomodidad cuando lo hizo. Me despedí de él para que no se le hiciera más tarde, y cuando iba a retirarme me cerró el paso posándose frente a mí y me dijo:

—No dudes en llamarme a cualquier hora si algo pasa—lo que me dice me hace levantar la cabeza sorprendida, —. Quiero que me tomes en cuenta como un amigo a partir de este momento.

—Está bien Edward. Todo está en orden, vete tranquilo. 

—Solo si sonríes. 

Le sonrío sin el más mínimo esfuerzo, porque despierta en mí sensaciones y emociones que jamás había sentido. Las mariposas revolotean en mi interior y puedo escuchar claramente los fuegos artificiales alrededor de mí. 

—Que pases buenas noches pequeña—antes de irse deja un beso en mi mejilla y me quedo congelada observando cómo se marcha.

Cuando vuelvo en mí, camino en dirección a la puerta de mi casa, saco las llaves del bolso y abro la puerta. Al estar adentro aviso que ya llegué, subo como de costumbre a mi habitación, me doy un baño y me visto con un short de jeans, una camisa ligera de mangas cortas, coloco mis pantuflas de estar en casa y bajo a la cocina. 




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