Mi amigo y colega Carl Johnson me pidió el favor de trabajar en su clínica unos meses. Acepté, porque tenía pensado abandonar Los Ángeles y viajar por un tiempo, ya había dejado todo listo y en orden en la clínica de la cual soy dueño, mi hermana mayor que es ginecóloga y obstetra quedará al frente mientras estoy ausente.
Quería tomarme unas vacaciones, explorar en otro lugar y tener una nueva clínica, quería un cambio de entorno, de personas y aunque aquí tengo a mi familia, tengo que perseguir mis sueños, lo que quiero hacer y alcanzar.
De pronto se escuchó en el interior del departamento el timbre, caminé en dirección a la puerta y abrí. Ya sabía que Stella vendría.
—Hola—me saluda con una cándida sonrisa y un beso en la mejilla—,pero, ¡qué guapo estás!
Me río por lo que me dice.
—Gracias, aunque tú no te quedas atrás, estás muy hermosa.
—Qué galante.
Le hago seña para que entre y toma asiento en el mueble de la sala.
—¿Quieres algo de tomar?
—El exquisito café que preparas estaría muy bien, gracias.
Stella y yo somos muy buenos amigos desde la universidad, podría decir que es mi mejor amiga.
Preparo el café que sé que le encanta y cuando lo tengo listo, sirvo dos tazas, le entrego una y tomo asiento frente a ella. Hablamos de medicina un buen rato ya que es lo que más amamos y a lo que nos dedicamos. Hasta que le digo que me voy a Nueva York.
—¡Qué! ¿Cómo que te vas?—pregunta sorprendida.
—Trabajaré un tiempo en la clínica de Carl, me pidió el favor y un cambio me viene bien.
—Carl es un odioso—dice con fastidio—. Me entristece que te vayas.
—No estaré tan lejos Stella, puedes visitarme cuando gustes, eres mi mejor amiga y siempre serás bien recibida. Además, tengo a mis padres aquí en Los Ángeles y vendré a visitarlos cada que pueda.
Ella se queda pensativa y tras beber de su taza de café, me dice:
—Siempre me has visto como tu mejor amiga—dice con amargura—, cuando yo quiero y hago todo lo posible porque me veas como algo más.
—Stella no puedo verte con otros ojos yo…
—Te amo Edward y no sabes cómo me duele que nunca me prestarás atención. ¿Qué me hace falta para ser la mujer ideal para ti?
Ver llorar a Stella por esto me parte el corazón, es una buena mujer, sabía de sus sentimientos, pero creí que si no le prestaba atención se le pasaría ese enamoramiento tonto que tiene por mí. No puedo corresponder sus sentimientos y mucho menos verla con otros ojos, aprovecharme de ella sería causarle un terrible dolor y no me considero esa clase de hombre.
Me acerqué a ella en cuanto ví que bajó la cabeza, le quité la taza de las manos y la coloqué en la mesa de centro frente a nosotros, tomé sus manos entre las mías y me miró.
Entonces pude ver su rostro de tristeza y me ví reflejado en él, sequé sus lágrimas y la abracé.
—Stella escucha, eres una mujer encantadora, independiente y fuerte, estoy orgulloso de ti porque he podido ver tu crecimiento personal y laboral de cerca—me abrazó mucho más fuerte—. Como también sé cuánto te esfuerzas por agradarme, por complacerme e incluso sorprenderme y aunque estoy agradecido por esos detalles debo ser completamente sincero contigo—me quedé pensativo.
Quería encontrar las palabras adecuadas en mi mente para hacerle ver que sus sentimientos y su enamoramiento por mí no la llevarían a ningún lado. Pero creo que nunca habrán palabras que reconstruyan un corazón roto, solo el tiempo se encarga de eso.
Entonces se hizo un largo silencio entre ambos para nada incómodo, Stella dejó de abrazarme, limpio sus lágrimas y dedicándome una de sus lindas sonrisas me dijo:
—Muchas veces las palabras no dicen, ni expresan nada, cuando el silencio lo dice todo. Prefiero que sea así Edward—acarició con tristeza mi mejilla—. Aunque sabía que no llegaría a nada contigo quise aferrarme a esa idea, llegué a idealizar una vida junto a ti que solo existió en mi mente y alimentó mis sentimientos por mucho tiempo.
—Stella yo…
—No por favor, no digas nada más, estaré bien. Deseo desde lo más profundo de mi corazón que te vaya muy bien, como también espero que muy pronto llegue una buena chica a iluminar tus días grises. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero mucho, pero no vuelvas a llorar nunca más por un hombre, promételo.
—Lo prometo, debo irme.
La acompañé hasta la puerta, nos dimos un último abrazo y se marchó.
Terminé de empacar mis pertenencias, al menos lo más importante para no tener que regresar nuevamente a Los Ángeles. Espero tener mucho trabajo en Nueva York, tanto, que no me permita pensar estupideces.
Cuando dejé todo listo, tomé una refrescante ducha y manejé en dirección a la casa de mis padres. Mi madre hizo mi comida favorita y no quise despreciarla, aunque sé que cuando le diga que debo irme se pondrá triste.
Al llegar a casa de mis padres todo está en silencio, camino en dirección al despacho y escucho risas. Me acerco y está mi madre, mi hermanita menor Adriana y mi padre conversando animadamente.