Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capitulo 8

Al día siguiente tras hacer mis necesidades, ducharme y cepillar mis dientes supe que en la mañana no tendría trabajo, no tenía ni siquiera un paciente como para tomarlo de excusa e ir a la clínica cuánto antes para ver a Letty, tendré que contener mis repentinas ganas de ir a verla.

Entonces tomé mi teléfono y escribí un mensaje para ella de buenos días. Solo pasaron dos minutos cuando un mensaje de ella llegó en respuesta al mío y eso solo hizo que pasara una mañana estupenda, riendo como un puberto en cada espacio del departamento.

Hice desayuno y al terminar busqué el ordenador, lo encendí y entré al correo. Tenía muchísimos mensajes sin contestar, así que me puse manos a la obra, así transcurrió toda mi mañana.

Al mediodía cociné mi almuerzo escuchando esa música instrumental titulada "Autumn Leaves de Yenne Lee". 

La buena música siempre me ha  encantado, sobre todo cuando está tan cargada de sentimiento y verdad. Incluso cuando solo es melodía, es perfecta. Las letras serían solo adornos cuando el sonido de los instrumentos al ser tocados con tantas emociones juntas pueden llegar acariciar tu alma.

En la tarde sentía mi corazón latir demasiado acelerado, estaba emocionado por verla.Cuando entré en la clínica, todas esas mujeres que trabajan aquí como las pacientes no me quitaba el ojo de encima. No entiendo,¿acaso piensan que el hombre no se siente incómodo con tantas miradas?

No me sentí incómodo, solo violado.

Al entrar en el consultorio, el aroma a vainilla de Letty golpeó mis fosas nasales tan maravillosamente que era el único olor que quería inhalar todo el día. Encantado porque estuviera aquí escuchando música me acerqué a ella, sabe que estoy aquí porque retiró los auriculares de sus oídos, entonces toqué su hombro y eso bastó para que se asustara y se levantara precipitadamente de la camilla. Exactamente esa no era la reacción que esperaba de ella.

Letty se disculpó, pero mi mirada no se podía apartar de sus ojos cansados y de esas horribles ojeras que no tenía el día de ayer, aunque ella dijera que durmió y descansó no le creería. 

Me acerqué a ella con cautela y cuando la ví retroceder... me dolió, no quería asustarla, mucho menos hacerle daño. Quería tratarla con extrema delicadeza, sentía que esa  flor estaba al borde del precipicio y solo quería que floreciera en la naturaleza una vez más.

De pronto mis instintos me hicieron moverme rápido y tuve que contenerme al tenerla tan cerca, acariciar su rostro y sentir su suave piel al contacto de mis manos era la mejor sensación del mundo.

Observar cómo se sonrojaba era la mejor de las vistas, ahora solo quería estar seguro de algo, su semblante y palidez me preocupa demasiado, se ve demacrada y puede estar enfermando, es mejor prevenir que lamentar.

Inspeccioné sus ojos de cerca y no se ven rojos debajo de ellos. Creo que Letty puede tener anemia y que para su estatura está baja de peso. Estaré pendiente de ella y seré el recordatorio más fastidioso y odioso que haya podido existir, pero necesito que se haga análisis de sangre cuánto antes.

Empezamos la jornada laboral y podía ver en el rostro de Letty incomodidad, al principio también me sentía así con las insinuaciones de las pacientes, pero aprendí a ignorarlas y siempre dejo claro lo profesional que soy.

Además, mostrarme sonriente con las pacientes hacía que Letty rodara lo ojos con fastidio, ¿estará celosa?, algo debo gustarle de eso estoy seguro. Sé que no soy indiferente para ella y noto que se sonroja con facilidad cada vez que me mira.

Al culminar la jornada de trabajo puedo ver el agotamiento en el rostro de Letty.

—¿Estás bien?—le pregunto.

—Sí, solo un poco cansada.

—En ese caso te llevaré a tu casa.

—No es necesario Edward de verdad, yo puedo tomar el bus.

—Sé que puedes, pero quiero llevarte. Te espero en cinco minutos afuera. 

Salí del consultorio sin esperar su respuesta, iré a esperarla de una vez afuera así no tendrá escapatoria, seguro querrá irse a esa fea parada que para una chica joven y hermosa como ella resulta peligrosa. Cuando la ví salir le hice cambio de luces, caminó en mi dirección desanimada y subió al auto molesta. 

Ignoré su mal genio y me dispuse a manejar, en el camino le hablé un poco de mí, de mi familia, de mis cosas favoritas, quería que me conociera. Ella solo escuchaba sin articular palabra y su silencio me empezaba a enojar. No me di cuenta de que habíamos llegado hasta que el GPS lo indicó. 

Entonces bajó del auto sin esperarme y salí detrás de ella. 

—Letty, ¿qué ocurre? ¿He hecho o dicho algo que no te gustara?

Se mantuvo dándome la espalda cuando dijo:

—La gente hablará si usted sigue empeñandose en querer traerme a mi casa. Usted es un doctor prestigiado y yo solo soy su asistente.

Eso es lo que la tiene de mal humor, el que dirán, las habladurías en la clínica.

—Hagas las cosas bien o mal, la gente siempre va hablar, porque siempre estarán pendiente de lo que sucede en la vida de los demás que en las suyas propias. Eso no debería preocuparte, es lo de menos. Que seas mi asistente no dice que no pueda ser caballeroso contigo, no estamos haciendo nada malo. 




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