No quería que Letty tuviera por más tiempo esa mirada triste, quería hacer algo por ella, que sonriera abiertamente y sin miedo.
Ella observaba todo a su alrededor curiosa, pero podía sentir su incomodidad. Así que intenté restarle tensión al ambiente colocando música instrumental, saqué una silla para ella y la invité a sentarse, pero se rehusó.
—¿Qué pasa?—pregunté confundido.
—Quiero ayudarte.
—Hoy eres mi preciosa invitada, toma asiento, por favor.
Entonces ella puso sus ojitos de perrito abandonado y supe inmediatamente que estaba jodido. Jugó esa sucia, pero astuta carta conmigo y yo caí rendido a sus pies.
En el futuro, no la podré dejar salir de mi cama si se sigue sonrojandose de esa manera.
—Está bien—suspiré resignado—, ¿vas a cocinar o cortar?
—Yo cortaré los vegetales que necesites y tú cocinas, ¿qué te parece?
—Muy bien. Estoy a sus órdenes señorita.
No podía contener los impulsos que me llevaban hacia ella, hacerle daño no estaba en mis planes, pero quería volverla loca por mí, quería enamorarla.
Llevé un mechón de cabello detrás de su oreja y sentí cómo se estremeció ante mi tacto. No apartó sus ojos color café de los míos, aunque sus ojos eran comunes, era el color más hermoso que había podido apreciar, era el color de la vida, del amor.
Quería besarla, sé que ella quería que lo hiciera, pero no quería un acercamiento así con ella cuando se sentía vulnerable, por lo que dejé un beso rápido en su frente y busqué dos delantales, ella escogió el negro y a mí me dejó el amarillo.
Entonces ella me sonrió de una manera tan hermosa que, si tenía que convertirme en payaso solo para verla feliz... iba hacerlo.
—Manos a la obra pequeña.
—Sí. Solo que antes llamaré a Brenda, hoy me mudaré con ella. Dame un momento.
—No te preocupes.
Letty le marcó a su amiga y no le dió mucho detalle de lo que sucedió, le respondía solo con monosílabas y terminó de hablar con ella rápido.
No sé si se debía a mi presencia que se cohibió con Brenda, pero algo tenía claro, quería saber más de Letty para poder ayudarla. Me daba la leve impresión de que Letty de un momento a otro pudiera desaparecer y, me aterraba pensar en esa posibilidad.
Caminé hacia el refrigerador, saqué dos filetes de carne de res y los sazoné rápidamente. Letty regresó conmigo y pude ver que estaba más tranquila.
—¿Qué dices si preparo una ensalada para acompañar esos filetes?—me pregunta.
—Totalmente de acuerdo contigo pequeña, estás en tu casa—señalé el refrigerador —. Utiliza todo lo que necesites.
—Gracias.
Antes de que pudiera hacer algo más la detuve.
—Pero antes, te ayudaré a colocarte el delantal—le quité el delantal negro de las manos, se lo coloqué y enseguida se sonrojó. Hice que se girara para sujetarlo a su espalda baja y enseguida su aroma golpeó mi nariz—, me encanta el olor de tu cabello, es exquisito—se estremeció y eso me encantó—. Ahora ayúdame con el mío.
Hace lo que le pido sonrojada hasta la raíz del cabello, cuando termina me giro hacia ella y, sin poder contener por más tiempo estás ganas de tenerla cerca, con sutileza la tomo de las manos y lentamente la acerco a mí, no pone resistencia y no deja de verme a los ojos, sé que me necesita, su mirada lo grita con desesperación.
Nos fundimos en un cálido abrazo que hace latir desbocado a mi corazón. Sentía como si iba a darme un infarto, pero de puro placer al tenerla entre mis brazos, solo para mí.
—Conmigo puedes estar segura de que nada va a sucederte, no dejaré que nada te pase, ¿de acuerdo?—asintió—. Quiero que poco a poco confíes en mí y me cuentes lo que te pasa, estoy preocupado.
—Dame tiempo, no es fácil para mí.
Sé que tenía intenciones de llorar nuevamente. Así que la alejé de mi cuerpo y le dije:
—No quiero verte llorar más, por favor—limpié una lágrima que resbaló por su mejilla y junté nuestras frentes—, no sé qué hacer para que dejes de hacerlo, me siento inútil de solo verte así y no poder hacer nada para calmar tu dolor—suspiré conteniendo las ganas de besarla—. Para, por favor. No puedo soportar verte tan vulnerable y quedarme de brazos cruzados.
Las ganas de cocinar se me quitaron, con ella así no podía concentrarme y estar tranquilo, así que le dije:
—¿Qué te parece si mejor pedimos comida?
—No. Cocinemos juntos, ya sazonaste la carne.
Entonces Letty saco del refrigerador todos los ingredientes que necesitaba para hacer la ensalada, coloqué la grill al fuego para sellar los filetes y luego meterlos al horno por unos minutos nada más.
En menos de veinte minutos ya estábamos sentándonos en el comedor y almorzamos en completo silencio. Tuve que ponerme serio para que ella comiera un poco más, sé que no tiene hambre, pero debía insistirle hasta el cansancio para que lo hiciera.
Algo grave le pasó y tiene miedo de hablarlo conmigo. Sé que la raíz del problema es su padre, lo intuí en cuanto lo ví y las actitudes de ella con él no me pasaron desapercibidas, se cruzan muchos posibles escenarios en mi cabeza y ninguno me gusta.