Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capítulo 21

—¿Estamos bien?—ella asiente—, entonces vayamos a comer algo, muero de hambre y supongo que tú también.

—No tengo hambre, solo cansancio y sueño. 

—¿Desde cuándo te sientes así?—me  preocupo.

—Desde hace unos meses, pero hoy es cuando más he sentido los síntomas.

Ella continúa abrazándome con los ojos cerrados. 

—¿Tienes algún otro síntoma?

—El cabello se me cae a montones, por eso siempre lo llevo recogido. Supongo que es por el estrés.

—Mmm, tienes que hacerte los exámenes de sangre pequeña.

—Lo sé, me los haré el lunes a primera hora. 

—Me parece bien. Quiero que te quedes conmigo el fin de semana, ¿crees que pueda ser posible?

—¿Desde hoy?—pregunta con sorpresa.

—Si es posible y quieres, no estás obligada. 

—Si quiero, solo… solo no intentes nada. 

Hago que me mire y noto como esas horribles ojeras adornan sus hermosos ojos. 

—La última vez no intenté nada, no busqué  obtener algo más de ti. Lo que hice fue porque me gustas, porque me atraes y porque estoy loco por ti cariño. Es todo, cualquier cosa que yo haga no estás obligada a seguir sino quieres, puedes pedirme parar y lo haré, no me molestaré por eso. Lo que menos quiero es que estés incómoda. 

—Te creo, es solo que me asusté. No sabía cómo enfrentar lo que sentí.

—No te preocupes iremos poco a poco—ella asiente—, sé que estás cansada, pero iremos a comer primero y no te negarás. Necesito ver que te alimentas para quedarme tranquilo.

Tomé mi chaqueta y salimos del consultorio, cuando cerré la puerta tomé su mano, la entrelacé con la mía y enseguida me miró nerviosa.

—¿Qué haces?

Noto como mira en varias direcciones nerviosa y tira de su mano para soltar la mía.

—Está claro lo que hago. Eres mi hermosa novia y quiero caminar contigo tomados de las manos. ¿No te gusta? ¿Te avergüenzas de estar conmigo?

—No es eso, estoy orgullosa del maravilloso novio que tengo, pero empezarán a hablar y…

—¿Y qué con eso? ¡Al carajo lo que digan los demás!—exclamo haciendo que ella sonría—, yo sé lo que siento por ti y tu sabes lo que sientes por mi y es todo lo que me interesa. ¿Será que me dejaras caminar contigo de la mano como quiero?

—Está bien—expresa con sus mejillas encendidas de rojo y se ve extremadamente adorable.

Caminamos y no me pasan desapercibidas algunas miradas desaprobatorias que nos dan las enfermeras, sé que tengo poco tiempo aquí, pero no tengo que darle explicaciones a nadie de mi vida personal. 

Manejo en dirección a un pequeño restaurante que sé que la comida es deliciosa. Cuando llegamos tomamos asiento y mientras esperamos me toca sacarle conversación a Letty para que no se duerma. 

—¿Qué quieres comer?—pregunto.

—Mmm—lo piensa—, una pizza estaría bien, ¿te gusta la pizza? 

—Me encanta y si la comemos juntos mucho mejor.

Me quedo observándola y veo como bosteza, agita su cabeza para no dormirse y me tiene incómodo verla así. Cuando quiero decir algo  mi teléfono suena y atiendo la llamada, es mi hermana Laura quien me llama. 

 

 

Hola preciosa. ¿Cómo estás?

Bueno ya sabes hermano, no muy bien. Salgo pasado mañana para Nueva York, ya conseguí vuelo. 

¡Enserio!—exclamo feliz—, que buena noticia preciosa. Pronto te tendré conmigo,  no sabes cuanto me alegra.

 

 

Entonces noto como Letty se remueve incómoda en su lugar y mira hacia la ventana. Cada vez que escucha la palabra "preciosa" salir de mis labios aprieta fuerte la mandíbula y ya sé lo que debe estar pensando. 

 

 

Te espero pasado mañana, te quiero. 

Está bien hermano te quiero. Nos vemos pronto.

 

 

Cuando cuelgo la llamada Letty me da una mirada asesina y me dice:

—¿Es así cómo llamas a todas las mujeres con las que sales?—pregunta molesta. 

—¡¿Qué?! Claro que no pequeña. Y no hay un "todas", solo eres tú en mi vida. 

—Entonces,  ¿por qué le dices a esa mujer que te llamó preciosa?  Se supone que así me dices a mí. 

—Porque esa mujer que me llamó, es mi hermana Laura y viene a Nueva York pasado mañana. Así que prepárate porque conocerás a tu cuñada. 

Letty abre los ojos hasta más no poder y se sonroja un poco, pero no deja de estar enojada.

—¿Acaso estás celosa?—pregunto con curiosidad. 

—Para qué negarlo si se me nota. Yo pensé que…

—Sé lo que pensaste y para que no vuelva a pasar no te llamaré más de esa manera, eres mi pequeña. 




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