Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capítulo 24

Letty con cada unos de sus gemidos me vuelve loco, con la manera en que me toca siento que no podré aguantar mucho y terminaré corriéndome aún con bóxer. 

Su sexo está empapado y muero por probar sus fluidos directamente de la fuente. 

La manera en que frotamos nuestros sexos de manera lenta, pero deliciosa me hace gemir a la par de ella. Creo que nunca antes llegué a experimentar tal grado de excitación, siento como me humedezco junto a ella y como el corazón late desbocado por ella. 

Muerdo su labio inferior y suelta un pequeño gemido cuando aprieto su seno izquierdo sin llegar a lastimarla, hago presión en su sexo con mi gran erección y es magnífica nuestra química, la manera en que nos acoplamos, todo encaja perfecto.

—Edward...por… favor, por favor… 

—Dilo.

—Yo…

—Vamos nena, pídeme lo que quieras—susurro en su oído. 

—Hazme tuya, lo necesito, te necesito. 

—Eso va a tener que esperar, pero calmaré tu deseo. 

Beso sus labios con verdadero deleite y me lleno de placer con sus gemidos. 

—No cierres las piernas, no lo hagas—exijo.

Ella abre los ojos cuando siente que me separo de su cuerpo, intenta cerrar las piernas cuando se da cuenta de que he visto su intimidad y su rostro se torna completamente rojo.

—Cariño, está bien que sientas vergüenza, es completamente normal, pero no te sientas así conmigo por favor—me mira toda roja y eso no me ayuda, su mirada; más lo caliente que me encuentro siento como me hará explotar de un momento a otro—. Eres hermosa, tus senos son preciosos, tu cuerpo es sexy y tu piel es tan suave que me pone como piedra al sentirla, tu monte de venus es espectacularmente tentador para mí. Es normal que estemos tan expuestos en nuestra intimidad, ¿sabes por qué?—ella niega—, porque nos gusta observar lo que vamos a disfrutar y eso hace crecer nuestro líbido sexual.

—Pero tú me miras diferente—dice y se tapa la cara con sus manos.

Me alarmo por lo que me dice, no quiero traerle malos recuerdos.

—¿Cómo te miro?—me preocupo.

—Tienes una mirada oscura y me observas con profundidad. 

—¿Te incomoda o te da miedo la forma en la que te miro?

—No—dice rápidamente y quita las manos de su rostro para observarme.

Retiro unos mechones de cabello que descansan en su frente y acercándome lentamente a ella le digo:

—Te miro con pasión, con lujuria, con deseo. Porque me excitas, porque me calientas y porque no puedo controlar las ganas de hacerte convulsionar con mis manos, con mi boca, con mi miembro. Lo siento, pero debo ser sincero, sé que cuando te haga mía por completo estaré más jodido que ahora.

—No entiendo—dice y frunce el ceño.

—Una vez que eso pase, de mí no podrás escapar, porque llegados a este punto me siento posesivo, pero al hacerte mía por completo me volveré al extremo posesivo, desconfiado con todo aquel que se te acerque con malas intenciones y sobre todo protector—clava sus ojos en mis míos y siento mi corazón colisionar dentro de mi pecho—. Eres mía de ahora en adelante y como te dije antes, no te dejaré escapar.  

—Entonces átame a ti y no me sueltes nunca. 

—No te soltaré.  Es una promesa, cielo.

Besé sus labios con frenesí y ella me siguió el paso, nuestras lenguas danzaban en perfecta sincronización arrebatandonos sonoros gemidos en el proceso. Acaricié su piel al tiempo que ella acariciaba la mía, arrastraba las uñas por mi espalda con desesperación y me hacía temblar bajo su tacto. 

Letty no se limitó en gemir para mí y eso me encantó, que se dejara llevar por el momento, por la pasión y por lo que la hago sentir. 

Descendí con mis labios por su cuello y ella no paraba de jadear y gemir en partes iguales. Dejé húmedos besos en sus hermosos senos rosados que me vuelven loco, y ver su pequeño pezón erecto me ponía al doble de caliente de lo que ya estaba. Continúe mi camino de besos por su plano abdomen, dejé leves mordidas en su cintura, en sus caderas y en su vientre deje besos húmedos que la hicieron perder la cabeza.

—¡Ed! ¡Ed! ¡Por favor!

Sus súplicas eran música para mis oídos, así era como quería tenerla, como anhelaba, como soñaba.  

Me acomodé mejor en medio de sus piernas y ella mantenía sus ojos cerrados, ella al igual que yo respiraba con dificultad. Pasé uno de mis dedos por su hendidura y se estremeció, gimió más fuerte y trató de encontrar un equilibrio para su respiración sin obtener éxito.

—No te contengas—le digo cuando acaricio con ímpetu su clítoris y hago presión en él—. Gime para mí y no te resistas ante la sensación, hazme disfrutar contigo, hazme saber cuánto te encanta el placer que te proporciono—abre levemente la boca y cada vez respira con más dificultad que antes—. No cierres las piernas, esta vista que tengo de ti es erótica y no sabes lo duro que estoy.

Humedezco mi dedo con sus fluidos y lo hundo poco a poco en su hendidura.

—Eso es, así; hermosa. Recibe mi dedo y abre un poco más las piernas—hace lo que le pido y no para de gemir—. Ahora relájate y si te duele me dices.




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