Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capítulo 27

Cuando llegamos al centro comercial la hice entrar en la tienda favorita de mi hermana Laura, muchas mujeres matarían por estar aquí dentro y dejar vacío el lugar, aprovecharse en estos momentos  de mí y sacarme el mayor provecho posible. 

Precisamente eso no pasaba con Letty, no se inmutaba y mucho menos se sorprendía. Sentía como si ella no quería estar aquí.

—Cariño, ¿qué ocurre? ¿No te gusta nada?

Ella observaba todo con curiosidad, y podía ver claramente como sus ojos se querían salir de su órbita ante el asombro de ver los precios.

—Si te digo que no me gusta nada sería mentir—se quedó en silencio unos segundos y dijo—: Creo que estamos en la tienda equivocada. Una camisa que lleguemos a comprar aquí con eso le damos de comer a un orfanato entero. ¿Podemos comprar en otra tienda?

—Puedes comprar dónde te sientas a gusto amor, pero te recuerdo que lo mío también es tuyo y puedes adquirir lo que quieras. No te cohibas.

—Pienso que es demasiado innecesario gastar esta cantidad de dinero, es solo ropa. ¿Acaso la fabricaron con oro para que valga tanto?—me reí como nunca cuando dijo eso último—. No necesito cosas de marca para ocultar mi desnudes. Muchas gracias por querer compartirlo todo conmigo amor. ¡Deja de burlarte de mí!

—No me agradezcas, ahora eres mía y me perteneces tanto como yo te pertenezco a ti—llevé  un mechón de cabello detrás de su oreja y la besé fugazmente, al separar nuestros labios le digo—: Me río por lo que has dicho, qué ocurrencias más locas tienes, cielo. Me encanta tu sencillez y que no quieras aprovecharte de mí, aunque yo estaría encantado de que lo hicieras.

—Jamás lo haría. No estoy contigo por tu dinero—su mano viajó a mi rostro y acarició mi mejilla—. De verdad te amo Ed y quiero estar contigo siempre. 

—Lo sé hermosa. 

Con una maravillosa sonrisa tomó mi mano y salimos de la tienda. Caminamos por largo rato y terminamos comprando en una tienda común fuera del centro comercial. Letty iba a comprar solo una muda de ropa, pero le insistí hasta que no le quedó de otra que comprar unas cuantas cosas más para que tuviera en el departamento.

La llevé a almorzar y comió poco, me dijo que no tenía mucha hambre porque aún estaba llena del desayuno. Esta situación con ella me tiene mal, me preocupa demasiado su estado de salud.

Cuando llegamos al departamento se metió en el baño, se duchó y salió vestida con la ropa nueva. 

—Cariño, te ves preciosa. 

—No es cierto. Estoy horrible, no sé qué me pasa.

Me acerco a ella y la abrazo para darle seguridad.

—Para mí te sigues viendo igual de hermosa que siempre. Deja de menospreciarte.

—Es inevitable, me veo enferma y tan pálida como un cadáver. 

Cuando dijo esa última palabra la separé rápidamente de mi cuerpo, la tomé del rostro y le dije:

—No vuelvas a decir que pareces un cadáver, eso no va a pasar jamás. Te quedarás a mi lado y juntos descubriremos lo que te pasa, escúchame—me mira y me transmite su tristeza—, juntos saldremos de esto. No estás sola cariño—asintió triste y con los ojos acuosos.

 

 

**

 

 

Tres horas más tarde nos encontrábamos esperando a la hermana de Edward. Mi amor está impaciente y a la misma vez nervioso, me comentó porqué su hermana viajaba a Nueva York y la verdad; no me gustaría estar en sus zapatos. Debe ser horrible que el amor de tu vida se case con otra mujer, que se haya burlado de ti y sobre todo, años de relación perdidos y que jamás podrás recuperar.

No me siento muy bien, la debilidad cada día se apodera más de mi cuerpo y los mareos son cada vez más constantes, disimular frente a Edward es difícil y todo un reto, es doctor y puede darse cuenta con facilidad, además de que está demasiado pendiente de mi.

—Quiero sentarme—le dije a Edward. 

—Por supuesto cariño. ¿Te sientes mal?

—Solo un poco cansada—me siento, Edward se hinca frente a mí y me mira con curiosidad—. Estoy bien amor—le digo para tranquilizarlo.

—No me ocultes las cosas—clava sus impresionantes ojos en los míos—, es todo lo que te pido amor. Por muy insignificante que sea quiero saber todo lo que te pasa o sientes—me tomó de la mano y me dijo—: No tolero las mentiras. 

—Creo que a nadie le gustaría que le mintieran.

Entonces me dí cuenta de que ya le estaba mintiendo, le estaba ocultando el sangrado de la nariz y no me hacía sentir mejor, no cuando él estaba en extremo preocupado por mi.

Cuando Edward iba a decir algo más se escuchó la voz de una mujer, enseguida él se levantó y caminó sonriente hacia la mujer pelinegra que acababa de llegar, la abrazó efusivamente y besó su mejilla con cariño.

Viéndola con detenimiento es casi idéntica a Edward, pero versión mujer. Alta, cabello negro por los hombros, blanca, ojos espectaculares como los del hombre que amo y cuerpo fenomenal. Ambos se acercan a mi dirección y me levanto, la mirada curiosa de la mujer no se aparta de cada facción de mi rostro, me observa de pies a cabeza con detenimiento sin llegar a incomodarme.




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