Edward Collins | Trilogía Doctores Libro 1

Capítulo 31

Quise esperar hasta llegar al departamento para darle la noticia a Letty, no quería hacerlo en la clínica porque no sabía cómo ella iba a reaccionar.  

—Este no es el camino al departamento de Brenda—dijo en cuanto se dió cuenta—.¿A dónde me llevas? 

—A mi departamento—respondí calmado.

—¿Todo está bien? 

—Necesito que hablemos de algo importante y que no puede esperar amor, si luego quieres que te lleve con Brenda lo haré.

—Me estás asustando, ¿qué pasa?

—Tranquila, todo va a estar bien, cariño.

Cuando llegamos al departamento Letty no quiso cenar, mucho menos quitarse la ropa y ponerse cómoda. Ella quería que le dijera lo que estaba pasando, así que suspiré, me llené de valor para tratar de decirle de la mejor forma posible de su enfermedad y que el impacto no fuera tan fuerte para ella. 

Entonces saqué los exámenes de laboratorio de mi abrigo y los extendí en su dirección, ella los observó con curiosidad, pero finalmente los tomó en sus manos.

—Son tus exámenes de laboratorio, mi cielo y… 

Me quedé en silencio cuando me miró con sus ojos inundados de lágrimas.

—Esto no puede ser cierto Edward. Yo no puedo tener leucemia, ¿y si está avanzada? ¿Me voy a morir? Y… y…

—Y nada cariño, respira.

Traté de tranquilizarla lo más que pude, Letty temblaba, se ahogaba con el llanto y de pronto entró en crisis. Sé que el miedo se apoderó de ella y tenía que darle la mayor seguridad posible.  A partir de ahora; ese era mi trabajo.

—Amor sé que tienes miedo porque yo estoy igual de aterrado que tú, pero no le daremos cabida en nuestras vidas a esta enfermedad y mucho menos permitiremos que nos arrebate la felicidad. ¿Estás de acuerdo?—ella se separó de mi cuerpo y viéndome con su rostro abatido asintió—. Está bien llorar, hermosa—limpié una lágrima que descendió por sus hermosos ojos cafés—. Pero no debes rendirte, mi amor. Iremos con los mejores especialistas y estarás en muy buenas manos, mi cielo. Ahora debes ser fuerte por tí, por mí, por nosotros y la vida que nos espera más adelante con los brazos abiertos.

—Quiero vivir, quiero… quiero esa vida junto a ti con todas mis fuerzas—dijo en medio del llanto.

—Aférrate a eso que quieres y anhelas con todas las fuerzas de tu corazón, mi cielo. Conmigo puedes estar segura… que nunca te dejaré. Te amo tanto; que no veo mi vida sin ti, cariño. 

Besé su frente con delicadeza, la atraje a mi cuerpo y la aseguré entre mis brazos; me puse cómodo en el sofá y acaricié suavemente su espalda. Sentí como su llanto iba cesando poco a poco, hasta que se quedó dormida en mi pecho.

La tomé en brazos y la llevé a la cama, le quité los zapatos y la cubrí con las sábanas. Besé su mejilla y me adentré con ella en la cama, inmediatamente Letty buscó mi cuerpo, entrelazó su pierna con la mía y su cabeza descansó en mi pecho. Entonces me dijo:

—No me sueltes, amor… Por favor. Tengo mucho miedo de lo que pueda pasar—susurró. 

—Jamás te soltaré, cariño. Descansa.

No sé en qué momento me quedé dormido inhalando el aroma de su cabello.

 

 

**

 

 

Estaba preparada para irme a trabajar como de costumbre, pero enterarme de mi enfermedad me tenía nerviosa y cabizbaja. 

Sé que debía armarme de valor y hacerle frente con decisión a esta enfermedad, pero tenía miedo de no poder soportar todo lo que se me venía encima. Me hacía sentir miserable que al mismo tiempo estaba condenando a ese hombre maravilloso a estar a mi lado; cuando él podía tener a cualquier mujer sana y ser completamente feliz. Precisamente, eso era lo que más lamentaba.

Edward me llevó a la clínica y me dijo que iba a reunirse con Carl, no le tomé mucha importancia ya que son muy buenos amigos, pero todo cambió cuando Carl me llamó a su oficina. Habló conmigo y me dió de baja por unos meses para que me recuperara como es debido; palidecí en ese instante y me molesté con Edward por  contarle de mi enfermedad.

Sé que mi amor está preocupado, pero hacer que me mandaran de vacaciones solo por mi enfermedad; era demasiado. 

Salí de la oficina de Carl hecha una fiera y busqué a Edward en su consultorio. Él estaba tecleando algo en el ordenador y cuando se dió cuenta de mi presencia,  me prestó toda su atención.

—¿Cómo pudiste Edward?—lo encaré. 

—Cariño. Déjame explicarte, por favor. 

—¿Qué me vas a explicar? ¿Que me despiden porque tengo una enfermedad de muerte? No me  jodas. 

Estaba demasiado molesta, tanto que no medía mis palabras. 

Edward se levantó de su asiento y caminó en mi dirección. 

—No vas a morir—afirma y toma mi rostro entre sus manos—, eso jamás pasará, no lo permitiré—clava su potente mirada en la mía—. Nada es lo que parece, Carl fué quien tomó la decisión de darte de baja. 

Al escucharlo lo miré confundida y no pude evitar preguntar:




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