—¿Qué estás haciendo?
Baekhyun suspiró. Esta era la quinta vez en el día, en que su gárgola visitante le había preguntado eso. Habían pasado tres semanas desde que había decidido quedarse en la casa y esperar a que él encontrara a su amo. Y esas tres semanas habían durado demasiado tiempo.
—Impuestos —masculló. La misma respuesta que le había dado cada vez que le había preguntado.
—No me gustan las matemáticas —dijo la pequeña gárgola. Caminó por suescritorio, dejando pequeñas huellas de barro en un informe completado cuidadosamente. No tenía energía ni para enfadarse.
—¿Todavía no vas a decirme tu nombre? —preguntó. Colocó su boli en el escritorio y se estiró en el respaldo de la silla, mirando a la pequeña gárgola contra la enorme monstruosidad inmóvil en la esquina de su escritorio. Eran tan similares, en tamaño y expresiones.
—Sabes que sólo puedo decírselo a mi amo.
—No puedo seguir llamándote pequeña gargolita. Tendré que darte un nombre.
La gargolita se giró en un círculo para mirarlo a la cara, entonces se agachó en una pose con su boca abierta enseñando los dientes. Parecía bastante mezquino, y él retrocedió.
—¿Qué va mal? —preguntó.
La expresión de la gárgola volvió a la que solía tener, la de un bebé bobo.
—Nada, sólo te estaba poniendo mi cara más fiera, para que pudieras darme el nombre correcto. No permitiré que me llames Solcito o Ricura. Quiero algo fuerte como Kyungsoo Ángel de la Venganza.
No pudo evitar la risa, entonces inmediatamente se sintió culpable, cuando la expresión de la gárgola entristeció. —Lo siento —se disculpó. —Es sólo que, uhm, ese nombre ya lo tiene alguien más. Qué tal Leo, como un león, un león fuerte y valiente.
La gárgola ladeó su cabeza pensándolo, entonces asintió. —Leo, me gusta Leo. Ahora he acabado contigo. Tú ya tienes una gárgola. Voy a encontrar a mi verdadero amo.
Con eso decidido, saltó del escritorio y se dirigió a la puerta, caminando de lado de forma extraña, cuando Smudge se escabulló dentro. De un salto, Smudge estuvo encima del escritorio, sentado justo encima de los formularios de impuestos mirando directamente al rostro.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Smudge telepáticamente.
—Impuestos —contestó. Esta vez no añadió un suspiro.
—Deberías estar investigando qué tipo de otro, es la mascota gárgola de tu tío.
Leo, la reciente gárgola de visita, había declarado que el pisapapeles viejo en su escritorio que parecía una gárgola, caminaba como una gárgola, y era de piedra como una gárgola, en realidad no era una gárgola, sino otro.
—¿Dónde sugieres que empiece? Y por qué no puedes decirme lo que es, oh poderoso familiar. —No pudo evitar el sarcasmo. ¿Smudge era capaz de poner almas de vuelta en cuerpos y usar fuerte magia, pero no podía descubrir qué tipo de paranormal se había transformado en un pisapapeles gárgola?
—Olvidaré que has dicho eso —dijo Smudge de forma condescendiente. —He estado ocupado.
—¿Con qué? —preguntó. En privado pensaba que Smudge pasaba demasiado tiempo limpiándose con sus patas arriba y su lengua…
—Puedo oírte —Smudge advirtió. —¿Y quién más crees que puede mantener a raya la plaga de arañas del ático?
Se estremeció. No le gustaban las arañas pequeñas, mucho menos las gigantes que Smudge había sugerido que vivían unos pocos pisos arriba. —Buen trabajo, lo felicitó. —Y sobre tu amigo pisapapeles… —Tocó la cosa de piedra sólida en la cabeza con la engrapadora. —He hecho una solicitud a todos los que conozco para saber quién echa de menos a alguien. Usé el ParaGoogle (1) para ver si alguien sabe algo. No estoy seguro de qué más puedo hacer en esta etapa.
Smudge hizo la versión felina de un resoplido, deliberadamente se limpió en el escritorio durante unos buenos cinco minutos, luego desapareció de la sala. Apartó el pelo que había caído en su papeleo. Esto tenía que acabarse, y a menos que lo acabara pronto, tendría a las autoridades multándole por todo el lugar.
Un golpe en la puerta de su oficina lo apartó de sus reflexiones sobre las facturas que tenía que pagar. Aunque había ganado algo de dinero recientemente y era propietario del edificio dónde vivía y trabajaba, el flujo de dinero que salía excedía en mucho el dinero que entraba en sus bolsillos.
Los impuestos eran una putada.
—¡Entra! —gritó.
Alzó una ceja al ver al hombre de cabello oscuro entrando en su oficina. La parte más extraña de su visitante, era su aparente normalidad. Los ojos del hombre no brillaban con la ira de un vampiro, no gruñía con la preocupación de un hombre lobo, y su altura media y peso, sólo podían explicarse de una forma. Humano. Debía estar perdido.
—Lo siento, llamé en la puerta principal, pero nadie contestó. Espero que no importe que entrara. —El hombre indicó la entrada con un vago ondeo de su mano.
—No. Por supuesto que no —tendría que aprender a cerrar la puerta con llave o conseguir algún tipo de alarma. El timbre había dejado de funcionar hacía unos días, y sospechaba que el calentador de agua podría estar listo para explotar en cualquier momento. Chan juraba que estaría bien, pero gorgoteaba la última vez que fue al sótano para buscar la ropa recién lavada. Podría tener que rendirse y contratar a un ayudante. Ni Chan ni él eran muy útiles en cosas de la casa.
Editado: 02.09.2023