Efímero

Prólogo.

En el mundo suceden cosas al mismo tiempo a diario. 

Una familia, celebrando la graduación de su hija como odontóloga. Otros presentando exámenes para su bachilleratos; unos ganándose la vida en la calle; políticos presentando campañas; un funeral de una actriz, o solo una persona común fuera de cámaras. 

Y mientras estos sucesos se presentan, yo, “pretendo”, celebrar mi cumpleaños número dieciocho en unas cabañas apartadas de una pequeña ciudad donde vivo.  

—Omar, ni siquiera me gusta el campo —le repito una vez más, llevando las maletas a la cajuela del coche. 

 —Es porque el smoke de la ciudad ya te daño el cerebro —dice y cierra la cajuela, sacude sus palmas tirando el poco polvo adherido a estás. 

—Joshua, no le hable de a tu padre —reprende mi madre con su dedo índice —; y tú Omar, no le hables así a tu hijo. 

Al terminar de reprender con una mirada de pocas pulgas, sube al auto dejando una última orden: ¡Y dense prisa! 

—Joshua, no solo festejamos tu cumpleaños, sino también el maravilloso...

—Ascenso de mamá en el Banco —repito lo que se ha pasado diciendo en toda la semana—. Sí papá, lo entiendo. 

—Entonces no seas un dolor de cabeza y aplícate —Gruñe entre dientes, lanzando con ello una mirada de advertencia. 

«Calma»

Cuando sube mi padre al coche, me subo en la parte detrás de lado de mi madre. Saco mis auriculares, los conecto al teléfono y le doy play a mi reproductor de música, dejando escapar la melodía de unos de mis cantantes favoritos.  

Han pasado tres días en las dichosas cabañas, intento “aplicarme” como sugirió mi grandioso padre, pero el campo es algo que no me gusta, el calor, la humedad y los malditos chupasangres de los insectos. 

No pensaba pasar este día así —aunque tampoco tenía una gran fiesta planeada—; solo pensaba algo con mis amigos (Leo y Oliver) y posiblemente con  Corina, una chica que ha atraído mi atención. 

Entró a la cabaña después de recorrer el bosque y salir a la carretera a patinar un rato, mis padres están en la sala con gestos molestos , dejo la patineta aun lado de la puerta de la entrada preparándome para el discurso. 

 —Tres horas afuera, mientras que tu madre preocupada por su príncipe que no le haya pasado —reprende mi padre furioso, señalando con la mirada a mi madre atrás. 

Le echó un vistazo penoso: tiene una mano en el pecho, da respiraciones entrecortadas y su mirada pegada al piso sin poder verme a los ojos; pero yo sí alcanzó observar los suyos, que brillan bajo la luz, cristalizados. 

  —Lo siento, no pensé… 

 —Exactamente Joshua, nunca utilizas el cerebro… 

 —Basta, Omar, no seas tan duro con él  —Mamá intenta tranquilizarlo, pero él solo se enfoca en mí. 

 —Y no solo eso  —prosigue —Cuando pensabas decirnos que reprobaste biología. ¡Sabes perfectamente que biología es una materia importante para Medicina! 

Frustrado y cansado del mismo tema, veo a otro lado, donde se encuentra un frutero pintado dentro de un cuatro de bordes dorados. 

 — ¡Se los pensaba decir! ¡Aparte, yo no quiero estudiar eso! 

La adrenalina corre por mi cuerpo; tiembla mi pecho, manos y piernas, por no saber si seré capaz de soportar está pelea sin que la voz se me corte y las lágrimas ardan en mis ojos. 

 —¡Callete!  —grita con una fuerte voz haciendo retumbar mis oídos. Un horrible sentimiento en el pecho se aplasta formando un amargo nudo en mi garganta—. Si no sabes pensar sobre tus acciones, mucho menos en tu futuro. 

Antes de que me vea con los ojos cristalizados, doy vuelta recogiendo mi patineta y saliendo de la casa. 

La tiró sobre el suelo y,  en un brinco apoyo mis pies patinando a la máxima velocidad que puedo. Pasó las manos por mi cara quitando las asquerosas lágrimas; salgo a la desolada carretera con la pista iluminada por los postes de luz blanca, mientras que el ligero viento seca mis húmedas mejillas.   

Las luces de los faroles de un auto alumbran el pavimento de una fuerte luz, me orillo cediendo el paso, el auto acelera para después cerrar me el paso, quedando la puerta del piloto frente a mí. 

El susto me congela, y la puerta se abre bajando mi padre. De mi playera gris, enrolla sus puños apoyándome contra el árbol. El dolor se hace presente, claramente siento las astillas del árbol rasguñando a través de mi playera. 

—¡No vuelvas a irte la calle como si fuéramos iguales! ¡Somos tus padres! —grita, cerca de mi rostro y veo bajo la escasa luz su rostro rojo por la cólera—. ¿¡QUÉ QUIERES QUE HAGA PARA QUE TE COMPORTES?! 

—¡YA BASTA! 

El grito de mi madre detiene mis palabras y a mi padre.

—¡Los dos se suben a la camioneta! ¡Ahora! 

Los cerrados puños de mi padre se relajan, soltando el agarre poco a poco. Mi padre es el primero en subirse, tras él, subí yo y mamá al último. 

Ya dentro de la camioneta —que hace unos instantes creí que era un auto— guardamos silencio por unos segundos.  




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