Lo primero que siento nada más despertarme es el calor que desprende su cuerpo.
Lo segundo es el olor a vainilla que siempre la envuelve.
Huele a ella.
Huele a casa.
Los rizos rubios de Nashly están esparcidos sobre mi piel desnuda, su respiración tranquila y acompasada me roza el cuello, y su brazo sigue aferrado a mi antebrazo como si en algún momento de la noche hubiera temido que desapareciera.
Sonrío, aliviado.
Es ella.
Es Nashly.
No debería estar aquí.
Probablemente Sergei me mate si se entera.
Pero no puedo negarme cuando me pide que me quede con ella porque se siente sola por las noches.
Y yo... yo nunca podría negarle nada.
Me he criado prácticamente con los Bass.
Sergei, su hermano mayor, es como un hermano para mí.
Ha sido quien me ha salvado de demasiados líos y quien me metió en el equipo de hockey cuando aún era un mocoso sin disciplina.
Los otros Bass, en cambio, son mis debilidades.
Dimitri, a sus siete años tiene la manía de pedirme que le enseñe a coger un stick, los gemelos Pavel y Yuri, de tres años, que me miran con esos ojos marrones como si fuera su dios o algo por el estilo, y Alexei...
Bueno, Alexei prefiere verme sufrir.
No hay día en que no me chinche o intente hacerme la vida imposible, pero hasta a él le tengo un extraño cariño insano.
Pero con ella es diferente.
Lo supe desde que me agarró la mano el primer día que entré en su colegio y no se separó de mí en las semanas siguientes hasta que hice mis primeros amigos.
Desde ese momento supe que ella iba a ser especial para mi.
Y no me equivoque.
La siento moverse un poco más y de repente, sus pestañas revolotean antes de abrir los ojos.
Sus ojos marrones brillosos me encuentra y sonríe, aún adormilada.
Y ahí se va.
Mi jodido pulso explota.
—Buenos días, Nach... —Su voz es suave, su sonrisa tranquila, y no sé cómo demonios no me he muerto aún.
Trago saliva y sonrió abiertamente, sin poder evitarlo.
—Buenos días, pequeña.
Nashly se acurruca más contra mí y me abraza la cintura sin decir nada más.
Yo solo cierro los ojos y la sostengo contra mi cuerpo, dejando que mi pulso se tranquilice mientras me pierdo en la sensación de calor que desprende su cuerpo.
Porque si hay un lugar en el mundo donde todo el dolor, todos los golpes y todos los recuerdos horribles desaparecen, es aquí.
Es ella.
Siempre ha sido ella.
Mi pecho sube y baja despacio, acompañado con su respiración.
La habitación está en completo silencio, dejando que se filtre el poco ruido que hay en el exterior.
Pienso en lo loco que es esto, lo jodidamente imposible que hubiera parecido para el niño que fui.
Ese crío flacucho con las costillas magulladas que miraba al techo de una habitación helada, esperando el próximo golpe.
El que aprendió a no llorar porque el dolor solo empeoraba si te veían débil.
Nadie sabe de ese niño.
Ni Sergei, ni los Choronen.
Ni siquiera Nashly.
Ella nunca ha visto las cicatrices que me cruzan la espalda desde los hombros hasta la cintura.
Nunca he dejado que me vea sin camiseta, siempre buscando excusas: el frío, el entrenamiento, lo que sea.
Si supiera... si alguna vez lo viera, dejaría de verme como lo hace.
Y yo no soportaría eso.
Siendo el movimiento de sus dedos sobre mi cintura, por encima de la camiseta, como si dibujara formas invisibles sin darse cuenta.
Mi piel debería tensarse, rechazar el contacto, pero no.
Con Nashly es diferente.
Su tacto no quema, no hiere.
Solo... calma.
—¿En qué piensas? —pregunta con voz suave, rompiendo el silencio.
La pregunta me toma por sorpresa, pero no dejo que se note.
—En nada —respondo, evitando su mirada.
Sé que no le gusta esa respuesta.
—Mentira —dice arrugando la nariz, y antes de que pueda reaccionar, me golpea suavemente en el pecho con la palma de la mano.
El contacto debería hacerme tensar, debería hacerme retroceder como siempre que alguien intenta tocarme.
Pero no hay nada de eso.
Con ella nunca está ese sentimiento.
La miró fijamente mientras sonrío, medio divertido, medio resignado.
—De verdad, no me pasa nada —repito, aunque ambos sabemos que no es cierto.
—Eres el peor mentiroso del mundo, Nach —dice entrecerrando los ojos.
Su constancia me hace reír por lo bajo.
Con cuidado, levantó la mano y le apartó un mechón de pelo rubio, pasándolo detrás de su oreja.
Su piel es suave y cálida bajo mis dedos.
Ella me observa, como si intentara descifrar lo que no quiero decirle.
Y justo cuando estoy a punto de rendirme y soltar alguna tontería para distraerla, un estruendo interrumpe el momento.
—¡Nashly! —La voz de Dimitri retumba desde el otro lado de la puerta mientras la golpea con insistencia—. ¡Quiero los panqueques que Nach dejó anoche!
Y la magia se rompe.
Maldigo por lo bajo mientras me levanto de golpe, el corazón acelerado.
Camino hacia la ventana, intentando calmarme mientras Nashly suspira con frustración.
—¡Dimitri, ve a pedirle a Alexei o Sergei que te los hagan! —grita, claramente molesta todavía desde su cama.
—¡Sergei está en el taller! ¡Y Alexei me ha tirado un cojín cuando he entrado en su habitación! —se queja el niño al otro lado de la puerta.
Nashly resopla y yo no puedo evitar soltar una carcajada baja.
—Nos vemos en el instituto —le digo mientras me acerco a la ventana.
Ella me mira confundida.
—¿Qué vas a hacer...?
No le doy tiempo a terminar la pregunta.
Abro la ventana de un tirón y saltó al tubo de la pared, agarrándome con firmeza mientras bajo en segundos.
Escucho el grito de Nashly desde arriba.
—¡Estás loco!
Pero no puedo evitar sonreír.
Claro que lo estoy.