El frío del hielo de la pista se siente incluso desde las gradas, pero a mí me agrada.
El sonido de las cuchillas rasgando la pista y las risas del equipo de la ciudad se mezclan con el de los murmullos del resto de personas de la grada.
A mi lado, Sofía y Lizzeth hablan algo sobre el entrenamiento, pero yo apenas las escucho.
Mis ojos están fijos en Nach, que desliza el puck con una agilidad que me deja siempre impactada.
Su pelo rubio está desordenado bajo el casco, y el número en su camiseta sobresale mientras patina con esa seguridad que parece parte de él.
Desde pequeño siempre había sido así: seguro, fuerte... aunque hay mucho más detrás de esa fachada que nadie parece notar.
—¿Entonces Nach sigue durmiendo contigo? —pregunta Sofía de repente, sacándome de mis pensamientos.
Trago saliva y desvió la mirada del equipo para enfocarme en ella.
Sofía tiene el pelo pelirrojo recogido en una coleta alta, y sus ojos azules me observan con curiosidad.
—Sí —admito bajando un poco la voz.
Lizzeth, sentada al otro lado de mí, alza una ceja.
Su melena castaña cae sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillan con picardía.
—Eso no es nada normal, Nash —dice con un tono travieso—. Un chico durmiendo con una chica todas las noches... vamos, ¿me vas a decir que no hay algo más ahí?
—¡Claro que no! —replicó rápidamente, sintiendo el calor subirme al rostro—. Somos amigos desde que somos niños.
Sofia suelta una risita.
—Sí, ya. Claro. Y yo soy la reina de Escocia.
—¡Es en serio! —insisto—. Nach solo lo hace porque yo le pido que se quede. Me siento sola por las noches, y él... bueno, es Nach. Nunca me dice que no.
—Por supuesto que no te dice que no —comenta Lizzeth, cruzándose de brazos—. Está coladito por ti desde que somos críos. ¿O te tengo que recordar cuando te llevaba las mochilas aunque casi se desmayara por cargar con la suya?
—Eso es porque es amable —protestó.
—¿Amable? —Sofía levanta las manos al aire—. Nashly, cariño, ningún chico hace esas cosas solo por ser amable.
—Exacto —coincide Lizzeth—. Mira cómo te mira.
Mis ojos vuelven a buscarlo automáticamente en la pista.
Nach está de espaldas en este momento, pero su figura destaca entre el resto del equipo.
Patina con esa gracia natural que siempre me ha encantado, y por un segundo me quedo perdida mirándolo.
—Solo somos amigos —digo con firmeza, aunque mi voz suena menos convincente de lo que esperaba—. Si él me pidiera que me quedara con él porque se siente solo, yo también lo haría.
Sofia suelta un bufido.
—Esa lógica tuya es adorable pero completamente absurda.
Lizzeth me mira con una expresión que grita "pobre niña ilusa", y Sofía niega con la cabeza, riendo por lo bajo.
—A ver, Nash, cariño —comienza Lizzeth con esa paciencia falsa que usa cuando cree que estoy siendo particularmente terca—. Vamos a suponer que tienes razón y que Nach solo lo hace porque es muy amable. Entonces dime, ¿por qué no hace lo mismo con ninguna otra chica?
Me quedo en silencio.
No es que no tenga respuesta, pero... simplemente no quiero decirla en voz alta.
Porque claro que Nach no hace lo mismo con nadie más.
Pero si empiezo a pensar en el por qué, mi estómago se enreda demasiado.
Así que me encojo de hombros.
—Supongo que porque soy la hermana de Sergei —digo al final.
Sofía me mira como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Que?
—Ya sabes... —me remuevo en mi asiento, incómoda—. Me ha visto crecer. Soy como su hermana.
Las dos chicas estallan en carcajadas, y yo frunzo el ceño.
—Perdón, ¿cuál es la broma?
—Nash, amor mío, ningún chico mira a su hermana como Nach te mira a ti —dice Lizzeth, aún riendo.
—Exacto —añade Sofía—. Míralo bien.
Con un suspiro, vuelvo la vista hacia la pista, justo en el momento en que Nach se desliza con una velocidad impresionante sobre el hielo pasándole el disco a Sergei, que marca un punto.
El equipo estalla en gritos y todo el equipo los rodea, pero su mirada, incluso desde aquí, me parece distinta.
Por un segundo, creo que me está buscando entre la multitud.
Mi corazón da un vuelco absurdo, pero sacudo la cabeza.
—Eso no significa nada —digo finalmente, encogiéndome en mi abrigo—. Él podría tener a cualquier chica del instituto. No se va a fijar en mí.
—¿Perdón? —Sofía me mira como si acabara de decir que el hielo es fuego—. ¿Tú te has visto?
Lizzeth asiente, indignada.
—Exacto, Nash, ¿Qué chorrada estás diciendo?
Me encojo de hombros, sintiéndome de repente demasiado expuesta.
—Solo digo la verdad. No cuando tiene a toda la población femenina del instituto babeando por él.
Y eso es cierto.
No hay un solo día en que no escuche a alguna chica suspirar por Nach en los pasillos.
En la cafetería.
En las gradas, como ahora.
No las culpo.
Es imposible no notar lo que hace que Nach sea... bueno, Nach.
Es guapo de esa forma natural que no necesita esfuerzo, con su cabello rubio siempre un poco desordenado y esos ojos claros que pueden ser fríos como el hielo en la pista, pero cálidos y gentiles cuando está conmigo.
Y es fuerte.
No solo físicamente, sino en la forma en que sostiene todo sin dejar que nadie vea cuánto le pesa.
Pero yo sí lo veo.
Siempre lo he hecho.
Un rato después el sonido de la bocina marcan el final del partido cuando estallan en el estadio, seguido de un rugido ensordecedor de gritos y aplausos.
Ganaron.
Sin pensarlo dos veces, me levanto de mi asiento y corro hacia la pista.
La emoción late en mi pecho mientras esquivo a la gente en las gradas, mi único objetivo es llegar hasta mi hermano.
Nada más poner un pie en el hielo, mi mirada recorre el grupo de jugadores celebrando en el centro de la pista, buscando la figura alta de Sergei entre los cascos y jerseys azules.