La tenue luz de mi escritorio baña los papeles esparcidos frente a mí mientras anoto los últimos cálculos en mi libreta.
Suelto un suspiro y dejo la calculadora a un lado, frotándome los ojos.
Estoy agotada.
Estiró los brazos sobre la mesa, tratando de aliviar la tensión en mis hombros, cuando el sonido de la puerta abriéndose me hace girarme de golpe.
Nach.
Lleva un chándal negro, sin marcas ni logotipos.
La sudadera le queda un poco holgada, pero los pantalones se ajustan lo suficiente para dejar entrever la firmeza de sus piernas, la estructura de su cuerpo de atleta.
Su pelo rubio está algo desordenado, y sus ojos....
Sus ojos grises están clavados en mí con la intensidad que lo caracteriza, esa que a veces parece una tormenta y otras un océano en calma.
Cruzó los brazos girando para mirarlo.
-¿Qué haces en mi habitación?
Él se apoya contra la puerta y se encoge de hombros, como si estuviera aquí por casualidad, como si no acabara de colarse en mi casa en mitad de la noche.
-Tu padre me dejó entrar cuando vio que me estaba colando por el patio.
Parpadeo.
-¿Qué qué?
-Lo que has oído.
-¿Y por qué te estabas colando por el patio? -pregunto, arqueando una ceja.
Nach ladea la cabeza, y por un momento, su expresión se suaviza.
-¿De verdad creíste que iba a olvidarme de tu cumpleaños?
Abro la boca para responder... pero la cierro cuando me doy cuenta de que no sé qué decir.
Miro rápidamente el teléfono sobre el escritorio.
12:02 a.m.
Exactamente.
Suspiro y lo miro de nuevo.
-Podrías haberte esperado a la mañana.
Nach niega con la cabeza, dando un par de pasos más hacia el interior de la habitación.
-No podía esperar tanto tiempo.
Y algo en mi pecho se aprieta.
Antes de que pueda responder, Nach alarga una mano y me toma suavemente de la muñeca.
-Siéntate.
Me guía hacia la cama, haciendo que me siente en el borde.
Después, mete una mano en el bolsillo de su sudadera y saca una pequeña caja de terciopelo negro.
Mi respiración se queda atrapada en mi garganta.
Él la sostiene en la palma de su mano durante un segundo, mirándome, y luego la extiende hacia mí.
Trago saliva antes de tomarla con cuidado.
El terciopelo se siente suave bajo mis dedos cuando deslizo la tapa hacia arriba.
Dentro, sobre una pequeña base de satén, hay un colgante plateado.
Es delicado, de un diseño simple, pero hermoso.
Un dije en forma de corazón cuelga del centro, y cuando lo tomo entre los dedos, noto que hay algo grabado en él.
In aeterum.
-¿Latín? -pregunto en un susurro, incapaz de apartar la mirada de la joya.
-Para siempre -traduce Nach en voz baja.
El mundo entero deja de moverse por un instante.
Nach toma la cadena con cuidado y se mueve detrás de mí.
Su piel roza la mía cuando abrocha el cierre en mi cuello, y un escalofrío recorre mi espalda.
Bajo la mirada y toco el dije con la yema de los dedos.
-Es precioso... -murmuro.
Él asiente, satisfecho.
-Tengo algo más que enseñarte.
Frunzo el ceño mientras se sienta a mi lado y se lleva las manos al cuello de su sudadera.
Con un movimiento, la desliza un poco hacia un lado, dejando al descubierto su clavícula izquierda.
Y ahí, sobre su piel, veo la tinta.
Unas coordenadas perfectamente alineadas recorren su clavícula, y justo debajo, en un trazo limpio y elegante, una sola palabra:
Semper.
El aire se me atora en la garganta.
Mis ojos recorren los números una y otra vez.
Sé exactamente qué representan.
Son las coordenadas de mi lugar.
De la playa a un par de kilómetros de aquí.
De la playa donde crecimos.
Donde él ha estado en cada momento importante de mi vida.
Cuando alzo la vista, Nach me está observando.
-¿Lo hiciste en serio? -susurro, sin poder creerlo del todo.
Nach mantiene su expresión relajada, pero hay algo en su mirada que delata cierta expectación.
Como si estuviera esperando mi reacción, como si realmente le importara lo que voy a decir.
No me responde de inmediato, pero en cuanto asiente, siento cómo mi estómago se revuelve.
Mi corazón da un vuelco.
-Estás completamente loco -murmuro, todavía sin poder apartar la vista del tatuaje.
Él se encoge de hombros con su típica arrogancia.
-Eso me dijo el tatuador.
Me río suavemente, negando con la cabeza.
-¿Te ha dolido?
Nach ladea la cabeza, pensativo.
-Ha valido la pena el resultado.
Lo miro fijamente.
-¿Por qué has tatuado esto?
Nach mantiene mi mirada por un largo instante.
Y cuando habla, lo hace en voz baja, con esa intensidad tranquila que hace que todo a mi alrededor desaparezca.
-Porque si alguna vez me pierdo, quiero que el camino de vuelta siempre me lleve a ti.
El aire se queda atrapado en mis pulmones.
Mi corazón late con tanta fuerza que creo que Nach podría escucharlo si hubiera un poco más de silencio en la habitación.
Él sostiene mi mirada sin pestañear, sin rastro de arrepentimiento, como si lo que acaba de decir no fuera capaz de cambiarlo todo.
Porque lo cambia.
Me humedezco los labios, intentando encontrar algo que decir, pero no hay palabras que puedan igualar lo que acaba de soltar.
Él no se lo ha tatuado porque sí.
No ha elegido esas coordenadas al azar.
-Nach... -susurro, con la voz apenas audible.
Él parpadea y, por primera vez en todo lo que llevamos de conversación, parece dudar.
Como si acabara de darse cuenta de que acaba de cruzar una línea que ninguno de los dos hemos tenido el valor de tocar hasta ahora.
Se pasa una mano por el pelo, despeinándolo aún más.
-No tienes que decir nada -murmura, bajando ligeramente la mirada, algo que raramente hace-. Solo quería que lo supieras.