Varios años después...
Era una mañana silenciosa y deprimente, como cualquier otra. Me desperté exaltado, agitado por una de las tantas pesadillas que me atormentaban desde aquel trágico día. Mi respiración era pesada, el sudor frío recorría mi frente y el eco de su voz aún resonaba en mi mente: "Fue divertido..."
Me quedé mirando el techo durante unos segundos, tratando de calmar el latido acelerado de mi corazón. Aún no lograba comprender cómo, después de tantos años, el dolor seguía tan presente.
Hoy es 15 de diciembre de 2022. Ocho años exactos desde el accidente.
La tenue luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando los bordes polvorientos de mi habitación y recordándome que debía levantarme. Tenía un trabajo pendiente que terminar, pero la desgana pesaba sobre mi cuerpo.
Me incorporé lentamente, sintiendo cómo la melancolía se aferraba a mi pecho. Desde aquel día, las mañanas siempre habían sido las más difíciles. El mundo seguía avanzando, pero para mí, el tiempo parecía haberse detenido en ese instante, congelado en el último destello de su sonrisa.
Con un suspiro profundo, puse los pies en el suelo frío y caminé hasta el escritorio. Sobre él, un telescopio cubierto con una delgada capa de polvo se erguía como un recuerdo constante del pasado. Lo acaricié con la punta de los dedos, sintiendo el nudo en la garganta formarse de nuevo.
-Hoy... hoy iré a verte, Star -murmuré en voz baja, como si ella pudiera escucharme.
Bajé al sótano y retomé mi trabajo, pero mis manos se movían en automático. Mi mente, en cambio, estaba lejos, atrapada en otro tiempo, en otro lugar. La brisa salada de aquella playa aún rozaba mi piel, su risa aún vibraba en el aire, y sus ojos... Sus ojos seguían mirándome como si el mundo jamás fuera a romperse.
Esteban estaba absorto en su proyecto, el mundo reducido al leve zumbido de los circuitos y el tenue resplandor de sus planos esparcidos sobre la mesa. No escuchó el primer golpe en la puerta, pero el segundo lo arrancó de su concentración.
Parpadeó, desorientado, antes de subir las escaleras. Al abrir, se encontró con Francis sosteniendo una bolsa de comida.
-¿Sigues en lo mismo? -preguntó su amigo, arqueando una ceja.
Esteban suspiró y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.
-Sí. En el mismo lugar de siempre.
Francis sonrió con un deje de resignación.
-Bueno, bajemos. Al menos come algo mientras trabajas.
Francis y Esteban jamás habrían cruzado sus caminos de no ser por aquel proyecto de ciencias. Ninguno deseaba trabajar en equipo: Esteban porque prefería la soledad, su refugio habitual; Francis porque temía que el chico más reservado de la clase arruinara la diversión. Pero el destino, caprichoso como siempre, los empujó el uno hacia el otro.
Esteban destacaba en todo lo académico. Su mente parecía un laberinto de ideas complejas, pero su silencio lo envolvía en un muro infranqueable. Hablaba lo justo y necesario, sin buscar la atención de nadie. Francis, en cambio, era un torbellino de palabras y sonrisas. Su carisma iluminaba cualquier grupo en el que participara. Aunque sus calificaciones no fueran las mejores, su pasión por la ciencia nacía de un deseo profundo: dejar su huella en el mundo.
Para Esteban, la ciencia tenía un significado distinto. No buscaba reconocimiento ni elogios; su obsesión iba más allá de cualquier ambición personal. Era una llave que prometía abrir la puerta del pasado. Una puerta que lo llevaría de regreso a aquello que perdió, aquello que le robaba el sueño y que cada amanecer le recordaba la cruel marcha del tiempo.
-¿Y si hacemos algo diferente? -propuso Francis un día, rompiendo el silencio habitual.
-¿A qué te refieres? -respondió Esteban, sin apartar la vista de sus apuntes.
-No sé... Algo grande. Algo que haga que todos recuerden nuestros nombres.
-No me interesa que me recuerden -contestó Esteban con frialdad.
Francis frunció el ceño, intrigado.
-¿Entonces por qué te obsesiona tanto este proyecto?
Esteban guardó silencio, sus dedos apretaron con fuerza el borde del cuaderno. Pero, por alguna razón, sintió la necesidad de responder:
-Porque necesito comprobar que es posible. Necesito... cambiar algo.
Los ojos de Francis brillaron con curiosidad y determinación.
-Entonces hagámoslo juntos. No solo por mí, ni por ti... sino porque podemos lograr lo imposible.
-¿Qué es todo esto? -preguntó Francis, levantando una hoja llena de ecuaciones y dibujos caóticos.
Esteban, que llevaba un rato en silencio, lo miró de reojo antes de responder.
-Planos. Los hice hace años.
Francis frunció el ceño, hojeando el resto de los papeles apilados en la mesa. Eran docenas, quizá cientos, cada uno detallando piezas, conexiones, fórmulas que no terminaba de comprender del todo, pero que tenían una intención clara.
-¿Es... una máquina del tiempo? -su voz tenía un tono entre incredulidad y emoción.
Esteban asintió.
-Lo he estado planeando desde hace mucho, pero nunca tuve a alguien con quien construirla.
Francis dejó los papeles y lo miró fijamente.
-Pues ya no estás solo. Vamos a hacerla.
Y así comenzó todo.
Durante dos años, entre noches sin dormir, errores que los hacían empezar desde cero y momentos en los que casi quemaban la casa de Esteban, la máquina fue tomando forma. La amistad entre ambos se fortaleció con cada avance y cada fracaso. Francis entendió que Esteban no solo tenía una idea, tenía un propósito, y se prometió a sí mismo que lo ayudaría a lograrlo, sin importar cuánto tiempo tomara.
Finalmente, llegó el día de la feria científica. Presentaron su prototipo, una máquina inestable que lograba mover energía de un punto a otro. Para ellos, era un milagro de la ingeniería. Para los jueces, no lo suficiente: quedaron en tercer lugar.
-¡Esto es una locura! -Francis casi gritó, apretando el diploma entre los dedos-. ¡Construimos algo increíble y nos dan un mísero tercer puesto!