Un segundo después, Zoey se tapó la boca. Había chicos en los pasillos que se voltearon para mirarla. Desde donde estaban, el ángulo de la ventana no les permitía ver al fantasma. Nerviosa, se giró y corrió hacia las escaleras sin explicar nada a nadie.
—Habrá visto una araña —dijo un chico de noveno grado al verla pasar.
Subió hasta su cuarto sin atreverse a mirar por las ventanas, con la vista siempre fija en el suelo.
—Ella no puede entrar aquí —se dijo a sí misma—, no puede. Nadie puede. El túnel está cerrado. —Llegó a su piso jadeando y empujó la puerta de la habitación, con sudores fríos en la nuca.
Zack estaba en forma humana. Miraba el techo, recostado so- bre su cama con la mitad de la camisa blanca abierta. La piel de su pecho la distrajo por un instante, sacándole de la cabeza al siniestro fantasma.
—¿Pasa algo? —preguntó él, levantando los ojos hacia ella—. Vaya, teniendo en cuenta que dentro del colegio estás más segura que fuera, no pensé que pudiera ocurrirte algo en el rato que tomas para cenar.
—Es ese fantasma —explicó Zoey, temblando—. Se apareció en una ventana.
Él se irguió de pronto y saltó de la cama como un rayo.
—¿En serio?
—¿Por qué nos siguió hasta aquí?
—¡A ti! —exclamó Zackary—. Yo estoy tan muerto como ella, le doy igual, ni debe de haberse percatado de mi presencia. Tú tienes el dije.
—¿Y qué hace aquí, entonces? —murmuró ella mientras corría hasta la ventana. Sin dudarlo, cerró las cortinas. Lo único que faltaba era que esa cosa se apareciera a mitad de la noche y que Jessica la viera.
—Tranquila. —Zack se acercó a ella y le pasó un brazo por encima—. Quizá quiere decirnos algo más. O tal vez solo nota que tienes del dije y te sigue por eso. Yo creo que es más bien lo segundo.
Sorbiendo por la nariz, Zoey se giró hacia el pecho del chico. Apretó la cara contra la piel desnuda de Zack y cerró los ojos. Lo abrazó con fuerza y no permitió que él se moviera de su lado. Zack no hizo ni el menor esfuerzo, tampoco.
—Estoy un poco cansada —le dijo ella luego, conteniendo las lágrimas—. Quisiera que esto se acabe ya.
—Terminará pronto —aseguró él mientras le acariciaba el ca- bello y enrollaba los rizos entre sus dedos—. Lo resolveremos.
Continuaron abrazados. Zoey intentaba tomar valor en su co- razón. Los besos, los mimos, la amistad, el sexo… eso no era ningún tipo de declaración y era consciente de ello a raíz de todo el apoyo que le daba, de todo lo que lo necesitaba, de cómo la consolaba en ese momento.
En realidad, ella le había dicho que lo quería. Pero quererlo era poco. Lo que sentía era mucho mayor.
Con timidez, levantó la cabeza. Esperaba que él estuviera mirando hacia otro lado, pero Zack tenía los ojos en su rostro;
se veía bastante tranquilo. Su expresión cambió cuando ella hizo una mueca nerviosa.
—¿Comiste bien? —preguntó él—. Estás un poco pálida y Jessica tiene razón al decir que no te alimentas lo suficiente.
—Estoy bien —murmuró Zoey, acobardada. «¡No! Tienes que decirlo de una vez», se dijo. Sería bueno para ella, sería como liberar su alma—. Zack…
—¿Sí?
Zack le sonrió, tan hermoso y perfecto como él era. Ella lo miró embobada; de pronto deseó ser besada y arrasada en una cama sin tregua ni perdón. Pero tenía que hablar, debía acordarse de hablar.
—Yo quería decirte lo que en verdad…
—¡Zoey! —Jessica casi pateó la puerta y Zack tuvo un milise- gundo para convertirse en conejo. Completamente ofuscada por arruinar su oportunidad, Zoey se volteó a verla.
—¿Qué diantres te pasa? —le espetó, con la mandíbula apre- tada, sosteniendo al conejo.
Jessica sonrió.
—Nada —dijo y ahí le dieron deseos de asesinarla—. Te traje esto. —La chica no se inmutó por su expresión cargada de odio y le lanzó una manzana roja—. Más te vale comértela toda.
—Para mí que deberías matarla de verdad. Yo quería saber qué ibas a decir. ¿Era sobre mi desempeño? —murmuró Zack por lo bajo, cuando Jessica se tiró sobre la cama.
Zoey lo hubiera golpeado, porque sabía que él se mofaba de la situación, pero prefirió morder la manzana con cáscara y todo mientras lanzaba al conejo contra las cortinas con la otra mano.
—¿Qué me dices de ese rubio? —preguntó Jessica, que seña- laba a un chico de tercero del que Zoey no sabía ni el apelli- do—. ¿O ese? —Ahora apuntaba a uno de primero. Zo empezaba a preguntarse cuántos rubios asistían a esa escuela.
Había pasado ya todo un día sin ver al fantasma. Para ese momento, la mayor preocupación que tenía durante la jornada era Jessica, que moría por averiguar a quién había besado ella en la fiesta.
—¡O ese! Seguro es Cristian y ambos andan fingiendo que ni se hablan. —Él era un compañero de clases con el que casi no tenían trato, era más amigo de los chicos de tercero y, en realidad, parecía estar sumamente interesado en Mariska.
—¡Qué no! Ya basta.
—¡Pero tienes que decírmelo! Soy tu mejor amiga.
—Una amiga que pretende robarme cuarenta pesos con una foto de pésima calidad que, supuestamente, muestra al profesor Héctor y Mariska —terció ella entre risas—. ¡Si compruebas que tienen sexo, quizá te lo digo!
—Eso no es justo —Jessica apretó la correa de su mochila mientras entraban al comedor—. Tampoco es justo este calor. Si no es hoy el último día de esta mierda, voy a demandar al presen- tador del clima.
Vieron una mesa apartada en la que posiblemente se sentarían luego, puesto que las que estaban debajo de los ventiladores y del aire acondicionado ya estaban ocupadas.
—¿Podemos tomar las cosas y llevarlas al cuarto? —pidió Zoey mientras hacían la fila para alcanzar los sándwiches de pollo y tomate—. Me voy a morir aquí.
—O podemos sentarnos junto a las ventanas. —Jessica su al- muerzo y lo cargó bajo el brazo. Las bandejas estaban demasiado lejos como para ir a buscar una. Mientras más pronto se alejaran de otros cuerpos calientes, mejor.