El amanecer de las bestias.

Capítulo I: Las quimeras del mal.

Cristopher.

Cerré la puerta y me recosté en ella, jadeando con Catherine en mis brazos, su cuerpo se volvió flácido y sus ojos se cerraron, el sudor comenzó a cubrir mis poros, por el esfuerzo del golpe de adrenalina que tuve y el calor que emitía mi pequeña hermana, su rostro estaba rojo, apestaba a vómito y alcohol.

Sin embargo, esa reacción no era porque estuviese ebria, ese maldito debía haberla drogado, el sólo de recordarlo hacía que mi sangre hirviera en ira, el cuerpo de ese animal yacía casi inerte a un lado de la cama, como consecuencia de la paliza que le había propinado y por haberle roto una botella de vino en la cabeza, al final no había tenido más opción, se encontraba agresivo y para ser sinceros, no era que importase mucho… esto probablemente era el inicio del fin del mundo o de la humanidad, en realidad el resto de seres vivos podrían arreglárselas en medio de este holocausto.

Pasé el seguro de la puerta que vibraba por los múltiples golpes de las personas que tocaban e hice oídos sordos a sus gritos desesperados, detrás de la pesada puerta y las llamadas de auxilio, sin duda pesaría en mi conciencia más tarde, pero ahora sólo me importaba salvarme a mí y a mi hermana que yacía inconsciente en mis brazos.

Tomé una sábana y la amarré estilo taquito, la sujeté en mi hombro con la misma y me asomé por el balcón de la habitación, la calle era un caos, había gente corriendo y chillando por todos lados, ésos monstruos desgarraban a las personas como si de un perro hambriento ante un bistec se tratasen

Un aroma metálico llegaba a mi nariz y las calles brillaban de un rojo negruzco entre la sangre-suciedad que cubría el suelo y sus alrededores, si algo pude percibir es que se abalanzaban sobre las personas que gritaban, había unas cinco de esas terribles bestias con grandes colmillos devorando a múltiples jóvenes en la calle.

Con una idea en mente, comencé a descender por el balcón, a duras penas podía mantener el equilibrio por tener a mi hermana bamboleándose de un lado a otro, resbalé múltiples veces, era bueno que ella estuviese inconsciente y callada. Mi corazón tamborileaba acelerado por la adrenalina que me inundaba, miré en todas las direcciones y no parecía haber atraído la atención de ninguno de ésos bichos.

Todos esos gritos y agitación de mis compañeros universitarios, me favorecían para moverme por el patio sigilosamente, había dejado mi automóvil en el frente de la casa al llegar, pero ya no se encontraba por ningún sitio, el deportivo de Cathy tampoco estaba, podía sentir la ansiedad carcomiéndome.

Gritos y destrozos se escucharon justo sobre mí, mi respiración se volvió más pesada por el cansancio, no paraba de temblarme el cuerpo y no tenía la más mínima idea de que hacer, o bueno sí, mi mente se iluminó por una cruel idea, al ver un cadáver despedazado junto a una Lincoln Navigator negra.

Fue un pensamiento terriblemente hermoso y perfecto para la ocasión, en cuclillas me dirigí cautelosamente, sin quitar la mirada de las bestias concentradas en los cadáveres que tenían justo a dos metros delante de mí.

Justo en la mano del tipo tasajeado y de rostro irreconocible, brillaba una luz plateada, con repulsión tomé la llave entre sus dedos sanguinolentos, de forma inconsciente o incluso, podría decir que de manera estúpida, presioné el sensor de alarma y al mismo tiempo se encendieron las luces del automóvil, brillando intermitentes, con la estridente alarma resonando por toda la calle, alertando y atrayendo a las temibles bestias hacia mí.

Ipso facto presioné el botón panic de la llave apagando la alarma, en vano claro está, porque a una velocidad inhuma se movieron para abalanzarse sobre nosotros.

Por suerte mi cuerpo se movía en modo automático y sin saber en qué momento, abrí la puerta, salté dentro del asiento del conductor y la cerré con fuerza, segundos antes de que se estrellaran contra el automóvil.

El sonido de los arañazos, eso alaridos impregnados en rabia y los constantes golpes contra el metal enviaban escalofríos por toda mi columna vertebral, estaba aterrado y no parecía tener consciencia de cada uno de mis movimientos, al contrario, yo parecía un monigote manejado por mi cerebro y un simple espectador…

El vidrio del automóvil estaba diseñado para resistir fuertes impactos de balas, sin embargo, la fuerza de esos monstruos era tan brutal, que el vidrio temblaba y fisuras amenazaban con dejarnos expuestos a sus garras.

Aunque todo parecía pasar en cámara lenta ante mis ojos, sorprendido, descubrí que era yo quién me movía endiabladamente veloz, mi mente atemorizada se movía por instinto y tenía lapsus mentales, por lo que no podía percatarme de lo que hacía, hasta que mi conciencia se activaba sin saber en qué momento salté al puesto del conductor, o como introduje la llave en el bombín de arranque con mis dedos temblorosos.

Aceleré en retroceso buscando alejarme lo antes posible del lugar, pisando el pedal a máxima velocidad, mientras lo hacía, podía ver como las terribles bestias se resbalaban del automóvil por la rapidez en la que nos movíamos y sólo una de esas cosas, luchaba aferrada al techo, para evitar caerse.

Estamos acostumbrados a ver en las películas al típico protagonista que es un experto en conducir y todo lo que hace, por supuesto, todo siempre le sale bien. Maniobran el vehículo girando de un lado a otro para deshacerse de las amenazas que le acechan, pero yo temía que de sólo intentarlo descarrilara por el húmedo asfalto bañado en sangre y fluidos humanos, volteándome en el intento, siendo todo lo que había hecho, en vano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.