El amanecer de las bestias.

Capítulo III: Un nuevo día y un adiós... a una horrorosa pesadilla.

Catherine.

Me desperté con una jaqueca horrible, aunque las lámparas estaban apagadas, la luz que irrumpía en la habitación a través de la ventana, me producía fotofobia, así que tomé una almohada cubierta por una suave funda celeste y la utilicé para cubrirme los ojos. Fue un movimiento ligero y aun así me trajo terribles consecuencias, mi columna vertebral crujió y la lucidez se adueñó de mi cuerpo, despertándome por completo.

Fue ahí cuando fui más consciente de mí misma. Me dolían hasta las raíces del cabello, lo peor era el calvario que estaba viviendo justo en mi espalda, puesto que el más mínimo movimiento de mis músculos, se convertía en una tortura para mí, fue allí cuando poco a poco vinieron imágenes a mi cabeza, atiborrando mi cerebro con los recuerdos de la noche anterior… malditos Kyle y Liliana, iba a asegurarme de que me las pagasen todas.

¡Oh Dios! ¿Cristopher?, la vergüenza se adueñó de mis emociones, al pensar en mi hermano salvándome ayer. Lo que él había visto la noche anterior… estaba a punto de ser abusada, casi desnuda y cubierta en vómito, agregado al hecho de que seguro estaba drogada y fuera de mis cabales.

Si Marcus hubiese estado aquí, no habría pasado nada de eso, claro, ni siquiera hubiese ido a esa estúpida fiesta. Aunque, era infantil culparlo por haberse ido, fue a realizar un trabajo, no a jugar. Yo había sido la tonta que salí a tontear por ahí y caí víctima de las malas intenciones de mis supuestos amigos.

Grité con todas mis fuerzas, ahogando un grito en la almohada de color… ¿celeste?, me senté de inmediato, alerta y asustada, la adrenalina recorría mi sangre apaciguando el dolor, ¿dónde me encontraba?, ésta no era mi habitación.

—¡Silencio Cathy! —exclamó un niño en susurros, mientras el abría la puerta de la habitación en la que yo me encontraba, sin mis lentes no podía visualizarlo con precisión y poder reconocerle, pero su tierna voz lo delató, continuó susurrando—. ¡no podemos hacer ruidos fuertes!

—Lo siento Tommy, ¿dónde está Cris? —respondí adolorida, en un tono demasiado alto para lo que él solicitaba, pero el dolor de la columna no paraba de atormentarme—, buenos días…

—¡Basta Cathy!, si no eres capaz de hablar bajo, entonces mantente callada, ésos monstruos nos encontrarán si sigues así. —su voz era apenas audible y con mucho cuidado cerró la puerta, encendió el televisor que había en la habitación y ajustó el sonido en el mínimo, sólo podía entender algunos fragmentos sueltos, sobre unos monstruos a los que denominaban “engendros” y estaban azotando al país.

—Cariño, debes dejar de ver ese tipo de películas o comiquitas, vas a terminar sufriendo de algún tipo de paranoia, aún estás muy chico…

—Había olvidado que estás ciega —dijo golpeándose la frente con gran dramatismo, digno hijo de Evelyn—. Ve a ponerte tus lentes y míralo, es el canal de noticias no una película, cuando lo hagas trata de hacer el menor ruido posible, por favor —exclamó en voz baja, a la vez que seguía de pie junto al televisor. Por extraño que fuese, un escalofrío me recorrió, ¿se habría escapado algún animal salvaje? Preferí mantener mi mente en blanco y obedecerle.

Así que terminé haciéndole caso a un pequeño de seis años en su extraña fantasía, donde lo más probable es que todo fuese una broma orquestada por Cristopher para asustarme, igual la seguiría para apoyar al chiquillo. Por lo que me levanté con todo el dolor de mi alma y caminé en dirección al baño como si fuese una embarazada, con las manos en mi cadera tratando de enderezar mi maltrecha columna vertebral.

Entre suspiros y sollozos llegué hasta el lavabo, con mi estuche de lentes de contacto en la mano, Tommy me los había acercado y le agradecí en el alma, mi miopía de -18 me dificultaba ver objetos tan pequeños y distinguía algunas cosas por colores, sólo eran manchas coloridas lo que podía ver sin mis lentes.

Aproveché de hacer mis necesidades y luego de lavarme bien las manos, me coloqué las lentillas, a diferencia de lo que muchos a mi alrededor pensaban, mis lentes eran transparentes y los utilizaba por tener una miopía a la cual le faltaba poco por rozar la ceguera, no como un cosmético más.

Pude observar que me encontraba pálida y con moretones en mis brazos descubiertos, tenía una franela roja y pantalón de pijama negro, ropa femenina que debía pertenecerle a Evelyn, el sólo pensar en ella o en mi hermano aseándome, me hizo querer morir de la vergüenza, quería enterrarme viva y desaparecer de la faz de la tierra…

Aunque ya que eso no iba a pasar, me decidí a que la anterior, sería la última noche que bebería y saldría con estudiantes estúpidos, encima mañosos y abusivos. Que tonta había sido, con lo que amaba estar en mi casa y detestaba ese tipo de ambiente, podía creerlo en la adolescencia, que interpretaba un papel para evitar el bullying y ser catalogada de nerd.

En cambio, ahora, yo era una mujer ya, no debía guiarme o dejarme manejar por otros… ¿Por qué seguía siendo tan voluble? Ante la amenaza de que se me escapasen las lágrimas, reprimí el impulso de llorar, bloqueé mis pensamientos y me dirigí en busca de mis cosas, quería irme a mi habitación lo antes posible.

Para cuando salí del baño, Tommy aún estaba viendo la televisión, en el canal CNN, unos horribles monstruos con una apariencia entre humanoide y animal, muy similar a los hombres lobos y con la pupila de una brillante tonalidad dorada, causaban terror en la ciudad. Saltaban en todas las direcciones, dejando una desgarradora carnicería de humanos y animales por doquier.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.