Oscuridad
La profunda y fría oscuridad me envolvía, una sensación indescriptible se aferraba a mi piel. Pero nada se comparaba con las aguas heladas que rozaban las puntas de mis pies. La incomodidad era absoluta.
No podía ver nada. Ni mis manos, ni mi rostro, ni el suelo bajo mí. Hasta que la luz apareció.
Pequeños destellos surgieron de la nada, como estrellas naciendo en el abismo. Iluminaban la superficie del agua, reflejando un cielo sin fin.
Era hermoso.
Mi pecho se llenó de asombroso, mis ojos se abrieron con ansias de devorarlo todo. Quería alcanzarlas, Quería volver a ellas, Quería volar.
Extendí los dedos hacia las estrellas. Di un paso adelante. Y entonces, mi cuerpo se rompió.
Cayendo al suelo de aguas.
Bajé la mirada y vi mi reflejo en la oscura superficie del agua. Humo negro emanaba de mi ser, deshaciéndose en la brisa etérea. ¿Ese soy yo?, Me pregunté mientras observaba mi rostro distorsionarse. Mis ojos brillaban como linternas, con un resplandor amarillo intenso.
Mi pecho latía con fuerza, con una cálidez extraña. El humo que me conformaba se arremonilaba, formando la vaga silueta de un cuerpo humano.
Una voz resonó cerca. Me giré.
Delante de mí, un grupo de figuras espectrales se alzaba en la penumbra. Algunos irradiaban colores vibrantes, otros parecían sombras vivas. Sus cuerpos parecían hechos de fuego, viento, agua y tierra.
Sin dudarlo, me levanté. Caminé entre ellos, buscando, hasta que lo ví.
Una silueta verde resplandeciente, con un cuerpo que danzaba como las llamas de una fogata. Sin pensarlo, mi mano se formó de nuevo y se extendió a su hombro.
Mi boca tembló al pronunciar su nombre.
— ¿E-Eres tú?... ¡Hermano! Gerardo...
Al decirlo, mi cuerpo se desvaneció. Mis manos se disolvieron en el aire, mi rostro se fragmentó, mi esencia se deshizo.
Caía.
Pero antes de tocar el agua, alguien me sostuvo. Pese a que mi cuerpo era humo, alguien me sujetaba. Pese a que me desdibujaba, volvía a formarme. Y entonces, escuché su voz.
— No caigas, Jim. Todavía me recuerdas.
Aquí, en este lugar, todos olvidaban. Se desvanecían en el olvido. Pero yo lo recordé. Por miedo a desaparecer, por miedo a perderme.
— Lo mismo se puede decir de ti.
Gerardo me levantó con cuidado. Mis piernas temblaban, pero se mantuvieron firmes. Miré a mi alrededor, buscando más rostros conocidos. Él hizo lo mismo.
Pero entonces, algo me golpeó en el pecho. No sentía nada. Mis emociones se habían ido.
— No logro encontrar a Dam... ni a Darian.— Murmuré, mirando a la multitud de almas errantes.
— Claro, pero primero... deberíamos averiguar qué está pasando aquí.
Tenía razón. Antes de buscar, debíamos entender dónde estábamos.
— Iré a preguntar.
Me separé del grupo y caminé entre las almas. ¿Cuántos éramos? ¿Mil? ¿Dos mil? Tal vez más. Vagaban sin rumbo, sin voz, sin identidad.
Caminé y caminé hasta que que vi alguien familiar. Un ser de cuerpo lodoso y un profundo tono púrpura. Sus ojos, cansados y severos, eran inconfundibles. Era mi profesor.
El mismo que me reprobó el parcial pasado.
Me acerqué para preguntarle algo, pero antes de que pudiera hablar, una luz rasgó el cielo.
Un resplandor cegador nos envolvió. Se llevó las estrellas, se llevó el agua, solo quedó un resplandor abrasador.
Al principio, la luz era insoportable. Luego, poco a poco, comenzó a ceder. Su brillo disminuyó hasta revelar una inmensa esfera luminosa en el centro del espacio vacío. Un calor reconfortante se extendió por todas partes.
Y entonces, la primera persona la tocó.
El mundo se quebó.
Una explosión de luz nos envolvió a todos.
Y cuando la claridad desapareció... todo volvió a la oscuridad
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No podía moverme.
— ¿D-Donde estoy?
Mi voz sonó ahogada. No veía nada. ¿O era por qué mis ojos estaban cerrados?
Un destello fugaz cruzó mi mente.
Mi abuela. Necesitaba regresar con ella.
Traté de hablar, pero mi voz se quebró, intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. La impotencia me asfixiaba.
Una luz parpadeó sobre mí. Se iba y volvía. Se iba y volvía.
— ¡Todavía no he visto a mis padres! ¡¡Muévete!!
PATÉTICO.
— ¡Debo salir de aquí y disculparme con mi padre! ¡¡ ¡¡Así que Muévete!!
POR PEREZA OBTIENES LO QUE RECIBES.
Mis uñas rasgaron la superficie invisible que me contenía. Sangre. Dolor.
— ¡Debo ver a mis hermanos!