El amor a las tareas

El amor a las tareas

4. LA OTRA CARA EN EL ESPEJO. William Sierra Garzón. 

Cuando terminé de peinarme y di la vuelta para asistir a la cita con la más hermosa mujer que había conocido en los últimos años, una voz a mis espaldas me detuvo: ­_ No te apresures demasiado, podrías decepcionarte. Por un momento pensé que había tenido una alucinación e intenté reinicie la marcha, pero nuevamente la voz me detuvo: _ No confíes tanto en tu apariencia, se más cauteloso. No podía creerlo, era mi imagen en el espejo, es decir Yo. No sabía qué hacer, me sentía aturdido. Intente probarla con un leve movimiento de cabeza, pero no resultó. Permanecía ante Mí, con una sonrisita de sabiduría y un gesto de frescura que yo mismo desconocía. ¡¿Qué es esto!? ¿De qué se trata? Le dije por fin, sin poder evitar el nerviosismo. SOY tu mismo, tu conciencia; solo trato de advertirte que tengas cuidado, que pienses mejor las cosas. Tu aspecto físico no es lo más importante. Irritado por su impertinencia y descontrolado a la vez, le grite que se dejara de tonterías, que quien quiera que fuera no se inmiscuyera en mi vida privada. Pero cuando quise dar vuelta para marcharse, la imagen se desvaneció y quedé ante la transparente nitidez del espejo. Salí corriendo un poco asustado a mi encuentro con la hermosa Helen. La verdad todo aquello había sido como una de las pesadillas que quince minutos, veinte, media hora, pero no llegó. Fui a la recepción y la pregunté: ­­_ Ella salió hace un buen rato_ me dijo el empleado-. Vino a recogerla un hombre muy elegante en un lujoso automóvil. Quedé anonadado. No podía creerlo. Era suficiente, no necesitaba más explicaciones. La bella mujer que había conocido en el aeropuerto la noche de mi llegada a Madrid me había despreciado. “Debí imaginarlo”, pensé arrepentido. Yo asistía a un congreso de ingeniería organizado por Ministerio de comunicaciones de España. Iba en representación de mi compañía con sede en Lima. 

Mi proyecto había sido de gran reconocimiento y me habían invitado para que lo expusiera ante representantes de diferentes compañías de Iberoamérica. Creí haberla sorprendido cuando en un café del aeropuerto le comenté toda mi trayectoria: mis especializaciones en Harvard, mis obras realizadas en Perú, Venezuela y Colombia; mi cátedra en la Universidad y mi elogiado proyecto que presentaría en este congreso. Luego supe, en la primera conferencia realizada en el centro de convenciones, que el hombre por el cual me había cambiado era nadie menos que un importantísimo empresario norteamericano, dueño de varias multinacionales. Antes de regresar a mi hotel, entre a un bar para apaciguar con unos tragos mi decepción. Unas horas después, cuando regrese a mi habitación, tambaleante, ocurrió el segundo encuentro. 
¡Mírate!, Qué pareces. Dijo una voz desde el otro lado del espejo. ¡Claro! Tenías que resolver la situación con alcohol. ¿Dónde dejaste el carácter con que la habías conquistado? Oye tú, dije agresivamente, resentido por su predicción en medio de mi evidente ebriedad, - no soy un frustrado ni mucho menos, era apenas una mujer como cualquiera; mañana conseguiré otra mejor. Y caí ante mi propia imagen rendido por la borrachera. Al siguiente día, lógicamente, no recordaba nada. Me bañe, me arregle y me dirigí a la primera sesión del congreso. Fueron varias horas de lecturas, intervenciones, charlas, luego de las cuales volví al hotel para cambiarme de ropa, pues el ministro nos había invitado a cenar en su casa. En el instante en que terminaba de anudarme la corbata, apareció nuevamente mi imagen. Casi que la había olvidado luego de la borrachera. –Recuerda ser prudente cuando hables con el ministro; no dejes ver tu arrogancia. Eso no te queda bien delante de las personas tan distinguidas. –Oye idiota, lárgate de aquí; no sé de qué truco se trate, pero si te vuelves a aparecer te voy a destrozar – dije con rabia y salí sin darle ninguna importancia. En ese momento solo pensaba en recuperar mis ánimos. Tenía un encuentro con el ministro español y no lo iba a desperdiciar. Así que fui preparando por el camino la estrategia para sorprenderlo. Cuando estuve allí, ya animado por algunas copas de vino, le planteé ante varios de los representantes de los otros países, la posibilidad de extender nuestro proyecto a varias de las ciudades de la madre patria. Le manifesté que podríamos considerar un presupuesto más bajo, e incluso que yo mismo me ofrecía para dirigirlo. No le pareció mal la intención del proyecto, pero consideraba que su país no necesitaba tales ofertas, pues contaba con suficientes recursos y propuestas propias que cubrirían fácilmente las necesidades del mercado. “Además – me recordó -, ten presente que tu proyecto es aplicable en tu país, pero difícilmente tendría éxito en España, en donde las vías de comunicación son de alto desarrollo. Comprendí que aquel “Honorable” caballero, de mirada altiva y voz pausada y firme, nos había invitado allí con otro propósito. Deseaba ganar reconocimiento en el ámbito Internacional para proyectar nuevos negocios y crear nuevas empresas multinacionales. Me sentí rechazado y manipulado. Incluso pensé que mi invitación a aquel primer congreso solo obedecía a razones puramente comerciales. De repente, reconocí que se cumplían las advertencias de la imagen en el espejo. ¡Cómo era posible que fuera cierto aquello! Pensé que debía comprobarlo. Me dirigí al hotel a preparar mi intervención del día siguiente. Cuando entré, miré al espejo, pero no había nada. 
Mientras organizaba materiales y notas estuve atento a su aparición. Llegó el momento de acostarme y no ocurrió nada extraordinario. Al día siguiente, lo mismo. Antes de salir del hotel eché una mirada al espejo e incluso lo llamé: - Oye, tú, ya me voy. ¿No me vas a advertir nada? Total, silencio. No apareció. Me miré y me encontré estúpido esperando que mi conciencia se reflejara allí. Terminé por creer que todo había sido producto de mi imaginación. Sin embargo, reflexioné luego de mirarme en el espejo. ¿Realmente había sido un tonto con mi actitud frente a Helen y luego ante el ministro? Tal vez sí, pero la verdad ya no me importaba. Tomé el portafolios y salí de la habitación dispuesto a presentar el proyecto y dejar la mejor impresión. Cuando se abrió la puerta del ascensor, una idea loca me asaltó: “Qué podría pasar sí no asistía y dejaba a todo el auditorio esperando mi intervención? Decidí que cobraría venganza. Pero, ¿de quién? ¿Por qué? No me importaba, de cualquier forma, lo haría. Si la compañía donde trabajaba fracasaba y me despedían, no me preocupaba en lo más mínimo. Tenía suficientes ahorros como para pasar un buen tiempo sin trabajar, o tal vez fuera el momento de iniciar mi propia empresa. Sentí que una fuerza arrasadora se imponía en mi interior y sostenía aquella abrupta y caprichosa decisión. Me devolví, guardé el portafolio, me cambié de ropa y me fui de farra. 
Estuve en varias tabernas y discotecas de la ciudad. En una de ella conocí a una hermosa rubia a la que ya no intenté deslumbrar con todas mis virtudes. A ella más bien le compartí mi loca decisión y después de escucharme disfruto conmigo la más alegre aventura de aquella inolvidable noche madrileña. Al día siguiente empaque mis cosas y me dirigí al aeropuerto dispuesto a enfrentar las consecuencias de mi decisión. Cuando llegué, toda la comitiva organizadora del evento y los participantes de los diferentes países estaban allí. Algo cauteloso, pero especialmente nervioso por temor a la reacción enfrenté el momento. Pensaba en las palabras que emplearía y la actitud que asumiría. Sabía que no era fácil. Tomé aire, saqué pecho y me dispuse a enfrentar al presidente del congreso. En el momento en que iba a abrir la boca para adelantarme a la recriminación que sobrevendría, me abrazó efusivamente y me dijo: - ¡Doctor Lanús, déjeme felicitarlo otra vez! Créame que sorprendente su presentación del día de ayer. Su proyecto será impulsado desde nuestro país para que se desarrolle en toda Latinoamérica. Sentí que un frío se apoderaba de mi cuerpo; fue el abrazo más yerto de mi vida. Supongo que eso mismo se siente cuando luego de estar al borde de la muerte, el alma regresa al cuerpo. No comprendía, no sabía qué decir, por supuesto. “Igualmente, sus palabras de despedida en el cierre del evento fueron extraordinarias, nos sentimos halagados, gracias nuevamente. Ya enviamos el comunicado a Lima con el reconocimiento por tan excelente representante”. – Concluyó el presidente del congreso. 
Aún ahora, un año después, mientras preparo el segundo congreso Iberoamericano de Compañías de Ingeniería Civil que se realizará en Lima, siento que estoy en deuda con alguien, quizás con todos los asistentes a aquel primer congreso, o incluso, consigo mismo. 
 



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En el texto hay: nkvc

Editado: 15.03.2022

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