Rotsi
¿Han escuchado alguna vez la frase “he tenido un día de mierda”?
Seguro que sí. Todos la hemos dicho alguna vez, cuando todo sale mal y lo único que quieres es desaparecer bajo las sábanas.
Bueno, hasta hace unas horas, esa frase para mí tenía un significado figurado. Normal, como el de cualquier persona.
Ahora, en cambio, lo vivo en el sentido más literal posible.
Okey, sé que suena confuso. Lo es incluso para mí, que lo estoy viendo con mis propios ojos y todavía no me lo creo.
Así que, para que me entiendan, voy a empezar por el principio.
O sea, no desde el principio, principio… no se asusten, no pienso contarles la creación del mundo, Adán, Eva y la manzana prohibida. Nah. Aunque sí incluye a una persona tal cual como Dios la trajo al mundo en mi habitación.
El caso es que todo comenzó con un día bastante normal. Bueno, normal para mí; despertarme tarde, malhumorada porque mi celular sonó mil veces, tropezar con mis propios zapatos tirados en el piso y quemarme la lengua con el café. Ese es un clásico. Lo que no era tan clásico fue lo que vino después: mi cojín de emoji de caquita cobrando vida… ¿O quizá todo empezó antes?, no lo sé. Lo que sí sé es que ahora mismo una caca parlante —sin su disfraz de emoji adorable— me está mirando como si la rara aquí fuera yo.
Pero no siempre fue así, antes era un cojín, eso hasta que le di el beso. Sí. Le di un beso. Y sí, suena tan ridículo como se lee. No me juzguen, fue un impulso tonto. Lo que no esperaba es que ese gesto desatara este zafarrancho.
Recuerdo levantarme en un día normal malhumorada porque mi celular, como ayer, se había vuelto loco y había sonado la alarma tres horas antes de la habitual. Tomé el café en mi taza de caquita, por supuesto, el de mi emoji favorito, quitando el poco sueño que me quedaba. Me alisté para ir a clases, combinando colores y patrones como suelo hacer. Recibí los mismos comentarios ofensivos de mis compañeros. Luego de eso comí con Lara en la cafetería de la U y después pasé la tarde en la biblioteca mientras trataba de entender un libro antiguo de jeroglíficos...
Sigo pensando en lo que hice en todo el día y hasta ahí sigue siendo normal.
Después de eso entré a esa tienda rara de comestibles y artículos extraños. Mi mente me lleva a la compra de ese cojín…
—¡No entrarás! —Lara, me tomó del brazo evitando que lo hiciera.
—Déjame. Es hermoso, solo mirarlo— le señalé el cojín del emoji de pop y ella elevó los ojos de forma exagerada.
—Deberías dejar tu obsesión con esa mierda. En vez de gastar más dinero en eso, deberías arreglar ese cacharro viejo que tienes por celular.
—Él puede esperar. Pero ese cojín no. Es que solo mira como me mira.
—¿Puede esperar? —dijo casi gritando—. ¡Me enviaste fotos random de tu galería a las dos de la madrugada! ¡Esta mañana se te compartió en los estados de WhatsApp la foto que me habías enviado estando en el retrete! —que gracias a los cielos ella me avisó con tiempo y logré eliminarla.
Sé que Lara tiene razón, mi celular tiene el táctil dañado y se ha vuelto loco, pero es que de verdad quiero ese cojín. Sigo mirándolo, ignorando su palabrería y ella continúa con su regaño.
—¡Ayer demoraste veinte minutos en contestarme porque el táctil no te lo permitió! Un día de estos me muero y tú ni cuenta te vas a dar porque ese cacharro viejo solo te sirve para enviar ese estúpido emoji que estoy empezando a odiar por tu culpa…
Dejé de escuchar su retahíla cuando entré a la tienda para comprar el cojín. Intenté pagar por medio de código QR, pero por supuesto el celular no quiso ni encender. Me disculpé con la encargada y por pena busqué otro artículo que estuviera cerca para quemar tiempo. La señora siguió esperando y empezó a impacientarse. Le sonreí con timidez y esta vez añadí un cortauñas y una rasuradora eléctrica a la compra. Que no necesitaba, pero que la doña con su mirada juzgadora, me obligó a comprar.
Al final, desistí de pagar con el aparato que nunca prendió y terminé pagando en efectivo.
—De verdad que estás obsesionada— me acusó, Lara, molesta.
—Es que era el que faltaba para mi colección —alcé el cojín y lo puse en su cara—. Miralo con sus ojos de corazones, ya siento que lo amo…
Mi recuerdo llega hasta ahí y pienso que la encargada de la tienda me hizo un conjuro por haberle hecho perder su tiempo y tardar tanto en pagarle.
Deshago la idea, y siento que me voy a volver loca. Miro a Poopman y sé que no estoy loca, está ahí, delante de mí. Mira alrededor y sonríe al ver todos los artículos y colecciones que tengo del emoji. Quiero acercarme para tocarlo y saber si es real o esto es un sueño, pero al final logro entender que si lo es. Es real.
El teléfono prende y apaga en el piso, pero por la destortillá que se dio no puedo ver de qué se trata, la pantalla ahora está completamente negra.
Vuelvo al momento en que el cojín cobró vida y lo que pasó inmediatamente anterior a eso…
Me acosté en mi cama abrazada a mi nueva adquisición. Acomodándome entre las almohadas, stalkee, como todos los días, la foto de mi ex en su Instagram. Esta vez, tenía una con su nuevo amor. Entré a los comentarios para leer los “hacen una linda pareja” “son tal para cual” “Ojalá su amor dure para siempre” de todos los falsos amigos que comentaban lo mismo en nuestras fotos.
—Sí fueras real, tú nunca me hubieses engañado con mi prima, ¿cierto que sí?
Abracé al cojín, luego de darle un beso y me dispuse a escribir, como todos los días, lo que pensaba de los dos, para desahogarme: “Son unos hijos de su mamá. Ojalá que a Anna se le parta una uña de esas postizas horribles que usa y que a ti te de diarrea cuando vayas a jugar en la final del partido” para luego borrarlo y seguir con mi vida como si nada.