El Amor de un Asesino

El Amor de un Asesino

«Nada, realmente nada importaba a la hora de entregarle la vida a la muerte… si con eso salvaba la vida de su amada», eso pensó Calyn Lonney en el momento que la bala impacto su corazón. Se interpuso cuando el hombre con ojos enloquecidos amenazó la multitud con un arma. Ese día celebraban quince años de feliz matrimonio; todos lo creían hace minutos, antes que su asesino y ex guardaespaldas gritara a todo pulmón las infidelidades de su mujer, con él, con otros, con muchos. 

Mientras sentía la muerte escalar por su cuerpo y las extremidades se adormecían, elevó la mano, dando la señal de fuego al francotirador estratégicamente posicionado en el edificio vecino; La fiesta se celebraba en la azotea, desde esa posición no podría fallar. 

El guardaespaldas fue el primero en morir. La segunda, incluso antes que él, la esposa farsante. Lo estuvo engañando, extorsionando y hasta envenenado desde hace cinco años... o más. 

Las muertes siguientes fueron aún más rápidas: el mejor amigo y mano derecha. Su cuñado, tan amable como siempre, compartió la bala con la esposa al pensar que le serviría como barrera humana. Siendo el último en recibir el regalo de parte de la venganza, el hijastro que crío como suyo y al que violó a su verdadera hija. Tres le toco, la bala final en la cabeza, dejando un desastre en la pared. 

Lonney cayó al suelo, al no poder sostenerse, la abrupta debilidad se apoderó de cada hueso. En algún momento su hija se arrodilló suplicándole entre lágrimas no morir. 

Abrió con gran esfuerzo los ojos para mirar por última vez el rostro de la única mujer que verdaderamente lo amo, desde el comienzo. La hija a la que le falló. Quince años de ceguera, quince años de estupidez. 

El único consuelo: la dejaba con un buen muchacho, él la protegería como nunca lo hizo. 

El plan no salió como lo planeó; se suponía que la última bala sería para el hombre que daño a su amada hija más. Y termino siendo el primero en recibirla justo en el corazón. Agradecía, al menos, haber observado explotar sus cabezas traidoras. 
La muerte lo reclamo mientras escuchaba un grito ahogado desgarrar la garganta de su víctima.


En el edificio vecino, un hombre de negro, con destreza y agilidad de años de entrenamiento, procedió a guardar todo el instrumento de trabajo. Debía apresurarse. La escalera siendo la vía de escape. Salió por detrás al callejón, caminó a pasos rápido un kilómetro hasta un vehículo nada especial. 

Se estacionó fuera de la residencia donde vivía junto a su esposa. Ya se encargaría los ayudantes del auto.

El décimo encargo del año, y como le prometió al jefe, el último. La fachada estaba detallada, planeada desde unas semanas atrás. El tiempo suficiente para que el viejo dejara todo en orden. 

Se dio una ducha rápida. Cuando se colocaba el abrigo, cómo salió esa tarde —era relevante vestirse igual—, el tono del teléfono le alertó, justo a tiempo.

Llegó al edificio de la familia Lonney, el cual estaba apestado de patrullas policiales. No dejaban entrar a nadie, sin embargo, al conocer su nombre le dejaron pasar a regañadientes. Subió al ascensor, presionando el botón de la azotea. Allí estaba ante sus ojos un perfecto trabajo realizado. Al menos se despediría del largo labor a lo grande. Seis muertes. El tipo enloquecido no estaba en sus planes, pero cumplió, seis muertes en una noche.

Caminó hacia el bar. Su esposa estaba inclinada sobre la barra, el cuerpo temblándole, pequeños jadeos de dolor se oyeron al acercarse. Tocó su hombro y al notarlo saltó a sus brazos. En la azulada mirada la tristeza se marcaba, lo único que le causó ira hacia sus acciones; aunque, no se arrepentía.

Le admiró y odió por partes iguales. Fue él quien lo convirtió en lo que era. Financiándolo desde que lo acogió, lo alimento y lo preparo con los mejores. Mató a muchos siguiendo sus órdenes. Años más tarde le prometió darle a su hija como recompensa por la lealtad de años. Ella lo odiaba, y luego ya no, dejó conocer al hombre que daría todo por ella. Entonces, cuando le ofreció su último trabajo, no lo dudo. Matar a todos lo que le hicieron daño a la mujer que ama, era un acto de amor.

Mientras la abrazaba observó cómo cerraban la bolsa negra con el cadáver del suegro. No pudo cumplir después de todo la promesa, no fue quien cobro la vida del monstruo... 
Al menos ya todo terminó.

 

Seis semanas antes:
Como un vil desgraciado la había tomado por la fuerza. No solamente una, ni siquiera dos, fueron en muchas ocasiones... a pesar de su claro rechazo. Tenía tendencia de un degenerado, ¿cómo no lo vio? Distorsionaba a su conveniencia un placer inexistente. Se sentía una porquería, ya en sí lo era, lo era desde el momento que tomó por primera vez un arma entre sus dedos. No era mejor que la mierda de su hermanastro.

Una vez se enteró de lo que hizo, su primer impulso fue ir a por él y matarlo lentamente... Se lo prohibió el viejo, debía hacerse con sumo cuidado, el maldito tiene poder. El viejo sabía que no podría controlarse, razón del porqué lo mando al otro lado del mundo a cazar un reconocido traficante, el cual, lo estaba jodiendo. Al volver, le daría un gran regalo a su mujer.

La muerte.

Estaba claro, ella no lo soportaba. ¿Sobrellevar su rechazo?, ya era un experto. ¿Seguir con el conocimiento que él la lastimó? Eso lo llevó a donde estaba ahora: en un sillón en medio de la sala de estar con revólver en mano. Solo una bala en el tambor. Dejaría que la suerte dictará sentencia. Si en diez minutos aún estaba respirando, iría a ver a Lonney y planearían la venganza. Si de algo estaba, completamente, seguro: sin él, el plan seguiría su curso.



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En el texto hay: asesino, mafia, venganza por amor

Editado: 02.01.2023

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