«Caminé descalzo por siglos, buscando entre sueños tu sonrisa, perdido entre los residuos de vidas pasadas, hasta que tus ojos, faros en la oscuridad, me llamaron de vuelta a casa».
El sol de la tarde se refleja suavemente en las aguas cristalinas de la costa de Amalfi, llenando todo con una luz dorada. Franco camina por la playa, dejando que la arena fina se hunda bajo sus pies desnudos, buscando un respiro de la presión que lo rodea.
Desde su posición, puede ver el hotel Miramalfi, donde se hospeda siguiendo las estrictas indicaciones de Salvatore Bianchi, su neurólogo y, también, su mejor amigo. La edificación se alza majestuosa en lo alto de un acantilado, con vistas que se pierden en la inmensidad del horizonte azul.
Es un lugar idílico, diseñado para ofrecer paz a quienes lo habitan, pero para Franco, esa tranquilidad parece inalcanzable.
Lleva meses luchando contra el insomnio crónico, un tormento que le ha robado el descanso y la claridad mental. Aunque el entorno es perfecto, su mente sigue atrapada en una espiral de pensamientos que lo asedian: los negocios, las obligaciones familiares, y, sobre todo, la creciente presión de su inminente matrimonio.
El sonido de las olas es constante y relajante, una cadencia sutil que acompaña sus pensamientos caóticos mientras recorre la orilla de la playa. Los últimos días han sido difíciles. Todo un desafío. Las largas noches en vela, las reuniones interminables, y ahora, esta pausa obligada.
Salvatore fue contundente cuando le advirtió sobre los riesgos de continuar así: ansiedad, agotamiento, o algo mucho peor si no hacía algo de inmediato. Pero él se niega a reconocerlo abiertamente.
—Si no te tomas un descanso de inmediato, remitiré un informe a la Junta Directiva. ¡Sabes que lo haré! —le advirtió, su amigo, con la seriedad que solo puede adoptar alguien que realmente se preocupa por su bienestar.
—No me amenaces, Salvatore —exigió irritado, aunque sabe que su amigo tiene razón.
—¡Joder, Fran! Tu salud mental y física es mucho más importante que esa jodida empresa —lo encara, impasible—. Enójate todo lo que quieras, pero si no acatas mis recomendaciones, despídete de la presidencia.
Franco no puede permitir que eso pase, ni ahora, ni nunca. Riccardo Rossi, su primo, siempre ha codiciado su puesto como CEO y ha estado esperando el más mínimo resquicio de debilidad para aprovecharse de la situación y tomar su lugar.
La compañía lo necesita fuerte, firme, decidido, pero la realidad es que Salvatore tiene razón, él está al borde de sus límites. El insomnio, el cansancio y el estrés han comenzado a dominar su vida de una forma que no puede controlar.
No quería retirarse en este momento tan crucial para la empresa, el posicionamiento de su nuevo producto en el mercado es imperativo, más con Giulia Moretti pisándole los talones, pero no tuvo elección.
Por eso, Amalfi se presenta como un refugio, con sus aguas tranquilas y su atmósfera relajante, un lugar donde pueda calmar su mente y encontrar algo de paz.
Mientras camina de regreso disfrutando de la espuma marina que se disuelve a su paso, nota a lo lejos una figura familiar. Es ella, la mujer que conoció en el bar hace tres noches. Está sentada en una tumbona acolchada frente al mar, absorta en el portátil que tiene apoyado en las piernas.
Una sonrisa amplia se asoma en su rostro. No esperaba encontrarla ahí. Aunque él mismo sugirió un encuentro en el hotel, no creía que una mujer como ella aceptara su invitación.
Fue un impulso del momento. Pero él, no es un hombre de impulsos. Muchos menos de ligues fortuitos o aventuras fugaces. Jamás se había acercado a una desconocida en la barra de un bar. Pero esta mujer, tiene algo particular que él no logra entender. Es como una atracción visceral, casi sobrenatural, que surge de lo más profundo de sus entrañas.
—Hermosa tarde —comenta Franco, de pie junto a ella, con la mirada fija en el horizonte.
Giulia, perdida en su laptop, había oído los pasos acercándose, pero no le prestó atención al principio, creyendo que era otro turista disfrutando del atardecer. Sin embargo, al escuchar su voz, varonil y ronca, lo reconoció de inmediato.
Es absurdo, pues solo la escuchó por unos minutos, pero por imposible que parezca, lo sabe de inmediato cuando su cuerpo reacciona y sus bragas se humedecen.
Gira la cabeza, y se encuentra con su impresionante figura.
«¡Maldita sea! Es más guapo de lo que recordaba», se dice a sí misma.
Se ve tan relajado así, vestido con pantalones cortos y una camisa blanca de lino, desabrochada, que se agita levemente con la brisa y que deja entrever la perfección de su torso. Su presencia es magnética, y a ella le encanta como él se adueña de su espacio con confianza y naturalidad.
—Lo es —responde ella con calma, aunque su corazón late más apresurado de lo normal. Regresa la vista a la laptop, intentando aparentar indiferencia.
Editado: 21.11.2024