«El destino es un reloj de arena que se escapa entre los dedos, recordándonos que cada grano perdido es un paso hacia lo que está sentenciado a ser».
Al caer la tarde, dos hombres se encuentran en un rincón discreto de un pequeño bar en algún lugar de la Toscana. El ambiente es tranquilo y acogedor; las mesas están dispuestas con suficiente espacio entre sí para ofrecer privacidad. A cierta distancia, unos pocos clientes murmuran, inmersos en sus propias conversaciones.
El aire está impregnado de la fragancia de la madera antigua, humo de cigarrillo y vino añejo. La cálida luz de una lámpara sobre la mesa de los dos hombres proyecta sombras en sus rostros, acentuando la atmósfera de secreto que los rodea.
Uno de ellos viste unos pantalones vaqueros, una camisa negra sencilla y un abrigo marrón. Su mirada recorre el local de forma constante, asegurándose de que nadie los haya seguido ni los observe más de lo necesario. Lleva la cabeza cubierta con un gorro negro de lana.
A pesar de que la atmósfera parece íntima y casual, nada en este encuentro es fortuito. Las palabras que intercambian son bajas y medidas; cada detalle ha sido meticulosamente planeado.
—Franco Rossi estará en el yate al atardecer, en algún punto entre las playas de Amalfi —informa el otro que, con enorme gabán, trata de ocultar su costoso traje de diseñador. Habla en susurros, pero se asegura de que no haya lugar para la duda en los detalles que comparte.
—Perfecto —responde el primero, con una sonrisa fría que apenas curva sus labios—. El yate ya está listo. Lo hemos ajustado para que quede a la deriva en el momento preciso, y la radio estará fuera de servicio. No tendrá forma de pedir ayuda.
El plan es simple y letal: el motor del yate se detendrá lejos de la costa, en una zona donde las corrientes son traicioneras y el oleaje, fuerte. Con cada minuto, las olas arrastrarán la embarcación mar adentro, alejándola cada vez más lejos. Sin tripulación a bordo y sin contacto con nadie en tierra, Franco quedará solo, completamente expuesto a la fuerza del mar.
—Será un accidente perfecto —murmura el primero, satisfecho—. El mar se encargará de los demás.
El del gabán desliza un sobre por la mesa, que es recibido con un leve asentimiento por el hombre del gorro de lana negro.
—Es todo lo que me pediste —aclara con aspereza—. Te compensaré con una suma adicional si todo sale como lo hemos planeado y sin levantar sospecha alguna.
—Soy un profesional —contesta, jactancioso—. Le aseguro que quedará más que satisfecho.
Ajustan los últimos detalles, cuidando que cada paso quede claro. Sus miradas se fijan, tensas, con un entendimiento mutuo que no requiere más palabras.
Uno de ellos extiende la mano; el otro la toma con firmeza.
El acuerdo queda sellado, así como el destino de Franco Rossi.
¿Ya empezaste a leer la historia de Pablo Moretti y Silvia Rossi?
✨🌕 UNA PROMESA BAJO UNA LUNA PLATEADA 🌕✨
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✨🦋 El amor no estaba en el contrato 🦋✨
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Editado: 21.11.2024