Los intensos rayos plateados iluminan el muelle y se reflejan en las aguas tranquilas del océano. Franco permanece de pie, todavía aturdido, mientras su mente da vueltas, reviviendo lo que acaba de suceder.
El beso lo ha dejado confundido; la calidez de esa delicada piel y la intensidad del momento aún arden en sus labios.
Nunca había experimentado una conexión tan profunda con alguien a quien apenas conoce, y esa conexión lo inquieta y lo atrae a partes iguales. La brisa marina, con su murmullo suave, parece susurrarle que lo que acaba de vivir es algo que desafía toda lógica, como si esa mujer hubiera entrado en su vida solo para ponerla de cabeza y arrebatarle el control.
Por un instante, sintió que cada latido de su corazón resonaba en perfecta armonía con el de ella. Franco nunca ha sido un hombre impulsivo; siempre se ha impuesto mantener el control en sus relaciones, guardando sus emociones bajo capas de sensatez. Sin embargo, ahí está, consumido por el deseo y la confusión, después de haber dado y recibido el mejor y más delicioso beso de su vida.
Unos segundos después, la realidad comienza a recuperar terreno y su cabeza retoma el control. Ella se aleja, y él experimenta una extraña sensación de pérdida, como si una parte de sí mismo se marchara con ella.
—¡Espera…! —la llama sin poder contenerse y recuerda de inmediato que ni siquiera conoce su nombre—. ¡Espera! —insiste, pero su voz se ahoga en el silencio de la noche.
Un impulso irrefrenable lo empuja a seguirla. No puede dejarla ir, así que va tras ella, en silencio, consciente de que llamar a gritos a una mujer en medio de la playa, definitivamente, no sería bien visto por los demás huéspedes del hotel.
Avanza tras ella con pasos firmes pero cautelosos. No comprende por qué siente esa necesidad tan abrumadora, primitiva y poderosa de alcanzarla, como si su noche no estuviese completa hasta que vuelva a tenerla entre sus brazos.
La luna parece observarlo desde lo alto, bañándolo con su luz confortable y permanente; como si estuviera al tanto de su dilema y decidiera intensificarlo a su antojo. Da la impresión de que su influjo tejiera un hechizo en su piel, amplificara sus emociones e hiciera que todo lo que siente se convierta en un torrente de anhelos incontrolables. Manipulando sus sentidos, magnificando lo que hasta hace unos instantes solo era una aventura pasajera.
Finalmente, la ve cuando entra en su suite y cierra la puerta tras de si.
Giulia entra su suite, se recarga sobre la puerta y cierra los ojos con fuerza. Segundos después, inhala profundo, se quita las sandalias y camina descalza hasta el lavabo. Abre la llave y deja que el agua fría le resbale por el rostro, buscando calmar los restos de emoción que aún vibran en su cuerpo.
El control que siempre ostenta, esa compostura a la que se aferra, se le ha escapado como arena entre los dedos. Cierra los ojos y se reprocha a sí misma. No quería salir corriendo, pero tampoco estaba lista para quedarse. La situación la superó, y ahora, en la suite, sigue sin encontrar la calma que esperaba.
Pensamientos contradictorios se agolpan en su mente. No es una mujer cobarde; siempre ha enfrentado cada desafío con valentía. Sin embargo, ese beso escapó a su control, desatando una tormenta interna que todavía no sabe cómo manejar.
Una lucha interna la consume: por un lado, está el deseo de regresar a él, de perderse nuevamente en sus brazos; por otro, está la razón que le impide entregarse a lo desconocido.
Recuerda esos labios devorando los de ella con fiereza, dejándola sin aliento.
«¡Maldita sea! ¡Qué delicia!», reconoce mientras se muerde el labio y sonríe al mirarse en el espejo. «¡Qué hombre para besar rico!». Se acaricia suavemente los labios, sintiendo la piel aún marcada por el contacto. «Si así besa… follar con él debe ser entrar en el paraíso». Un exquisito escalofrío la recorre ante ese pensamiento.
Casi se ríe mientras sacude la cabeza, intentando recomponerse, y se echa más agua fría en el rostro. «Estoy loca, definitivamente».
Observa su reflejo en el espejo y una frase resuena en su mente con la voz de Carlo: «¡A esa viniste, cara mia! ¡Al diavolo tutto! ¡Regresa y folla toda la noche con él!». La repetición se hace más fuerte: «¡Regresa y…!».
Un par de golpes suaves resuenan en la puerta de entrada. Giulia gira la cabeza en dirección al sonido, frunciendo el ceño, dudando de si ha escuchado bien.
Dos golpes más, esta vez menos apremiantes.
Toma una toalla, se seca la cara y camina hacia la puerta. Al abrir, su cuerpo se paraliza. Ahí está él, frente a ella, mirándola con la misma intensidad que aún la tiene temblando.
Giulia da un paso atrás y Franco entra sin decir una sola palabra. Cierra la puerta tras él. El corazón de Giulia late con desmedida fuerza. Sus miradas se encuentran nuevamente, y la conexión es instantánea. El deseo domina, dejando a un lado toda lógica y razón.
Sin mediar palabra, sus cuerpos se acercan, atraídos por una fuerza irresistible. Un gemido apenas se escapa de sus labios cuando Franco la toma entre sus brazos y devora su boca con ferocidad.
Editado: 21.11.2024