«Amarte, dejarme llevar en esta corriente,
sería rendirme al poder de lo eterno,
sería caer en un abismo sin final,
y en el vértigo de este destino tan incierto,
me pregunto si mi corazón se atreverá a saltar».
Giulia se detiene en la entrada de la mansión Rossi atrapada por la vista que se despliega ante ella, y, por un momento, se siente diminuta bajo la sombra de aquella fortaleza que se alza con majestuosidad.
El sol de la tarde tiñe de ámbar los muros terracota y las enredaderas verdes que trepan hasta casi alcanzar los tejados. Las ventanas, arqueadas y bañadas por la luz dorada de la tarde, reflejan una historia que aún se mantiene viva, escondida en los rincones de esos muros.
Los girasoles en el jardín exterior giran sus cabezas doradas en dirección al sol, y sus pétalos parecen arder suavemente bajo su luz. Giulia siente que el lugar habla. Una extraña sensación de nostalgia le recorre el pecho, como si todo el palacete exhalara un susurro antiguo y el aire estuviera cargado de historias que se rehúsan a morir, atrapadas en el tiempo, esperando a que alguien las escuche, así como amores que se niegan a ser olvidados y promesas que luchan por cumplirse.
Avanza por el sendero de grava, escoltada por dos guardas de seguridad, a quienes sigue por un camino que la lleva hacia el jardín donde Silvia, la matriarca de los Rossi, se encuentra.
Al doblar un seto cuidadosamente podado, Giulia la encuentra en el corazón del jardín, rodeada por los girasoles que extienden sus pétalos hacia la luz del atardecer. Silvia está de pie, en calma, con el rostro vuelto hacia el horizonte. La suave luz del crepúsculo la envuelve. Su cabello, una melena dorada que le roza los hombros, brilla al ser acariciada por la brisa, agitándolo de manera ligera.
—Buenas tardes, señora Rossi —saluda Giulia con voz respetuosa y formal.
Silvia gira el rostro hacia Giulia, observándola con una mirada profunda, intensa, como si escudriñara cada rincón de su carácter. Sus ojos, serenos pero afilados, evalúan con detenimiento a la joven que representa a la familia con la que siempre ha rivalizado la suya.
—Buenas tardes, Giulia —responde con un tono educado.
Giulia desvía la mirada hacia los dos guardias que la han escoltado hasta allí, y, frunciendo el ceño, los señala.
—¿No le parece un poco excesivo? —pregunta con fastidio.
Silvia sonríe en forma de disculpa y con un gesto de la mano ordena a los guardias que se retiren. Los hombres asienten y desaparecen, dejando a las dos mujeres solas en el jardín.
—Eres Giulia Moretti —dice Silvia con un dejo de dulzura—. Teniendo en cuenta nuestra historia familiar no debería extrañarte.
Giulia, sin embargo, mantiene su expresión seria, sin la menor intención de caer en simpatía.
—Me da mucho gusto que hayas venido a visitarme —continúa Silvia, sin apartar su cálida mirada.
—Me temo, señora Rossi, que no es una visita social —aclara con voz seca.
—Es una lástima —exclama con pesar—. Cuéntame, ¿a qué has venido, entonces?
—Vengo a cancelar mi compromiso con su nieto —responde sin rodeos—. Antes muerta que unirme a alguien de esta familia.
—Lamento escuchar eso —dice Silvia con voz tranquila, como si Giulia le estuviera hablando de cancelar la manicura—. Pero ven, siéntate —señala unas sillas acolchadas bajo un roble frondoso—. Quiero que me expliques los motivos de tu decisión.
Giulia vacila, pero finalmente acepta. Se sienta manteniendo la espalda recta y los labios apretados.
—Pensaba hablar con mi abuelo y dejarle claro que no habrá boda, pero, como está empecinado con este asunto y no atiende razones, decidí que lo mejor era venir a hablar personalmente con usted y solucionar el asunto de raíz.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —pregunta Silvia, mirándola con genuino interés.
Giulia saca el periódico que ha llevado consigo y se lo entrega. Silvia lo toma, observando la portada, mientras Giulia habla con la mandíbula tensa, apenas conteniendo la ira.
—Estoy harta de las artimañas de su nieto —dice Giulia con su voz cargada de indignación—. De sus juegos sucios. Ayer, cuando leí esta nota en la prensa, quise encararlo, pero entendí que sería inútil, ya que es tan cínico que no lo admitiría.
Silvia lee el titular, intentando entender el contexto de la acusación, y luego mira a Giulia con una expresión curiosa.
—Explícame de qué se trata todo esto —señala la nota de prensa.
Giulia le cuenta que Almazaras Rossi está a punto de lanzar un producto idéntico al que ella lleva desarrollando desde hace meses. La fórmula es suya y no comprende cómo ellos tienen acceso a ella, además de que la acusan públicamente de espionaje industrial.
—¿Cómo sabes que Franco está detrás de todo esto? —pregunta Silvia, aún sin comprender del todo.
—¿Se le olvida acaso que él es el CEO? —responde Giulia con ironía.
Editado: 21.11.2024