«Te vi, y supe, en lo más profundo, que no era casualidad, que no era un sueño, sino un susurro eterno que el universo guardó, una promesa escrita en el viento, en la piel, en la sangre…».
Giulia se encuentra en su oficina, concentrada en la pantalla de su computadora. Su mirada permanece fija en los documentos que revisa, y de vez en cuando toma notas rápidas en una libreta a su lado. El mundo fuera de esas paredes podría desmoronarse, y no le importaría, su mente permanece atada a su imperio: Casa Moretti.
La boda que se llevará a cabo en unas horas es lo último que la preocupa. Para ella, ese matrimonio es una ridiculez que no llegará a concretarse. Está segura de que Silvia Rossi abandonará su plan en cuanto vea que entre ella y Franco no hay posibilidad alguna de entendimiento.
Sin embargo, los números, las negociaciones y las estrategias no esperan por nadie. Así que sigue revisando el último informe financiero, como si todo fuera un día cualquiera y no el día en que su vida cambiará para siempre.
Mientras teclea con precisión, se escucha un golpe suave en la puerta. Carlo entra sin esperar respuesta, y un aroma familiar de loción masculina invade el espacio.
—Mira, Moretti, quién está aquí —anuncia Carlo acompañando su voz con una sonrisa.
—No tengo tiempo para visitas, Castelli —responde Giulia sin apartar los ojos de la pantalla. Su tono es firme, su expresión inalterable.
—¿No tienes tiempo para tu abuelo? —la interrumpe una voz cálida y profunda desde el umbral.
Giulia levanta la cabeza de inmediato, y su expresión fría se transforma en alegría.
—¡Nonno!
Su corazón da un vuelo. Se pone de pie con rapidez y avanza hacia él sin dudar. Pablo Moretti la espera con los brazos abiertos, irradiando la misma fortaleza que lo ha caracterizado toda su vida. Los años le han otorgado un aire sereno que complementa su porte elegante e impecable. Su figura, alta y erguida, muestra la fuerza de un hombre que aún goza de excelente salud. Sus facciones marcadas no han perdido el encanto y atractivo de su juventud, por el contrario, irradian una dulzura que solo otorgan los años vividos con dignidad.
Pablo la encierra en un abrazo seguro, generado para transmitir protección y cariño y que le devuelve a Giulia, por unos segundos, la calidez humana que el mundo le arrebata cada día.
—Che piacere vederti, mio tesoro (Qué placer verte, mi tesoro) —susurra Pablo con voz paternal y afectuosa mientras la estrecha con fuerza.
Giulia cierra los ojos un momento, dejando que la tibieza de su abuelo la cubra. Su nonno es su único amor verdadero, y quien le ha mostrado que el amor, aunque escaso, en su forma más pura, es real.
Sus padres, Giuseppe y Abriana Moretti, son una historia aparte, de la que Giulia prefiere no hablar.
—¿Y mi abrazo, Pablo? —protesta Carlo, fingiendo estar ofendido.
Pablo lo mira con un gesto divertido antes de abrir los brazos.
—Venga, pues.
Carlo se lanza al abrazo con exagerado entusiasmo, y al separarse, Pablo le sujeta los antebrazos con afecto.
—Che piacere vederti, Carlo.
— Il piacere è tutto mio, Sugar Daddy —responde Carlo con una sonrisa descarada.
Pablo arquea una ceja y simula analizarlo.
—Nunca he podido entender cómo este empresario tan serio y frío se transforma en alguien tan descarado.
—Es solo una fachada para que los demás no sepan lo pervertido que es —dice Giulia en broma, mientras separa a Carlo de su abuelo—. Quita tus garras de mi nonno, Castelli. Además, ya tienes novio, pórtate serio.
—Pablo siempre será mi amor eterno. Nunca perderé las esperanzas. Por él dejo al que sea.
Pablo sacude la cabeza con una sonrisa que desborda cariño. No le molesta en absoluto ese juego que hay entre él y Carlo.
—Sabes bien, Carlo, que mi corazón está comprometido desde hace más de sesenta años. Los Moretti solo amamos una vez en la vida.
Giulia oculta su cambio de humor al escuchar esas palabras. «O, no amamos nunca», piensa ella, aunque se guarda el comentario. No tiene ánimos para escuchar otro de los sermones románticos de su abuelo.
—Podemos tener una relación pasional, salvaje y desenfrenada —añade Carlo con una voz tan masculina y sugerente que cualquiera pensaría que intenta seducirlo en serio—. Yo no tendría problema con eso.
El tono de Carlo, más bajo y profundo, arranca una nueva carcajada a Pablo, quien parece disfrutar del momento.
—¡Basta, Castelli! —lo reprende Giulia—. ¡Atrás!
—Me agrada tu perseverancia, muchacho —admite Pablo, con un brillo de orgullo en los ojos.
Lo quiere como a su nieto y sabe que, a pesar del juego de palabras, siempre hay respeto y límites entre ellos dos.
Editado: 21.11.2024