Epílogo

Volví al lago.

El mismo de aquella historia que él me contó, donde un hombre se perdía en el mar sin saber si alguna vez volvería a pisar tierra.

Traje una carta.
Solo una hoja doblada, escrita a mano.
Nadie más sabe que estoy aquí.
Nadie más necesita saberlo.

El agua está calma.
El cielo, gris.
Y yo… de pie, con los zapatos en la mano y los recuerdos en la espalda.

Abro la hoja.
Mi letra temblorosa dice:

> "Querido náufrago:

No sé si aún sigues navegando o si por fin llegaste a tu destino.
Pero yo…
yo me quedé esperándote en la orilla.

A veces cierro los ojos y aún siento tus manos sobre mi piel.
Aún escucho tu risa, bajita, como si te diera miedo romper el silencio. Solo te pude disfrutar así una noche, pero te recordaré mientras viva.

A veces creo que si grito fuerte, el viento podría llevarte mis palabras.
Pero entonces me callo.
Porque tú siempre entendiste mis silencios.

Náufrago…
gracias por una noche de eternidad.
Gracias por elegirme, aunque fuera tarde.

Y si alguna vez lees esto, donde sea que estés…

solo recuerda:

yo también me lancé al mar por ti.
Y no me arrepiento.
Ni un solo segundo."

Doblo la hoja.
La dejo flotar sobre el agua.
Y me alejo.
Sin mirar atrás.

No necesito saber si la corriente se la lleva.
Ya cumplí.

Porque algunas despedidas no se dicen en voz alta.

Solo se sienten.
Y duelen para siempre.

Me coloqué los audífonos, puse mi canción favorita, subí el volumen al máximo y me alejé sin mirar a atrás.

Antes de apagar el móvil leí la frase que tenía de fondo, esa con la cual me siento tan identificada:

Una vez el destino dijo:
¡Conocerás al amor de tu vida!
Pero hay una condición...
Ustedes dos
Nunca van a estar juntos.
Lo verás llorar, lo verás reír, lo verás triunfar,
Pero por más que lo ames
El destino...
No los unirá.

A él, incluso, lo vi morir. Pero tenía que pasar, porque el destino, el maldito destino, no nos quería juntos. Y solo había una forma de acabar con lo que sentíamos, llevándose la vida de uno de los dos.