A Riss, lo primero que se le vino a la cabeza fue el dicho pesquero de «saltar de la sartén para caer al ascua». Habían pasado de estar parapetados en una torre y rodeados de engendros, a estarlo sin protección alguna, y además, sin la ayuda de dos grandes magos.
Sin hablarlo, Faiser, Th’oman y Riss formaron un círculo alrededor de Ymae. Era la formación típica de defensa, y más cuando se disponía de un mago para su ayuda, aunque en esos momentos, no sabía si realmente iba a servir para algo. A Koriki…, al lusan, no se lo veía por ninguna parte.
Habría casi medio millar de engendros, todos relamiéndose los labios y discutiendo qué parte de quién se iban a comer. Riss miró a Ymae de reojo y supo que ella no ayudaría, pues la encontró postrada y con lágrimas en unos ojos perdidos. De hecho, Riss no creía siquiera que Ymae fuera consciente de su situación actual.
Un grom, más grande de lo habitual, llegó hasta ellos, pero no tuvo que abrirse paso entre la multitud, pues todos se apartaron reverencialmente ante su presencia. Los miró de arriba abajo. Levantó su gran cachiporra, preparando la matanza. Riss tensó todos sus músculos, pues no pensaba morir sin llevarse por delante al menos a diez de ellos y, para sorpresa de todos, fue Th’oman el que habló. De su garganta surgieron sonidos guturales que ponían los pelos de punta, pero que impidieron el inminente ataque, pues todos se quedaron escuchándolo con aire de curiosidad.
Al poco, el grom que parecía el jefe comenzó a dialogar con Th’oman.
Una fina y aguda voz llegó hasta la mente de Faiser y Riss: «Riss, gatete, soy Koriki, desde el otro plano. Os cuento, al parecer tu querido maestro de armas habla la lengua oscura, y les está contando al jefe de las hordas que sois un comando especial encomendado directamente por Lleu para capturar a esta peligrosa maga».
A partir de aquí, tradujo la conversación punto por punto; eso sí, poniendo una voz grave cuando traducía al grom.
«No tengo noticias de ninguna misión similar».
«No creo que Lleu comparta contigo todos sus planes, aunque lo que sí sé es que no te perdonaría si estropearas uno de ellos. Así que, apártate de nuestro camino y llévanos ante Lleu. Me dijo que podría encontrarme con él en estos parajes».
Un urcano con túnica roja, seguido por un gran gigante de las colinas, se acercó a su jefe y le susurró algo al oído. Koriki no pudo averiguar qué era.
«Se fue hace más de dos semanas, aunque no creo que tarde mucho en volver, ya sabes que este es un puesto sumamente importante para él en estos momentos. Una pregunta, dices que habéis capturado a esta peligrosa maga que no parece más que una aprendiz, pero ¿puedes explicarme cómo lo habéis hecho si ninguno de vosotros es mago?».
«Las apariencias engañan».
«Sinceramente, creo que el único que intenta engañar a alguien eres tú».
«Las apariencias engañan. Además, habéis visto cómo hemos llegado aquí. ¿Creéis posible eso sin un gran mago?»
«Mi amigo me dice que no tenéis ninguno el don de la magia».
«Después del hechizo anterior mi amigo está agotado. Déjalo descansar un par de días y os lo demostrará».
A partir de aquí, comenzaron una pequeña discusión cada vez más subida de tono sobre si alguno de ellos era mago o no, aunque Koriki no tradujo esta parte. No había tiempo, la cosa se estaba poniendo fea, bueno, mejor dicho, más fea de lo que ya estaba. Tenía que hacer algo y se le ocurrió una idea, aunque muchas personas pensaban que las ideas de los lusan no siempre eran acertadas. O más bien, no tenían ni una que acabara con un buen resultado.
Riss, de hecho, no entendía muy bien lo que le estaba diciendo el pequeño ser enfundado de cuero negro desde el otro plano. Aunque no comprendía lo que decía su maestro, intuía que las negociaciones no iban del todo bien, así que, sin pensarlo mucho, se adelantó un paso y señalando con una de sus espadas al mago dijo con voz segura:
—Tu duda es tu muerte.
No sabía qué significaba exactamente, pero Koriki le había asegurado que era de vital importancia que lo hiciera con toda la arrogancia posible.
Al instante, todo el campamento saltó en vítores de alegría. No había cosa que exaltará más a los engendros que un combate a muerte. El mago rojo sonrió perversamente.
Th’oman se giró con los ojos que casi se le salían por sus cuencas, se notaba lleno de ira. Lo cogió del brazo para acercarse al centro del círculo y que nadie los oyera
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Koriki me ha dicho que te tenía que ayudar o estábamos perdidos.
—Vas a acabar muy mal si te fías de los lusan y les haces caso —intervino Faiser.
La voz del lusan se oyó en todas sus mentes:
«Tranquilos, chicos, está todo controlado… bueno, o casi todo. Th’oman, sabes que sin una muestra de poder estamos perdidos. Confiad en un lusan por una vez en vuestra vida».
Daba igual lo que pensaran, el desafío había sido lanzado y recogido, y ahora ya solo quedaba esperar el resultado.
Los urcanos despejaron un gran círculo apartando tiendas y apagando hogueras, dejando a los contrincantes uno en cada punto de una arena de combate improvisada. O mejor dicho, uno en un lado, y otros dos en otro. Según las tradiciones de los desafíos, un mago podía acudir al envite junto con su guardián, siempre y cuando este no tuviera la capacidad de usar la magia.
Así, Riss, sin saber muy bien cómo, se encontraba ante un mago y el gigante más grande que hubiera visto en su vida.
Las instrucciones de Koriki eran muy claras, y vista la situación, no tenía más remedio que acatarlas al pie de la letra: «Tú no te muevas, ni siquiera cuando te ataquen. Cuando avise, señala al gigante y ordénale alto y claro que muera».
El urcano con túnica roja comenzó a mover las manos de manera extraña y a murmurar palabras que no conseguía entender. Se sorprendió al ver que en el aire había volutas rojas, pero seguramente sería parte del hechizo.