Los primeros rayos de sol empezaron a iluminar el pequeño campamento que Yaru y su joven amiga habían montado la noche anterior en una ladera cercana a la ciudad de S’ten. Habían llegado ya con la noche echada encima, y puesto que las puertas de la ciudad se cerraban al anochecer desde que los engendros comenzaron a atacar el país vecino, no les quedó otra alternativa. No es que la ciudad estado hubiera sufrido ningún ataque por parte de las sombras, pero toda precaución era poca.
El sol salió por completo y cuando Yaru miró hacia la ciudad, comprendió por qué la consideraban la más hermosa de todo el continente. Justo en el centro se alzaba una gran torre marmórea con forma de espiral, aunque había algo un tanto raro a su alrededor. Debía ser la cúpula de luz que la protegía, una cúpula transparente y totalmente impenetrable. Desde esa distancia la torre parecía el faro que guiaría a toda la ciudad. Pero su belleza no quedaba ahí. A su alrededor se habían dispuesto una multitud de edificios de formas estrambóticas. Los había afilados como agujas que parecían competir en altura con la Torre de Luz, con grandes ventanales de cristales coloridos. Desde esa distancia no se podía apreciar, aunque Yaru había escuchado que aquellos mosaicos representaban diferentes imágenes de la historia del continente.
Había otros edificios que a Yaru le recordaban a una cesta de huevos, pues eran la forma que tenían sus pisos, aunque colocados de tal manera que desafiaban las leyes de la gravedad.
Otros cuantos parecían grandes árboles, no obstante, las ventanas que se iluminaban en la tenue luz de la mañana delataban su función.
Todos tenían formas y colores extraños, pero, aparte de la Torre de Luz, había dos que por su función atraían la mirada del caminante de sueños. Uno estaba junto a la Torre de Luz, su base no sería más grande que el salón de cerveza de cualquier aldea, pero al ascender unos cinco metros, se ensanchaba para formar una gran plataforma de al menos doscientos pies de diámetro. En cada punto cardinal del edificio existía otra pequeña columna con forma de dragón que ascendía desde el suelo, aunque su grosor no sería mucho más de una brazada. Allí se centraba el poder ejecutivo del Gremio de Magos, y era el único edificio prohibido a los no magos. Las personas sin esta condición que habían accedido a él se podían contar con los dedos de las manos. Era el Núcleo de Magia.
Un poco más alejado de este y mucho más pequeño, se hallaba el otro edificio con el que había soñado tantas veces. Su forma también era bastante particular, y desde ciertos puntos de la ciudad podía apreciarse su gran parecido con un barco surcando las olas del mar. Aunque lo más característico era que estaba forrado con cierto metal que hacía que sus colores pasaran desde verdes o azules, hasta diferentes tonos rojizos según la luz incidiera desde un ángulo u otro.
En la antigüedad había sido el edificio que ocupaban los soñadores, aunque hacía mucho que habían desaparecido. En la actualidad, Yaru desconocía la función que se le pudiera estar dando, pero estaba decidido a recuperarlo para su futuro gremio.
—Holi, despierta. Mira cuánta belleza.
Por supuesto, antes de llegar a la muralla, atravesaron un laberinto de callejuelas que se habían ido conformando según las barriadas crecían alrededor de los grandes centros donde se movían las bolsas de monedas. Al parecer, se había convertido en la dinámica de todos los centros poblacionales. Al no existir una amenaza realmente importante, la muralla protectora se había dejado de ampliar hacía mucho tiempo y, ahora que se necesitaba, ya era tarde para comenzar con dichas remodelaciones.
Los ricos comerciantes, nobles o magos poderosos habían ido adquiriendo poco a poco las propiedades dentro de los muros, y ahora, en todas las ciudades los más pobres solo podían protegerse de un posible ataque con las paredes de su casa. Bueno, en todas menos una, en Pádaror, la muralla exterior todavía protegía a gran número de estos, aunque no a todos.
¿Cuánto hacía que había partido de su ciudad? Varias lunas, aunque le habían parecido años. Jamás imaginó que podría echar tanto de menos su patria, pero era algo que no se podía evitar.
Tampoco podía imaginar en la persona en la que se había convertido. Su futuro estaba claro, sería un guardia real, y puede que con esfuerzo consiguiera algún cargo de importancia dentro del castillo. Su padre era el capitán general, y esa influencia haría fácil su ascenso. Su vida estaba más que dirigida desde que había nacido, y era una vida que realmente le apetecía vivir.
Sin embargo, desde su primer sueño todo había cambiado. Desde entonces no había dejado de caminar por los tiempos, tanto antiguos como futuros. Había visto guerras pasadas, acuerdos o intrigas palaciegas que se contaban a los niños para entretenerlos durante las largas tardes de invierno. Pero él las había vivido en primera persona, comprobando cómo se exageraba en ciertos aspectos o se habían olvidado otros.
También había visto fragmentos del futuro, aunque estos eran menos frecuentes.
Además, estos caminares eran como sueños. Cuando volvía al mundo actual, muchas veces no se acordaba de nada en absoluto, otras, tan solo de retazos, y en contadas ocasiones, con pelos y señales cada uno de los detalles.
Los retazos de esos sueños lo habían llevado hasta esa ciudad sin saber a ciencia cierta a qué. Bueno, a qué, sí. Tenía un objetivo, pero, después de eso, todo era incertidumbre. Lo peor; no sabía si algún día volvería a su querida ciudad natal.
Tras perderse un par de veces entre los extravagantes edificios y poder admirar de paso su gran belleza consiguieron alcanzar aquello que buscaban. Yaru se acercó a la puerta metálica de color azulado e intentó llamar al pomo, pero estaba atascado.