A la mañana siguiente, Sophia ya tenía preparado todo para la llegada de César. Estaba emocionada por el hecho de que todo estaba saliendo como debería de ser. Era uno de esos días en los que ella se despertaba con una sonrisa y no había nada que pudiera ponerla mal.
Habían pasado tantas cosas desde la partida de Matteo que a veces se sentía como un cuerpo sin vida, andando por ahí de manera mecánica. Sin poder hacer ni sentir nada.
Durante todo ese tiempo, aprendió, lloró, gritó con todas sus fuerzas. Le reclamó al cielo cual era la razón por la que se había ensañado con ella.
Cada vez que ella caía, lo hacían todos con ella.
Douglas, Ian, César y hasta él...
Lo único que la mantenía cuerda en esa cruda realidad que llamaba vida eran los recuerdos. No todo había sido malo siempre.
Las risas con Douglas por sus chistes malos, los ratos de estudio en donde Ian le ayudaba, los paseos que solía dar con su hermano, las miradas cómplices con César...
Tantas cosas que ella amaba y que mantenía en su corazón, guardados en una alacena de cristal. Donde nadie pudiera arrebatárselos.
Con el pasar de los días, se dió cuenta de que no podía vivir a base del dolor, eso solo la iría consumiendo de poco en poco. Estaba claro que no iba a pasar página ni hacer como si nada hubiera sucedido. Aun tenía cosas por hacer. Planes que llevar acabo hasta el final.
Por medio de las cámaras de seguridad que habia instalado cuando se mudó, se dio cuenta de que César acababa de aparcar su auto en la entrada del edificio. Ella, con una sonrisa triunfadora, salió del cuarto de investigación y movió el ropero para tapar la entrada. Fue directo hasta la sala y se sentó en uno de los tres cómodos sofás que había comprado aquel dia lleno de ofertas en el centro comercial. Tomó su celular y revisó su correo electrónico y redes sociales mientras esperaba con paciencia a que el chico que estaba en la entrada de su departamento comenzara a tocar a su puerta.
Dos minutos después se levantó a abirle la puerta al chico pues éste tocaba repetidamente la puerta sin parar. Al abrirla no vió a nadie, asomó la cabeza fuera de la puerta, mirando hacia la izquiera pero, antes de que pudiera girar la cabeza a la derecha, un cuerpo corrió hacia ella a toda velocidad y la tiró al suelo haciendo un perfecto placaje de rugby.
— Demonios, César, me estás aplastando. — dijo Sophia con la voz llena de sofoco. Al caerle encima, todo el aire que ella almacenaba en su cuerpo salió por su boca.
La risilla divertida de César resonó en todo el pasillo con un eco. Éste se levantó con esfuerzo de encima de la chica y la ayudó a ponerse de pie también.
— Se siente bien molestarte de nuevo.
La sonrisa socarrona que él tenía no hacía más que causarle pequeñas arrugas en la piel junto a sus ojos color miel. Los cabellos rubios que lo habían caracterizado desde el nacimiento habían desaparecido cediéndole el lugar a una melena color castaño claro y unos rizos bien formados. Se había dejado crecer el cabello hasta poco mas arriba de los hombros y un atisbo de barba se notaba en su rostro a simple vista.
Lucía diferente. Físicamente ya no quedaba nada más que el color de ojos de aquel muchacho que andaba para allá y para acá con Sophia. Ese que hace unos meses, antes de irse, le había obsequiado una sudadera negra con el logotipo del último disco que habia sacado Michael Soul.
— Dejando de lado que casi me matas lanzándote sobre mí, creo que tienes razón. Es bueno volver a los viejos tiempos. Aunque sea un momento.
Sophia dejó escapar una pequeña sonrisa. A pesar de todo lo que ella sabía que había sucedido y que estaba por suceder, quería disfrutar de los pequeños momentos con las personas que siempre fueron cercanas a ella como si nada estuviera sucediendo. Como si César no la hubiera traicionado.
Ambos pasaron a la sala y se sentaron en sofás diferentes. Uno frente a otro. Ninguno de los dos sabía qué decir o qué gesto hacer para romper el hielo, la tensión se habia instalado en ese lugar desde que tomaron asiento y ni siquiera la diversión que habían tenido hace unos momentos pudo borrarla.
— Tengo hambre.
Los nervios que comenzaba a tener César hicieron que dijera la primer frase que se le vino a la mente. Tarde se dio cuenta de que era una gran estupidez lo que había dicho.
Sophia se mordió el labio para no reír pero su intento fue en vano pues terminó soltando tal carcajada que asustó al pobre anciano que vivía en el departamento de a un lado. César se unió a las risas de Sophia, alejando por fin los nervios y la tensión que dominaba la sala.
— ¿Qué te gustaría almorzar? — le preguntó ella, levantándose de un salto del sofá y caminando hacia la cocina.
— Depende. — respondió él con una sonrisa minúscula, casi imperceptible. Pero genuina.
Sophia se giró hacia atrás, hacia donde estaba él aún sentado en el sofá y puso los brazos en jarras.
— ¿De qué cosa?
A Sophia no le gustaba cuando las personas se ponían misteriosas o le daban largas a un asunto. Si César tenia hambre pues que comiera algo y ya. ¿Qué podría ser aquello que le impedia decir lo que iba a comer y ya?
— Si vas a almorzar conmigo entonces quiero preparar yo lo que vamos a comer pero si no lo harás entonces iré a comprar algún pan y café a cualquier sitio que esté cerca.
Ella se lo pensó un poco. Había quedado con Ian y Douglas para ir a almorzar a Maevy's, su cafetería favorita en la ciudad, y además, hablar sobre el siguiente paso en el plan.
No podía cancelarles, era necesario que se pusieran en marcha con el siguiente paso por realizar. Tardó un momento en decidirse, finalmente dijo:
— He quedado para ir a almorzar con unos amigos. Sería malo que les cancelara de última hora.
César la miró raro. Como si no conociera a la persona que tenía enfrente.
— ¿Desde cuando tienes más amigos? Nunca has sido mucho de hablarle a la gente...