Riss no podía creer todo lo que se desarrollaba a su alrededor. El último recuerdo que tenía cuando despertó era el de su maestro y amigo clavándole un puñal en el corazón. Ahora estaba sentado a una mesa de piedra disfrutando de una cena ligera, rodeado de sus amigos y de una multitud de radors. Se encontraba en la celebración de la apertura del monte del Dragón.
Pero su mente no estaba en la fiesta, sino en todo lo que le habían contado sus amigos al despertar. Al parecer, Ymae se había enfrentado a Lleu y Goort, y también había acabado con la vida de Th´oman. Esto último le dolía. Cierto era que el caminante de los Páramos Sombríos había intentado lo mismo con él, pero para Riss seguía siendo su entregado maestro.
Después, ante la imposibilidad de una victoria, Koriki había potenciado los poderes de Ymae para que los sacase de allí. Habían llegado al monte del Dragón en lo que dura un parpadeo, y después, Koriki había compartido un hilo de vida para devolverlo a la vida.
Riss había intentado darle las gracias en varias ocasiones, pero el lusan rehusaba sus agradecimientos y siempre montaba alguna escena para cambiar de tema. Era cierto que ya lo consideraba un amigo, y, posiblemente, para Koriki el sentimiento fuese mutuo, pero acortar su vida para alargar la de otra persona… Riss lo había pensado mucho, y todavía tenía dudas de si él habría hecho lo mismo.
Y, por si no tenía bastante, los radors se habían empeñado en que eran las personas dignas de internarse en el monte del Dragón, los únicos seres en más de setecientos años.
Hacía dos días que había despertado, y una migraña permanente se había instalado en su cabeza. Puede que fuera un efecto secundario de haber estado muerto durante unos minutos, aunque él pensaba que era de tanto darles vueltas a las cosas e intentar comprenderlas.
Koriki llegó corriendo con la boca llena de avellanas.
—¿A que no sabéis qué? —Sus amigos no le respondieron y se limitaron a limpiarse los trozos de frutos secos que el lusan les había escupido mientras hablaba—. Mirad.
Koriki se irguió y estiró sus brazos mientras su rostro contenía la emoción que destilaba todo su cuerpo.
—¿Y qué tenemos que ver exactamente? —preguntó Ymae.
—¿No lo veis? —Estiró un poco más los brazos, pero no les dio tiempo a que respondieran—. Es normal, yo mismo he tardado varios días en darme cuenta. —Acercó sus muñecas al rostro de Ymae—. Es aquí mismo. ¿No ves que el traje me está pequeño? —La sonrisa del lusan se habría ensanchado aún más si eso hubiera sido posible. Después, subió uno de sus pies a la mesa para mostrárselo a sus amigos—. ¿Veis? Aquí ocurre lo mismo. Y lo mejor de todo es que estos trajes hechos de cuero puro no se encogen en dos días, con lo que solo hay una explicación posible… Yo he crecido.
De un salto, se subió a la mesa mientras derribaba algún vaso y esparcía a patadas la comida de los platos cercanos. Un baile un poco ridículo lo acompañó, aunque sus amigos no pudieron evitar que una sonrisa aflorase en sus rostros.
—Yo pensaba que el crecimiento de los lusan acababa antes de tu edad.
—Pues por eso bailo —contestó sin cesar en su danza—, porque ya pensaba que no crecería más, y ahora mira, seguro que soy de los más altos de todo el bosque. —Su baile cesó en seco y su voz sonó más seria—. Claro, puede que ahora tenga que mirar hacia abajo para poder hablar con mis amigos y que me salga chepa… No sé si me compensan esos dos centímetros de más.
—¿Crees que tiene algo que ver con las líneas que han teñido mi piel? —preguntó Riss.
Al principio no se había dado cuenta, pero, según iban pasando los días, lo que había pensado que eran moratones o marcas de la lucha se habían convertido en líneas pigmentadas en su piel. Por mucho que se había frotado, no había forma de eliminarlas.
Le recordaron a los tatuajes que llevaban muchos marineros de la costa de Burlisen, pero pronto se fijó en que seguían el mismo patrón que las líneas que surcaban la nívea piel de Koriki.
—Pues no tengo ni idea. Yo creo que es la primera vez que alguien de mi pueblo comparte un hilo de vida con algún no lusan. Así que, igual que tú has heredado parte de mí, como esas preciosas marcas, puede que yo haya adquirido algo tuyo. —De nuevo se puso serio—. Menos mal que no ha sido ese pelo estropajoso que tienes. Eso sí que habría sido un motivo de arrepentimiento.
—Ah, no te gusta mi pelo. Pero, por el contrario, que mi cuerpo esté cubierto de marcas lusan es un halago, ¿verdad?
—Pues claro. Pero, por muchas vueltas que le doy, no consigo entender cómo un hilo de vida que pertenece por completo al mundo espiritual es capaz de compartir características del mundo físico. En cuanto vuelva al bosque de Koo, debo de contárselo a nuestros sabios, a ver qué opinan ellos.
—¿Sabios? —preguntó Ymae—. No sabía que teníais esa figura. Después de tantos días allí y todavía nos quedan cosas por aprender…
—Claro, los contadores de cuentos. Kani es su líder. Digamos que aúnan varias funciones. Al conocer nuestra historia mejor que ninguno, también la analizan para poder extraer de ahí los mayores conocimientos posibles.
—Tiene su lógica.
Antes de que pudieran seguir con la conversación, Grantorio se levantó de su asiento e hizo un gesto para que todos le prestaran atención.
—Compañeros y amigos, esta es una comida de celebración que llevamos mucho tiempo esperando. Pero también es de despedida, pues mañana nuestros nuevos amigos entrarán en la cueva del dragón.
»Hace mucho que nuestro pueblo adquirió una deuda con los dragones, pues fue nuestra culpa el que asolaran y enclaustraran al último de su especie. A nosotros se nos confió la responsabilidad de custodiar el amuleto de Cellant, diosa de la Tierra. Pero tuvimos miedo de corrompernos al igual que hicieron otras especies, y nuestros ancestros decidieron cedérselo al Gremio de Magos. Cierto es que estos juraron en el idioma de los dioses que jamás lo usarían para segar ninguna vida, pero retorcieron su verdad para usarlo en la guerra de los Poderosos y, finalmente, les sirvió de llave para encerrar al último dragón.