Partido de quemado extremo
Tuve un sueño bastante raro. Estaba en el museo junto con un grupo de personas, que peleaban por una estatua, y una maestra tejedora que se desintegró con Freddy Krugger. La verdad, que loco sueño, tengo que dejar de comer tanta azúcar.
PSSS, Jessica.—habló una voz serena y un poco somnolienta—. Me parece que deberías ir a la escuela.
—Cinco minutos más mamá—contesté adormilada. Un momento, mamá no suena como una persona amable, menos cuando de la escuela se trata. Me temo que no fue realmente un sueño.
Voy a despertarte ahora—como si fuera un “clic” mis ojos se abrieron. Literalmente no estaba en mi cobertor calentita, estaba sentada en el sillón al lado de la cocina, en mi regazo estaban mis apuntes de química y biología—. Tu despertador sonó a las siete y media, y como no lo escuchaste pues decidí tomar el control de tu cuerpo.
En ese momento sentí un escalofrío desagradable por la espalda. Osea que, me envía mensajes que casi me llevan a la locura, me desmaye por su culpa, y ayer por la noche estuve al frente de una rara pelea entre monstruos. Ahora ella me está manipulando cuando no me doy cuenta. Es momento de ponerle algunos frenos, porque enserio, si va estar haciendo esto al menos que pida permiso, o no.
—Escucha, Ariel—murmure mirando por encima del hombro por si venían mis padres—. Es momento de tener límites. Número uno: no manipules mi cuerpo sin mi consentimiento, es más, no hagas nada sin mi consentimiento. Número dos: no me hables en momentos de suma importancia, más si esos momentos incluyen alguien que me importa. Número tres: nunca vuelvas a manifestar esos tipos de visiones como la primera vez. Además quiero saber algo ¿Por qué me llamaste a mí?
En realidad, Jessica, tú lo hiciste—contestó tranquila—. Yo quería a tu amiga esa rubia. Tenía el mismo porte físico que el mío. Pero tú llamaste con más fuerza, sentí, en lo más profundo de tu mente que llorabas. Que me pediste ayuda.
—En realidad tú lo hiciste—remarque, ella hizo un sonido de negación.
No, tú estuviste ocultando algo. Sé que te es difícil hablarlo, pero debes saber que no…
—¿De qué cosa?
Tus padres lo entenderán. No son tan cuadrados como algunos padres.
—Escúchame bien—mi voz cambió a una amenazante—. Si vas a hacer mi pepe grillo te sugiero que mantengas mis pensamientos en dónde están. Y, si no, juro que me golpeara la cabeza contra un muro.
Ninguna respuesta, lo tomare como un sí.
Guarde mis útiles en la mochila. Volví a mi habitación cogiendo mi celular con mis auriculares, me fije la hora y tenía tiempo de sobra, hice dos sándwiches de mantequilla de maní y jalea para el almuerzo. El día estaba nublado aunque no nevaba, pero el frío era imposible no sentirlo, me puse un buzo gris y una chamarra vaquera arriba, tome mis llaves y camine directo a la escuela. Sé que suena loco pero quería tiempo para pensar, sin la necesidad de oír a Ariel.
El día comenzó de un modo normal, o por lo menos tan normal como puede serlo el instituto Castier. Se acercaba el baile de invierno, lo cual todos los estudiantes estaban de aquí para allá como locos. Y Leila era una de las organizadoras, cuando le ofrecieron decorar el gimnasio era la más loca y emocionada de todos.
—Será el mejor baile que haya organizado jamás—dijo Leila, caminando marcha atrás, estaba concentrada mirando los decorativos que habían en la entrada y un cartel con letras enormes de azul y blanco que ponía: GRAN BAILE DE INVIERNO, TEMÁTICA MASCARADA. La agarré del brazo cuando un chico venía corriendo en nuestra dirección y la atraje donde estaba—. Wow, que reflejos.
—S-sí, que reflejos—articule ni yo misma creyéndolo. Ella estaba sonrojada y miraba alrededor avergonzada—sonriente. No entendí hasta darme cuenta que la tenía con ambos brazos de la cintura. Sentí mis orejas arder de inmediato.
—Jess. ¿M-me ayudaras cuando termines tus clases?—pregunto cerca de mi rostro, su aliento mentolado llegó justo a mis labios, tragué duro y asentí. Sin más aviso la besé, fue corto pero dulce, sin importar que los demás miren. Ella correspondió y su rostro fue un tomate perfecto. Le dedique una sonrisa de lado.
—Nos vemos después de clases—le di un pico despidiéndome de ella.
Mi primera clase, de ese día, era Inglés. Consistía en que teníamos que haber leído El arte de la guerra. Es un tratado sobre estrategia militar dividido en trece partes, cada una de las cuales da cuenta de los diversos aspectos y escenarios que pueden darse en un conflicto. Para eso, la prueba de hoy consistió en que deberíamos crear un conflicto y buscar la forma de solucionarlo. La profesora se retiró para dejarnos solos y el desmadre se desató. Como siempre los abusones aprovecharon para molestar seguido de sus versiones femeninas, o como yo les llamo El Séquito de Huecas, liderados por la hueca mayor, Maggie Bowen. Una chica de cabello moreno desaliñado que le caía hasta los hombros, era corpulenta de piel aceitunada, siempre viste ropa al estilo punk, y sus ojos de un marrón pardo, la hacían ver como un perro rabioso. Sus amigas vestían de igual forma que ella, creyéndose las más malas de la clase. Como era de esperarse dirigieron su mirada hacia mí y sonrió mostrando sus dientes chuecos.
—Pero miren a quien tenemos. La mecánica grano de café—sus amigas detrás se destornillaba de la risa. Por mi parte trate, con toda mi voluntad, no partirle su nariz ganchuda de un puñetazo.
—Enserio Maggie, racismo—habló Ganzhel que estaba con la mandíbula apretada. Maggie lo miró con desdén.
—Me olvide que estabas aquí, chino—escupió con desprecio, ahora fue mi momento de apretar la mandíbula, ella prosiguió—. Pensé que no vendrías hoy, digo, creí que la cena navideña de este año sería perro acaramelado—Sentí como la sangre bullía de cólera. Estuve a un segundo de agarrarla de su grueso cuello cuando la profesora entró. Observándonos a todos con intereses, estaba medio parada en mi asiento, lista para acogotar a Maggie. Nos preguntó qué tipo de conflicto pensamos y, como estaba tan cabreada, no sabía qué demonios responder, pero Ganzhel habló por mí.