Lágrimas de otro
Después de la advertencia de Ariel, sentí un vahído, para después terminar en un lugar diferente. Estaba en un mirador; una vista hermosa a la ciudad de Giorden Hill se manifestaba. El calor era notorio y el sol comenzó a descender, todo florecía y los pájaros cantaban. Un banco de madera estaba a mis espaldas, una mujer guapa se me acercó con un vaso de limonada, lo tome y pude ver un pequeño reflejo de mi rostro, o mejor dicho, el de Matthew. Por lo que veo, seguro que era todavía verano o primavera, había una cesta de picnic y una manta tendida en el suelo, me sentía tensa e incómoda. Como si nunca hubiese hecho esto antes. Pero estos sentimientos no eran míos sino de él, mis sentidos estaban en alerta máxima. Podía ver que los colibríes no eran colibríes, sino que una especie de mujer diminuta con sus alas que se batían como las hélices de helicóptero. Sus manos eran negras como sus ojos y todo su cuerpo colorido. Su rostro era hermoso pero sus dientes eran puntiagudos. Volaba de una flor a otra, tocándolas haciendo que florezcan y, recolectaran el néctar del interior. La mujer no se percataba de que estaban volando detrás.
—Jamás vi un colibrí tan cerca, pensé que eran esquivos—dijo la mujer, viéndola de perfil tenía la misma facciones finas de Mattcomo el cabello negro, pero sin los ojos azules.
—Si—contestó Matt—se supone que son esquivos—les lanzó una mirada fulminante a las mujeres colibríes que se rieron y fueron directo a un arbusto—¿Creí que tenías que trabajar hoy?
—Pensé que podíamos tener un momento madre e hijo. Hace ya mucho tiempo que no lo teníamos. ¿Te acuerdas la última vez que salimos juntos?
Sentí una presión agridulce en el pecho—Fue en primavera, cuando tenía unos ocho años. Después de eso nunca más.
—Ah cierto—se hizo un silencio incomodo entre los dos que fue interrumpido por el chirriar de las cigarras. Sentí que tenía que romper el hielo de alguna forma—. Estás más alto desde la última vez, y un poco más hinchado de lo delgado, aunque nunca vi esa herida en el dorso.
—Fue cuando estaba arreglando la moto del trabajo—podía sentir como mintió y lo tan natural sonó que no sospechó su madre—: me corte cuando afinaba algunas… partes y una tapa se cerró en toda la mano. Pero bueno, no fue para peor.
—Lo veo—otro silencio incómodo—. ¿Cómo te va en la escuela?
—Genial. Ya estuve pensando en las universidades para cuando termine—musito Matt con cierto nerviosismo—. Ya sé que aún es temprano para eso, pero…
—Es bueno tener opciones a la mano—agregó rápido su madre, posando con sutileza su mano en la de Matt—, vamos, comamos los sándwiches de pavo antes de que se sequen.
Matthew sentía una alegría inmensa estar y ver a su madre riendo, como si sus ojos fueran unas lentes de cámaras, fotografió el momento y lo guardó en lo más profundo de su mente. Estaban los dos inmersos en una cálida conversación, que se olvidaron de su entorno. Las mujeres colibríes dejaron de volar alegres, para salir despedidas con una parvada de pájaros. El ambiente se volvió frío y asfixiante, como si una gran manta helada se aloja en el pecho y pesara una tonelada, de pronto, los vellos de la nuca se erizaron y mi cuerpo se entumece.
susurro algo en mi oído. No sabía con exactitud quien temblaba más, si Matthew o yo, pero eso no me impedía pensar las formas de salir huyendo de ese lugar.
—No, no, no—repetía Matt apretando su sándwich saliendo mayonesa por los lados. Miró de hito en hito para encontrar, aunque sea, una figura oscura o algo fuera de lo usual.
—Matt—llamó su madre con hilo de voz. El muchacho se volvió, donde una criatura espantosa estaba a un metro frente a ellos con un árbol haciendo sombras. Matt envolvía los ojos viendo con claridad a la criatura; era parecida a un zombi con extraños crecimientos en forma de raíces que sobresalen de su cuerpo y piel pedregosa.
—¿Quién eres?—gritó Matt, y su pluma soltaba brillos como una sirena.
La criatura soltó unos espantosos chasquidos apareciendo más de esos por las cortezas de los árboles. Contaba alrededor de seis o siete, que escrutaban a Matt y a su madre. Con sus ojos amarrillos, como barbacoa. Las criaturas se separaron y mostraron a un hombre: alto y delgado de piel oliva y orejas puntiagudas, su cabello se descomponía en los colores del amanecer y sus ojos eran de un azul frio. Tenía facciones afiladas y bellas. Sonrío de lado, retrocediendo sus finos labios mostrando sus dientes blancos. Su vestimenta era un traje de tres piezas verde azulado con zapatos negros.
—¿Quién eres?—repitió Matt. El hombre avanzó despreocupado y las criaturas estaban erguidas esperando ansiosas una señal para matar.
—Soy Taegen Reithel, un Elfo Cazador—levantó sus manos enguantadas—, y estos,—señalo a las criaturas—son mis
chasqueo los dedos soltando chispas púrpuras, los Interfectos saltaron al ataque.
—¡Mamá!—gritó Matt—¡Tienes que ir a ponerte a salvo!—la mujer, con un notable shock, acató la orden de su hijo y descendió por un costado donde había un camino de vuelta.
Matt descolgó su pluma y esta enseguida cambió a una espada dorada flameante. Los Interfectos soltaron chasquidos furiosos y retrocedieron a las sombras. El muchacho blandió su espada, trazando un amplio arco que partió y desintegró al primer Interfecto. Los otros se lanzaron a atacar manifestando unas garras de un blanco hueso. Algunos, desencajan su mandíbula, mostrando su lengua cubierta de espino. Ataco partiendo por la mitad, a diestra y siniestra, a las criaturas sin tenerles miedo alguno. Apareció su daga en una mano que le ayudó, Matt sintió un ardor en la nuca: una corriente que lo paralizó cayendo de bruces contra el suelo. La espada le enviaba calor por su cuerpo, para que se curará rápido. Taegen soltó una risa estridente y avanzo balanceando un bastón de nogal negro y plata.
—Y yo que creí que darías mucha más pelea—musitó Taegen—: admito que estoy decepcionado de ti, Rey de los Condenados—desenfundo de su bastón una espada larga de filo plateado con inscripción en una lengua extraña.