El Ángel de Cristal

capitulo 11

La propuesta

—En serio, una descarga, al menos ten la descendía en advertirme—dije, estabamos en el globo terráqueo gigante, observando cada lucecita, parpadea en tonos amarillos y rojos, había muy pocos verdes—. La verdad que seguir órdenes no es lo tuyo.

Créeme era necesario, para poder charlar más apropiadamente con los jefes—replicó, se oía medio enfadada—. Pero no sirvió para nada, esa directora, Cordelia Astariel, es una de los seis Ministros. Esa bruja Psíquica, debí haberle provocado una jaqueca cuando se estaba retirando.

Y tan recatada que se veía Ariel con las personas resultó ser alguien de cierto carácter. Revisé la hora en mi móvil, y no pude evitar temblar de pies a cabeza, eran las 5.45 de la tarde. ¡Por amor a todos los santos, me van a dejar dormir afuera! Lo peor de todo es que aquí no hay señal. Cerré la tapa y corrí como alma que lleva el diablo hasta el ascensor, presione el botón que decía «salir», las puertas se cerraron y la música se oyó por los parlantes. Daba golpecitos con la punta de la bota, pensando en una excusa pero no tenía ninguna. Las puertas se abrieron y salí corriendo con el móvil sonando como una chicharra con tantos mensajes y llamadas perdidas.

Al salir en la calle me percaté de algo, no estaba ni de cerca de Portland, o New York, estaba en el maldito Washington, en el maldito Capitolio. 

—¡Como mierda voy a llegar a mi casa!—me llevé ambas manos a la cabeza, metiendo los dedos entre las hebras del cabello, el Monumento a Washington era tocado por los rayos del crepúsculo. Palpe mi bolsillo dónde algo esférico estaba, lo saque siendo la moneda que me dio Matthew.

La moneda de Caronte—dijo el Ángel—. Una moneda de viaje por todos los ríos del mundo; sean por aire, agua y tierra. Rápido úsala.

Lancé la moneda al aire y pensé en mi casa, en la habitación; cierro los ojos siendo golpeada por una ráfaga de frío. Las ráfagas de viento cesaron y termine sentada en el suelo; guarde la moneda y dejé el móvil en la mesita de noche. Me saqué el abrigo y las botas, saliendo de mi habitación.Estaba preparada para el regaño de mi vida, pero sólo encontré a mi padre y tíos comiendo estofado tranquilos, mirando la tele en canal de deportes.

—Veo que saliste de tu habitación—dijo mi padre sin apartar sus ojos de la tele—. Espero que tengas hambre, y de que tengas una buena explicación, de por qué no fuiste a la escuela hoy.

Mis tíos no me miraron, así que también ellos están con mi padre, lo que significa; estoy instantáneamente muerta. Rodeé la mesa y me senté en una esquina cerca de papá. Él se volvió con sus ojos oscuros y fríos, listo para regañarme.

—El director me llamó para decirme, que no estuviste en ninguna clase—continuo—. Incluso tus amigos, Leila y Ghanzel, no sabían nada sobre ti. En especial tu madre, que casi no pudo hablar en las noticias, por la angustia que tenía. Sabes el momento horrible que pasamos, estuvimos buscándote durante casi todo el día.

—Lo siento—fue lo único que pude decir. Papá con la cuchara, movió las patatas de un lado a otro, también mis tíos dejaron la cena a medio terminar.

—Pues yo lo siento mucho más, de no poder volver a confiar en tí—respondió y suspiró—. Estás castigada, y espero que un mes de castigo te haga reflexionar. Dame las llaves de tu bicimoto, no creas que no oí el ruido de ese fierro cuando lo encendiste. ¿En serio Jessica, salir de casa, hasta ese punto llegaste?

No respondo, con la cabeza gacha y la garganta estrangulada, fui hasta la caja al lado del televisor sacando las llaves de la bicimoto, se las doy y las guardó en sus vaqueros manchados de grasa. Voy hasta la cocina, tomó un plato de estofado yendo directo a mi habitación.


 

MATTHEW

Es horrible esto, estár solo en una maldita habitación de departamento, comiendo las sobras de la comida china de ayer. Iluminado solo por la lámpara del escritorio, donde las sombras danzaban en un siniestro compás mudo. Al lado de la comida, estaba mi libro de cálculo a medio terminar, las persianas estaban bajas y sabía que los demonios nocturnos aparecen. Siempre lo hacen cuando alguien está débil, pero ahora, me es fácil sacarlos de la ciudad sin armar escándalo. El móvil suena, levantó la tapa y contestó.

—Que hay M.J, ¿Hay alguna noticia sobre si ese profesor de filosofía es un monstruo disfrazado?—inquiero.

—Nada de eso—responde—. Es un mestizo ninfa, me reconoció por mi aura solar y porque soy unos de los héroes de la batalla de Vermont. Además tiene permiso del Parlamento para ejercer como profesor.

—Ya veo—juego con un wotton con los palitos—. Oye has sabido algo sobre… ya sabes… Él.

—Ni una repercusión en lo verde. Incluso las Freyades no sienten nada maligno en el aire—suelto un suspiro, pero no es de alivio, sino de frustración; Virgilio me advirtió que vendrían nuevos enemigos. Mucho más poderosos que Cain, y eso me deja revuelto los nervios, hasta le pedí ayuda a los demonios y monstruos a mi mando para buscar algo de él, pero jamás vuelven—. Matt, pasaron meses desde la advertencia de Virgilio ¿no crees que ya supiéramos algo?

—Es mejor ser precavidos, siempre atentos ante nuevas amenazas—respondo, se escucha del otro lado de la línea a Molly, que está llamándolo para comer. No puedo evitar sonreír—. Parece que tus suegros te adoran.

Resopla y ríe—Su papá si, su madre me pone a prueba a diario, esa señora no sabe dar tregua ante la mínima equivocación.

—Nos vemos M.J—despedí riendo y dejé el móvil aún lado. Miró al placar, dónde está colgada en la puerta la medalla del héroe; una semana después de la batalla llamaron a todos. Y, nos dieron esto como símbolo de reconocimiento al valor y blah, blah, blah.

¿Solo eso te dan por salvar al mundo?—dijo una voz que retumbó por la habitación. No pude evitar temblar—. Una miserable medalla; casi mueres por salvar el mundo, perdiste a un ser querido. Dan lástima los del Parlamento.




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