La Fontane de Madame Curie
Anduvimos por las calles adoquinadas pasando casa, tiendas de ropa y restaurantes. Mire de reojo a Matthew que estaba pálido, su mirada perdida y turbada, cosa lo cual me inquieta; su energía está un poco dispersa y en ciertas ocasiones cuando alguien pasa por nuestro lado, cierra los puños hasta poner los nudillos blancos. Las farolas titilan o algunas explotan llamando la atención de todos. M.J andaba tranquilo pero se mantenía cerca de Matthew por si pasaba lo del bote. Giramos por un callejón hasta detenernos en un café, Matthew tomó una mesa, M.J fue a hacer pedidos y yo fui al baño.
Una vez dentro del baño, mire en el espejo mi cara que estaba sucia de barro y de sangre seca, la ropa estaba desgarrada por todas partes, el anorak estaba desgarrado en el hombro y la sudadera tenía agujeros como de balas. Me descolgué la mochila buscando una muda hasta sacarla y dejarla arriba del lavado, me desvestí de la cintura para arriba y con la remera rota me limpie el rostro y el torso. Me deshice las trenzas, lavé un poco mi cabello hasta estar un poco satisfecha, lo volví a trenzar, y me vestí con una camiseta manga larga, un jersey azul y un par de medias limpias. Tiré la camiseta rota y sucia de barro con sangre también la sudadera, cuando disponía de reorganizar la mochila no me percate del colgante de mi nona. La verdad tenerlo me reconfortaba, aún después de tanto, me envolvía en un calor cuyo único propósito era un ancla, un recordatorio de que no toda mi vida era mágica, más bien mundana.
Al volver a la mesa me esperaban con una taza grande de capuchino y Beagles. Le hinque el diente a este último, nunca pensé que tendría tanta hambre, al igual que tomé grandes sorbos (quemándome la lengua) del capuchino. M.J estaba igual que yo, aunque Matthew daba sorbos pausados y con la mano abierta mantenía suspendida la cuchara que se volvía polvo para formarse en una estrella de plata, y volver hacer una cuchara. M.J le dió un codazo en las costillas llamando su atención y lanzándole una mirada de advertencia.
—¿Alguien sabe si estamos cerca de Madame Curie?—pregunte.
—Te soy sincero no sé dónde queda y—saco la tarjeta morada que Otto nos dio— esto no sirve como un magneto a la Fontane que pone aquí.
—¿Le preguntaste a la dependienta?—inquiriero, este asintió.
—Aseguró que ese lugar y dirección existieron, hace más de 169 años,—agregó Matthew dándole un sorbo a su capuchino—después de que Delphine LaLaurie se fuera a Francia tras su masacre de esclavos negros.
Hice una mueca de asco por lo dicho. Conozco a esa Delphine, la peor socialité de Nueva Orleans y, como no, sus incontables masacres perpetradas en su casa.
—Entonces estamos como al principio—Matthew estaba por hablar pero sus ojos soltaron un destello rojizo, miró por sobre su hombro, a la puerta, donde entra un chico de aparente veinte de piel oscura con traje. Matthew no dejaba de mirarlo al igual que M.J, yo los miraba a ellos como si fueran perros rastreando el peligro—¿Que les pasa?
—El chico… no es para nada humano—dijo M.J—¿Acaso no lo ves?
—No.
—¿Sabes cómo eludir el Velo?—preguntó Matthew, volví a negar—. Bueno será una clase rápida, mira al chico por el rabillo del ojo—acate lo que dijo y mi campo de visión quedó la figura del chico—. Ahora gira la cabeza rápido.
Hice lo pedido y puede ver cómo la figura del chico se tornaba borrosa para después volver y mostrar otra distinta: en ambas mejillas, tenían un tatuaje color plata, sus ojos estaban cocidos en forma de equis como su boca, y su traje era del color gris topo que acentuaba su color de piel. Mire a la dependienta que estaba hablando lo más normal con él, deje el capuchino y los beagles a medio terminar. Ahora entiendo esto del Velo, y cuando peleé con esos gemelos demonios cuando mostraron su verdadera forma. No pude evitar un estremecimiento al pensar en las verdaderas formas de esos demonios.
—De seguro él sabe dónde está Madame Curie—dijo M.J siguiendo al chico, que estaba tomando una orden para llevar, café submarino y Donuts bañadas de chocolate. Salió del resinto y enseguida ambos chicos tomaron sus cosas—. Vamos, Jess, hay que seguirlo.
Apure mi capuchino que me quemaba mi garganta al pasar y tome los Beagles que estaban en el plato, me colgué mi mochila y a paso rápido salimos detrás del chico.
•••
Las calles de Nueva Orleans eran hermosas, cada faro, departamento y local estaba decorado con motivos navideños. Los carteles de neón también estaban con los colores típicos de la navidad. Pasamos por la Jackson Park donde la gente era más concurrida, nos escondimos detrás de unos arbustos cuando el chico frenó y miró atrás, mi corazón latía desbocado cuando giró su cabeza con brusquedad y su rostro se crispó ¿podía ver con los ojos cocidos?, se volvió y siguió su camino. La catedral de San Luis está iluminada con luces LED de colores, los turistas se sacan fotos, chocamos con algunos cuando doblo en una esquina.
Los pies me dolían de tanto seguirlo en el camino de Royal Street, las construcciones españolas, estandartes y las luces de colores me deslumbraban. Nos detuvimos frente a una casa de tres pisos estilo victoriana, color blanco y tejas rojas. La puerta a cada lado estaba flanqueada por dos enormes hombres, ojos y boca cosidos con tatuajes plateados en las mejillas, dejaron pasar al chico y siguieron impertérritos.
—Bien, bien—dijo M.J soltando un suspiro—¿Cómo haremos para pasar sin que ellos nos partan por la mitad?
—Podría noquear a ambos—agregó Matthew despreocupado, tronando sus dedos. M.J le miró con reproche—¿Que? Solo era una idea.
—O podríamos ir y ver si se puede entrar sin hacer bullicio—replique, M.J extendió su mano y me señaló mirando a Matthew como diciendo «¿Ves? Ella si sabe cómo hacerlo», su amigo se encogió de hombros.