El ángel de la muerte

Capítulo 14: ¿Reencarnación?

ADVERTENCIA

En este capítulo se habla de armas, intento de captura y maltrato físico. Por favor no lean si estos temas les incomoda o no les gusta.

 

En este capítulo conocemos un poco más del pasado de Eve y la noche en que su vida cambio.

 

*_*_*_*

 

—¡MUERE DE UNA VEZ MALDITO! —gruño.

La sangre brota de mis heridas, ahogo un grito de dolor con cada movimiento que doy. Sostengo sus manos empujándolo hacía atrás, evitando que sus dientes den con mi rostro. Los otros tres siguen en el suelo, para mi mala suerte, veo como empiezan a levantarse con la furia desbordando en sus rostros.

Se acercan extendiendo sus manos hacía mí, queriendo terminar conmigo como lo hacen con todo los demás. Sin tener más remedio, uso mis poderes para que el maldito se retuerza de dolor. Empujo mi mano contra su pecho abriendo su piel directo a su corazón. Siento el músculo baboso, caliente y pequeño bombear en mi mano, lo aprieto con fuerza hasta que lo hago cenizas, el polvo cae de mis manos hasta el suelo al igual que el resto de su cuerpo.

Los tres espectros siguen avanzando sin mostrar el mínimo ápice de miedo. Sus ojos son completamente blancos, sin inicio ni final, sin emoción alguna. Sus pieles pálidas y translucidas resplandecen con un brillo azul, pedazos de carne se desprenden de sus cuerpos de una forma tan asquerosa. Sus manos son largas con uñas puntiagudas y negras, sus cabellos largos y finos, apenas visibles en sus cráneos.

¿En qué momento creí que era buena idea irme por un atajo?

Las cortadas en mis brazos y en mi abdomen empiezan a sanar lentamente, me preparo para enfrentar a los otros tres espectros. Se abalanzan hacía mí en un abrir y cerrar de ojos, evito sus manos golpeando a sus costados, sintiendo su asquerosa carne chocar contra mis nudillos. Para hacer esto más repugnante, su piel cae al suelo descubriendo más sus esqueléticos cuerpos.

Golpeo sus rostros, sus piernas debiluchas, sus espalas, golpeo y golpeo sin parar. Uno de ellos logra anticipar mi siguiente movimiento deteniendo mi mano en el aire. Sus uñas cortan mi pecho abriéndome la piel, me retuerzo al sentir otros cortes en mi espalda, ahogo un grito de dolor mordiendo mi labio. La tela se me desgarra ahí donde sus garras me alcanzan, suelto maldiciones sin poder contenerlas.

Alcanzo una de sus manos, la giro en una posición antinatural quebrándola, el chillido de dolor que emana del espectro quema mis oídos. La giro más evitando los golpes de los otros dos. Sin pensarlo más tiempo hago lo mismo que el otro, sostengo su corazón y lo hago cenizas.

Los dos restantes chillan con fuerza más cabreados que antes, cubro mis oídos aminorando sus llantos, puedo sentir mis tímpanos sangrar a pesar de que los cubro. Con mucho dolor, aparto mis manos de mi cabeza para evitar sus uñas. Golpeo a los dos con toda la fuerza que me queda. Si tan solo pudiera usar mis alas esto sería mucho más fácil.

Con la mirada es suficiente para lograr que se retuerzan en el suelo, me inclino en medio de ambos, repito el procedimiento con el que tengo a mi derecha, luego el último. Me complica las cosas moviéndose de un lado a otro. Se levanta del suelo en un solo movimiento.

—Muérete de una vez—quiero terminar con este miserable día de una vez e irme a acostar a la cama.

El infeliz tiene una ventaja sobre mí, mis heridas me debilitan, puedo sentir el líquido pegajoso y caliente resbalar por mi columna, mis brazos y mis piernas. He perdido toda le energía que tenía en sus hermanos.  

Muestra sus dientes puntiagudos creyendo que eso logrará intimidarme. Tan ingenuo, si supiera que he visto cosas peores que esto. Golpeo su rostro contra el suelo creando un pequeño cráter, mi mano entra por su espalda buscando su corazón. Olvide que está de espaldas, muevo mi mano dentro de él hasta que lo siento en mis manos. Tengo que contener las inmensas ganas que tengo de vomitar.

Mueve las manos en el aire luchando por liberarse, sus uñas apenas me rozan, arranco el corazón destruyéndolo en seguida, mi mano choca contra el pavimiento que sostenía su cráneo. 

Al fin. 

Me dejo caer en el suelo boca arriba, mirando las estrellas que pintan el cielo. Cierro los ojos recuperando el aire, dejando que mis heridas terminen de sanar. No sé cuánto tiempo permanezco en el suelo hasta que escucho una voz chillona.

—¡Dios!

No señora, no soy Él.

Sus pasos se acercan con velocidad, entra en mi campo de visión interrumpiendo mi pequeño momento de paz. Su rostro se contrae preocupada.

—¿Estás bien?

—Estoy bien—respondo más fría de lo que pretendía. Me levanto del suelo sin ánimo, su miranda sigue mi cuerpo dañado. Ahora solo queda mi ropa rasgada y manchada de sangre. Para mi suerte lo que queda de la tela aún cubre una parte de mis alas.

—¿Qué te paso mi niña?

¿Su niña?

—Nada.

—¿Cómo que nada? Mira como estas—se acerca con cautela, inspeccionándome.

—Estoy bien—repito.




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