El ángel de la muerte

Capítulo 20: Sombras

Un fuerte grito pone mis sentidos en alerta, sigo el sonido hasta llegar a una casa con las luces parpadeando hasta dejarla en completa oscuridad. Una señora, tan blanca como una hoja de un papel, sale corriendo atemorizada. Alcanzo a ver su ropa bañada en sangre, corre y corre por la calle pidiendo ayuda.

Entro a la casa para entender que fue lo que paso que la puso así, el olor a sangre me golpea tan pronto cruzo la entrada, repaso el lugar buscando la fuente del olor. La casa esta desordenada, varias cosas estás tiradas por el piso como si las hubieran arrogado, algo en la esquina del sofá capta mi atención. Me acerco con cautela, un hombre yace boca abajo, sangre derrama el suelo debajo de él, volteo su cuerpo para ver su rostro, tiene impreso una cara de susto, parece haber visto al mismísimo diablo.

Un escalofrío recorre mi cuerpo, puedo sentir su energía, se remueve sigilosamente entre las sombras, no tardo en encontrarlo en la esquina de la habitación, levitando. Un daeva. Ahora lo recuerdo, es lo mismo que sentí en la escuela. Desaparece antes de que logre cuestionarlo.  

Inspecciono la casa buscando alguna explicación que me aclare porque esta aquí. Las sirenas se acercan a la casa, es cuestión de minutos para que invadan el lugar. Memorizo la escena del crimen lo mejor que puedo, salgo de aquí antes de que los oficiales logren entrar. Uno. Dos. Tres. Seis, entran a la casa con las armas en alto.

Me quedo en las sombras observando todo el espectáculo que el daeva provocó. Estoy tan concentrada en ellos que no me doy cuenta cuando siento un golpe en la parte baja de mi nuca, claramente intentando dejarme inconsciente, para su mala suerte, necesita mucho más para derribarme.

Me giro para ver a mi atacante, un adolescente y al que creo es su padre parado a su lado. Ambos sostienen unas escopetas apuntándome a mí. Dos un paso adelante provocado que el chico me dispare. Paro en seco al recibir el impacto, bajo la mirada a mi pecho, el líquido rojo se expande ensuciando mi ropa.

—Escuincle baboso. ¿Crees que tengo ropa de sobra? Vas a pagarme esto—apunto mi ropa molesta.

Avanzo otro paso, ahora es el idiota de su padre quien me dispara en el abdomen, controlo el dolor que me provocan las balas para acércame a ellos y detenerlos. Puedo ver a alguien moverse detrás de mí listo para atacarme, lo detengo con un rápido movimiento, sostengo el palo con el que planeaba golpearme.

—¿Qué rayos? —balbucea.

Le arrebato el arma de un movimiento, lo empujo hacía atrás haciéndolo caer al suelo. Regreso a ver a los otros dos detrás de mí, retroceden un paso asustados. Siguen apuntando sus armas contra mí. Vuelven a dispararme, evado las balas apareciendo frente a ellos en un parpadear de ojos. Sostengo la escopeta del padre, lo golpeo en el rostro dejándolo inconsciente.

El adolescente retrocede viendo con preocupación a su padre, agarro su escopeta y lo golpeo en el estómago para que la deje ir. La suelta después de tres golpes, apunto hacía él sin dudarlo, sus ojos se abren llenos de miedo.

—¿Por qué querían matarme? —cuestiono controlando el impulso de disparar.

—Porque tú mataste al Sr. Marco, te vimos salir de su casa. Tú eres la que está ocasionando todos esos asesinatos.

Abro la boca para hablar, me detengo al sentir como el aire se torna frío, el muchacho empieza a temblar, pasa sus manos por sus brazos buscando calentarse. Puedo ver al daeva moverse entre las sombras de la noche, pego el arma a mi pecho buscándolo con desesperación, su sed de sangre a veces suele ser incontenible. Pongo al chico detrás de mí protegiéndolo, el daeva se mueve tan rápido que es casi imperceptible.

Un grito desgarrador se escucha detrás de nosotros, el señor que derribe se retuerce de dolor en el suelo, cortadas aparecen en su pecho abriendo la carne viva, las garras del daeva lo cortan sin piedad. El chico carga la escopeta de su padre, dispara hacia la bestia que termina con su amigo, apenas y logra tocarlo.

El daeva ahora furioso, deja al señor en el suelo, aunque logro detenerlo es muy tarde para él, su amigo está muerto, lo sé porque puedo ver su alma a un lado de su cuerpo. Se acerca a mí, cómo si supiera lo que tiene que hacer a continuación, toca mi hombro desapareciendo, me inclino hacia adelante soportando el dolor que su alma me provoco, he perdido la costumbre en esto.

Me recompongo lo más rápido que puedo, recorro el lugar con la mirada buscándolo, espero a que venga por el padre del chico para atacarlo. El lugar se queda en un sobrecogedor silencio, solo puedo escuchar nuestras respiraciones alteradas.

Espero, espero y espero. Aparece detrás del chico atacándolo, me muevo antes de que pueda poner una mano en él, lo sostengo del cuello inmovilizándolo. El chico me mira impresionando y asustado cuando ve a la figura en mis manos. Escucho un golpe sordo en el suelo, no necesito voltear a verlo para saber que se desmayo del impacto. Lo ignoro prestando toda mi atención en el ser en mis manos.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Fui invocado—su voz es grave y silencioso, apenas perceptible para mi oído.

—¿Quién?

—No lo sé, yo solo sigo las ordenes que me dan.

Pongo más presión en su cuello obligándolo a hablar.

—No lo sé—repite. —El trato era terminar con ese humano de la casa.

—Atacaste a alguien más fuera del tratado, sabes que eso no está permitido.

—Yo hice…

No lo dejo terminar, emano una luz blanca con mi otra mano apuntando hacia él. Se retuerce en mis manos luchando por liberarse, lo aprieto con fuerza para que se quede en su lugar, toco su pecho desprendiendo toda la luz por su cuerpo, maldice y grita lleno de dolor, sus quejas desaparecen a los segundos que él se convierte en una mancha negra en el piso.

Un quejido de dolor llama mi atención, el chico se despierta de golpe buscando al deava por todo le lugar, sostiene el arma en alto alterado. Una parte de mí quiere hacerle pagar por las balas que me metió, pero la otra parte decide que es mejor dejarlos ir. Entiendo que solo buscaban proteger a su gente.




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