El ángel de la muerte

Capítulo 33: Peste

Miro a mi amigo expectante, preguntándome porque nos invocó aquí en medio de la noche.

—Peste está aquí—anuncia para ambos.

Mi cuerpo se tensa al instante, Julian encuentra mi mano enlazando nuestros dedos, la aprieto sin intenciones de dejarlo ir.

—¿Cómo lo saben? —cuestiona mi ángel.

—Acaban de dar la noticia de una epidemia, creo que el centro de la enfermedad está en el hospital, los síntomas que se han presentado son vómito con sangre, mareos constantes, alucinaciones…—Maia voltea a ver a Archer a su lado antes de continuar. —Están muriendo.

—Todos ahí dentro están infectados de un virus desconocido, hayan o no estado enfermos antes—explica Archer.

Respiro hondo.

—Muéstrenme.

*_*_*_*

Las luces están encendidas, no detecto movimiento adentro, si no tuviera la certeza de que hay humanos ahí creería que esta deshabitado.

Cruzamos las puertas eléctricas, rodeamos el escritorio encontrando unos cuerpos en el suelo, sus rostros pálidos como el papel, sus ojos completamente abiertos con la mirada hacia el vacío, en las comisuras de sus labios quedan los restos de sangre que vomitaron antes de morir.

Me acerco a las almas confundidas, tomándolas para llevarlas al más allá, el dolor me invade al instante, lucho contra mi misma por mostrarme impasible, pero su sufrimiento me lastima profundo.

Una alma tras otra cruza por mi para ir al más allá, hago puños mis manos respirando profundo, controlando el dolor.

Nos adentramos por el hospital buscándolo a él, por el rabillo del ojo puedo ver a Maia nerviosa, voltea para todas partes buscando desesperadamente a alguien.

Su madre, se supone que estaría aquí esta noche.

Aclara mi amigo al notar mi preocupación por ella.

—Ella no está aquí—le informo segura de ello.

—¿Mi madre…?

—No esta aquí—repito.

—¿Cómo lo sabes?

Han pasado tantas almas por mi que ya sabría si ella estuviera aquí.

—Confía en mí.

Asiente sin dudar.

Seguimos avanzando por los pasillos vacíos, Archer y Julian se se adelantan a mover los cuerpos para que Maia no los vea. Camina a mi lado con cierto temor, sin aviso alguno, empieza a moverse con torpeza chocando contra los muebles, remueve la cabeza parpadeando varias veces.

Ma acerco a ella para ayudarla a sostenerse, no puede continuar, ha estado aquí demasiado tiempo, el poder de Peste empieza a dañar su lado humano.

—¡Archer! —grito llamando su atención, no duda ni un segundo en correr a mi lado al ver el estado de Maia.

—¿Qué pasa? —sostiene su rostro analizándola.

No puede seguir.

Digo telepáticamente para que solo él puede oírme, sé lo que ella dirá si le digo que debe quedarse atrás.

Si sigue Peste le hará más daño.

Asiente en discreción.

—¿Eve?

—Vamos a descansar un momento.

—¿Pero…?

—Solo un momento, ya hemos avanzado bastante.

Asiente cabizbaja.

—Voy a sentarme un minuto.

Se deja caer despacio al piso, Archer se inclina junto a ella cuidándola, los dejo solos para ir junto a Julian.

—¿Qué…?

—Debemos seguir sin ellos.

Mira atrás de mí donde ellos descansan, asegurándose que están bien, de pronto siento la presencia de Peste.

—Esta cerca—le advierto. 

Sin decir más, ambos nos movemos por los pasillos, abro la puerta de la habitación para encontrarlo postrado en la cama, viendo un programa de comedia en la televisión.

—Hasta que apareces—se queja sentándose en la cama. —Creí que ya te habías dado por vencida.

—Peste—saludo con desagrado, hay moscas volando a su alrededor, el cuarto apesta a podrido.

—Vienes acompañada. ¿Qué, ya se te olvido como defenderte que ahora necesitas un guarda espaldas? Pero que veo…—gira su rostro para ver a Julian. —Un ángel. Te has superado hermanita.

—Deja de hablar y entrégame el anillo—contesto impaciente.

—Mmmm—acaricia su mentón fingiendo pensar. —No, creo que mejor me lo quedo.

Su mirada me reta a moverme, no logro dar ni un paso cuando escucho a Julian toser con fuera, luchando por respirar, comienza a tener arcadas que terminan vaciando su estómago en el piso.

Al igual que él empiezo a toser, pronto siento un sabor metálico en mi boca, sangre sale de mis labios sin poder evitarlo.

—Mira lo débil que te has convertido—arruga la nariz con asco. —Solo una pizca de mi poder y ya estás retorciéndote como ellos.

Me apoyo en mis rodillas escupiendo la sangre a un lado.

—Olvidas que soy la más fuerte de los cuatro.

El dolor llega a él provocándole quejas y gruñidos, lo torturo tanto como puedo, se retuerce en su lugar, aunque intente controlarse. Me acerco con la daga en mi mano, con la otra atrapo su cabello obligándolo a verme. Sus ojos me miran cargados de veneno y advertencia.

—Te lo pediré por última vez, por los viejo tiempos, entrégame tu anillo.

—No importa cuánto luches, es demasiado tarde para los mortales…

Atrapo su mano y la apoyo a la cama, corto el dedo que sostiene el anillo desprendiendo de su dueño.

—Nunca podrás salvarlos, todos a tu alrededor morirán como siempre lo hacen.

Sentencia desapareciendo, llevándose consigo sus palabras hirientes. Me siento en la cama recuperando el aliento, aun saboreando mi sangre en la boca, por el rabillo el ojo capto algo brilloso. Sostengo el anillo con fuerza en mi palma.

—Eve…—Julian se recompone limpiando la sangre de su boca con el dorso de su mano.

Evado su mirada, no puedo verlo.

Todos morirán. 

Todos morirán.

Esas palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza, pasos se acercan a la puerta evitando que Julian continue hablando.

—Tenemos el anillo—anuncio hacía la pareja parada en el marco de la puerta, su expresión preocupada me deja claro que nos vemos terroríficos manchados con nuestra propia sangre, seguro parecemos sacados de una película de horror. 




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