El ángel de la muerte

Capítulo 34: Hambre

—Evelyn—levanto la mirada encontrando a Miguel parado a lado de un lago.

¿En que momento mando a llamarme?

—¿Qué pa...?

—Ya sabemos los planes de Lucifer—me corta abruptamente, lo encaro intrigada.—Planea abrir otro portal para subir.

—¿Cómo?

—Su plan era subir primero a su hijo, luego utilizarlo como portal.

Adam.

—Será su boleto a la tierra, después de que termine con los jinetes él vendrá, inevitablemente.

No puedo dejar que suba a su padre, si lo hace la masacre será peor, y destruirlo será casi imposible. Mi mente solo encuentra una manera de detenerlo, una que me remueve el estómago y comprime el pecho.

¿Cómo lo miro a la cara después de todo lo que ha pasado, lo que he hecho? ¿Cómo le explico que tengo que matarlo?

—Miguel...

—Su hijo es la respuesta, no podemos matarlo o él subirá—me corta desesperado.

Mierda.

—¿Qué se supone que haga entonces?

—La daga, con ella puedes desterrarlos de la tierra.

Y volvemos con la maldita daga.

—Escúchame Eve, esto es importante...

*_*_*_*

 

Las olas se mueven en sincronía, una detrás de otra, alcanzando la arena suave y dorada, para después regresar, dejando atrás restos de espuma. Observo el agua moverse, buscando alguna respuesta en ella.

—¡Eve!

Julian corre a mi lado, su respiración esta agitada, sudor cae por su frente, se queda a mi lado esperando a que le dé una explicación para mi repentina desaparición.

—Miguel me contacto, Lucifer quiere subir.

Su cuerpo se tensa, aunque puedo ver que una parte de él ya lo suponía.

—Tengo que dejar que suban los demás, para después desterrarlos a todos—me giro hacia él.—Necesito la daga para eso, cuando estén aquí debo regresar a todos los demonios al infierno.

—No suena tan difícil, te lo dije, podemos solucionarlo.

Observo su expresión aliviada, un nudo se forma en mi garganta, trago el nudo para poder hablar.

—Jul...

—Encontré a Hambre. Está en el pueblo, me tomé la libertad de avisarle a Archer.

Asiento agradecida.

Quiero hablar, pero el nudo me lo impide. En cambio, admiro la luz que hay en sus ojos, el alma tan buena, noble, gentil, paciente y hermosa que tiene. No puedo creer la suerte que tengo al tenerlo junto a mí, no quiero dejarlo ir jamás, lo quiero, más de lo que puedo explicar.

Me impulso hacia él chocando sus labios con los míos, saboreando su dulce sabor, alargando los minutos tanto como puedo. Se despega apenas unos centímetros, pega su frente a la mía.

—¿Por qué fue eso?

—Lo necesitaba—contesto en un suspiro.

Regresa el beso, alargándolo mucho más que el anterior, poseyéndome como solo él sabe hacerlo.

—¿Y eso por qué?—pregunto al igual que él.

—Lo necesito.

Lágrimas se asoman por mis ojos, rodeo mis brazos a su alrededor pegándolo a mi tanto como puedo, mi pecho me duele. Quiero decirle la verdad, pero temo se rehúse a aceptarlo, que termine revelándose, o peor aún, que se convierta por mí culpa.

—Julian—la voz de Archer nos obliga a apartarnos.

Me muevo para ver a mis amigos parados a un lado, unen sus manos mostrando apoyo mutuo, dirigen su vista solo a mi ángel aun molestos conmigo.

—¿Lo encontraste?

—Esta en el restaurante del pueblo.

Mi amigo asiente, se gira emprendiendo el viaje al restaurante, Maia me mira pidiéndome que diga algo.

—Lo siento—suelto deteniéndolo, me da la espalda aun si mirarme.

Silencio.

Sabía que esto no iba a ser fácil, pero demonios me está costando tanto mostrar este lado de mí.  

—Es mejor que los dejemos solos—Maia le sugiere a mi ángel.

—Maia...—la llamo, ella niega con la cabeza, se acerca para abrazarme.—Yo no necesito perdonarte nada—susurra en mi oído.

—Vamos a estar cerca del restaurante—Julian me informa.

Asiento recordándolo.

—Él te escucha, aunque finja no hacerlo, solo no seas dura con él de nuevo—me pide Maia.

Ambos se alejan dejándonos solos. Me remuevo en mi lugar nerviosa. Nunca me imagine estar en esta posición, yo pidiéndole perdón a un demonio como Archer. No sé por dónde empezar, por lo que digo lo único que creo importante.

—En verdad lo siento.

—Ya lo dijiste, Evelyn—su tono es duro.

Mierda.

Si que está enojado.

—Yo... tenías razón—voltea un poco, mirándome de reojo, renuente a verme.—Lo que dije...estaba hablando por culpa de lo que sucedió en ese cuarto.

—¿Y qué sucedió?

Respiro hondo, bajando mis defensas para dejarlo entrar.

—Antes de matar a Peste tuvimos un intercambio de ideas, él dijo que era tarde para los mortales, no importa lo que haga, ellos morirán... cómo todos lo que he querido.

Voltea a verme al fin, con expresión relajada. Sabe a quienes me refiero, se lo conté todo.

—Eres una tonta—niega con la cabeza.

¡¿Qué!?

El maldito se atreve a insultarme.

La esquina de su labio se eleva formando una pequeña sonrisa que lucha por ocultar.

—Y tú eres un cabeza dura—refutó.

—Mandona.

—Llorón.

—Terca.

—Testarudo.

—Mentirosa.

—Cabeza hueca.

Sonríe mostrando sus dientes, asiente dándose por vencido.

—Sabes que solo te dijo eso para molestarte, te estaba golpeando con un punto débil para destruirte.

Estoy de acuerdo con él, sé que Peste solo escupía palabras para herirme, y odio que hayan funcionando. De pronto, los nervios e incomodidad que sentía se disipan rápidamente al ver a mi amigo dispuesto a escucharme.

—Y es mentira lo que dijo, yo he pasado años a tu lado y sigo aquí, contigo. No tienes que preocuparte por mí que aun te queda Archer para un buen rato.




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