El ángel de la muerte

Capítulo 37: Su llegada

—Evelyn—lo escucho susurrarme, mi cuerpo se tensa de inmediato.—Mi dulce pecado, estoy aquí.

Despierto del sueño con la piel chinita, busco a Julian a mi lado asegurandome de que sigue junto a mi, se remueve un poco en su lugar aun adormilado, trato de recupar la respiración y relajarme, pero la tierra empieza a temblar recordándome mi pesadilla. 

Julian abre los ojos de golpe buscandóme, lo miro con un nudo formandose en mi estomago. 

—Esta pasando. 

Intenta parecer calmado, pero esta igual de alterado que yo. 

—Mis hermanos ya están informados, nos ayudarán a detenerlos—asegura con mucha determinación. 

Asiento confiando en las palabras de mi ángel. Gritos desesperados se escuchan afuera de la casa, saltamos de la cama vistiendonos los más rápido posible, salimos encontrando a los humanos corriendo por todas partes, buscando refugio. Algunos miran el cielo rojo sin entender que está pasando. 

Alarmas resuenan por todas partes aturdiéndome, el calor se empieza a adueñar del lugar, las sombras disfrazadas de monstruos emergen del suelo, apoderandose de cada rincón que existe, deborando a cuanto humano se atreve a cruzar por ahí. 

—Tenemos que sacarlos de aquí—votleo hacía Julian quién inspecciona el lugar. 

No podemos sacarlos a todos estando juntos, tenemos que separarnos. 

—Julian...—la voz se me quiebra, tengo miedo, temo irme y no regresar. 

Acuna mi rostro entre sus manos obligándome a verlo. 

—Nos vemos aquí cuando teminemos, ¿de acuerdo? Los ayudamos a escapar y nos reecontramos aquí. 

Observo sus bellos ojos memorizandolos, no quiero dejarlo ir, pero sé que tengo que hacerlo. 

—Esta bien—termino de decir.

Las lágrimas se acumulan en mi ojos, me atrae a él besándome con devoción, cómo si quisiera guardar el sabor de mis labios en los suyos para siempre, respondo con la misma vehemencia, deseando que esto nunca termine, pero lo hace. 

—Te esperaré—le aseguro. 

—Sé que si—una dulce sonrisa dibuja su rostro. 

Besa mi frente antes de alejarse, en su rostro puedo ver la lucha que tiene por querer permanecer a mi lado, pero ambos sabemos que esto es lo mejor. Me giro para ayudar a los humanos que siguen gritando por ayuda, limpio mis lágrimas preparándome para la guerra. 

*_*_*_*

Los humanos corren a ciegas de los demonios que buscan poseerlos, sostengo a todos los que se me ponen en frente, repito la oración que los protegerá contra ellos, planto mi pulgar con mi símbolo de proteccion en sus frentes, que desaparece en segundos, y sigo mi camino ayudando a tantos como puedo. Cada vez son más los monstruos que me rodean, me apresuro a sanar a los heridos y repetir el proceso con cada humano que encuentro. Mi energía se esta agotando, aun así sigo con mi propósito. 

Mis ojos viajan hasta la pareja entrando a una casa, la reconozco aunque solo haya estado adentro una vez. Corro como un rayo hasta ella, entro de golpe sin importarme llamar la atención, los gritos se escuchan de inmediato, subo las escaleras siguiendo el ruido, me encuentro con dos demonios martirizando a una pareja. 

Me relajo un poco al no reconocer esos rostros, también al no ver a Maia ni Archer cerca de aquí. Me mantengo en mi lugar analizando la situación, el demonio sostiene a la mujer por el cabello arrastrandola, apartandola de su novio quién recibe golpes por parte del otro ente. 

—¡Sueltenlos!—demando con la sangre hirviéndome de coraje.

Ambos humanos están manchados con su propia sangre, o con la sangre del otro, me compadezco de ellos que aún intentar buscarse en medio de la pelea, sus miradas se enlazan diciendo lo que no pueden con palabras. 

—¿O qué?—me reta uno de esos infelices. 

Refuerza su agarre en el cabello de la mujer retorciendolo, obligandola a seguir gritando.

—Te dije que la soltaras. 

Inflijo dolor sin darle oportunidad de responderme de nuevo, su amigo se acerca para detenerme, golpeo su garganta, su pehco, luego su parte más débil. Ahora están en un cuerpo humano, el dolor es peor que siendo un simple demonio. 

Se contrae en el suelo arrugando el rostro ahora rojo de dolor, el otro se desploma en el suelo sin poder soportar más mi poder. 

Me acerco a los humanos ayudándolos a levantarse, concentro mi energía en ellos, sanando sus heridas mientras los protejo con mi símbolo para que nadie pueda poseerlos. Ambos me miran agradecidos, sosteniéndose el uno al otro. 

—Gracias—el hombre se atreve a decir aún asustado. 

—Deben irse de aquí, no es seguro...

—¿¡Qué esta pasando aquí!?—me quedo helada en mi lugar al escuchar su voz, la garganta se me cierra dificultandome respirar, aunque esperaba su llegada, no esperaba verlo de nuevo, no tan pronto. 

 

 




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