El ángel de la muerte

Capítulo 41: Padre

Vago por la calle viendo con horror mi alrededor, no puedo creer como, en segundos, el lugar tranquilo y alegre que era este pueblo ahora es un lugar lleno de caos y miedo. Vidrios de las ventanas rotas de los autos están por todo el piso, los negocios que hay cerca son asaltados y vandalizados por demonios en busca de más personas.

Me refugio del pandemónium en el único lugar dónde sé no pueden encontrarme, ni son bienvenidos. Me siento en la banca más cercana a él, cierro los ojos rezando por primera vez en mucho tiempo, pidiéndole su ayuda y su guía para detener este desastre.

Suspiro cansada de estar en medio de esta guerra, una guerra que yo misma provoque y ahora estoy pagando el precio de ello.

—Estás en medio de esto porque yo así quise que sucediera—abro los ojos al escuchar su voz, casi con un canto dulce, y fuerte para hacerse oír. Mi corazón se salta un latido al verlo parado frente a mí, rodeados de una luz blanca, mis pies tocan el agua creando pequeñas ondas. Bajo la mirada de inmediato aturdida, apenada, abrumada, avergonzada… no creí verlo de nuevo.

—Padre—murmuro con un hilo de voz.

—He estado escuchándote—dice sin rodeos.

¿Me ha estado escuchando?

No sé que decir, pensé que no le importaba, que había decidido abandonarme.

—Perdóname—es lo único que consigo decir.

Me rompo por completo ante su pesada mirada, caigo al suelo de rodillas sollozando sin control, suplicando su perdón.

—Sé que no soy digna de tu perdón, no con todos los pecados que he hecho y los problemas que te ocasioné, a ti y a mis hermanos, no después de traicionarte y dudar de ti…

—Sé lo que hiciste—me corta. —Apagaste por completo tu lado angelical, otorgándole permiso a tu parte diabólica ocupar su lugar—levanto la mirada para verlo entre mis lágrimas que nublan mi vista. —En el momento en que regresaste a la Tierra luchaste por mantenerlo así, pero como lo han hecho antes mis hijos, lograron abrir un poco esa puerta que mantuviste cerrada, hasta ahora.

Se acerca a mí bajando la mirada para verme.

—¿Por qué negaste tu mayor deseo?

¿Qué?

Frunzo el ceño sin comprender.

—Ese día en el restaurante, se presentó tu deseo, pudiste aceptarlo y obtener lo que siempre has querido—dice con un tono de dolor.

Familia.

Me fui creyendo que había perdido una cuando en realidad siempre estuvo ahí, mi padre no pudo estar conmigo todo el tiempo, pero mis hermanos y hermanas si, ellos eran mi familia.

—Solo quería un padre y una madre, quería sentir lo que los humanos sienten…

—Querías toda la atención para ti, pero sabes que no puedo hacer eso, y nunca podré—sentencia firme. —Así que te pregunto de nuevo, ¿por qué lo rechazaste?

—Porque fue lo correcto.

Puede que lo haya decepcionado una vez, pero me perdonará, después de que lo ayude a acabar con esto me perdonará—recita mis palabras. —No lo hiciste porque creíste fue lo correcto, Evelyn. Buscabas mi perdón por sobre todas las cosas.

—Lo que quiero en enmendar mis errores—explico.

Estira su mano pidiendo la mía, me ayuda a levantarme del suelo sin dificultad, sus ojos analizan los míos detenidamente.

—Enmienda tus errores, ayuda a mis hijos y regresa a casa.

Es lo último que me dice antes de desaparecer, en un abrir y cerrar de ojos estoy de nuevo sentada en el banco de la iglesia, aparto las lágrimas que caen de mis ojos, el corazón por alguna razón me pesa menos, y mi mente esta más clara que antes.

Enmienda tus errores, ayuda a mis hijos y regresa a casa.




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