Evelyn
Puedo sentir su mirada sobre mí conforme avanzamos por la calle, no necesito entrar a su cabeza para saber lo que piensa, me remuevo en mi lugar cansada de estar en la misma posición, la tensión en el aire es cada vez más pesada. Quisiera dormir un poco, pero aún no confío cien por ciento en este humano, tengo que mantenerme alerta en caso de que quiera traicionarme. No ha dicho nada desde que salimos de su casa, aunque estoy segura tiene muchas más preguntas para mí, lo confirmo cada que lo encuentro buscando mis alas como si eso confirmara que lo que vió no fue producto de su imaginación. Exhalo incómoda con su mirada.
—Quieres dejar de verme, me siento como uno de esos animales que tienen en exposiciones, me incomoda.
—Lo siento, es que esto es extraño. Esperaba ver un ángel después de muerto, no antes.
—Que te puedo decir, sorpresas que da la vida—miro el cielo oscureciendo cada vez más, llevamos horas en la calle con rumbo al infierno,
necesito cerrar los portales antes de hacer cualquier otra cosa, evitar que más demonios sigan subiendo y poseer a los humanos. Eso debilitará a Morningstar, después iré por la daga, con mi ángel.
Mi estómago revolotea dentro de mí, mi corazón se agita emocionado con la perspectiva de verlo de nuevo. No sé cuánto tiempo he permanecido muerta, solo espero que no haya sido el tiempo suficiente para que se haya olvidado de mí, me partiría el alma si ello llegará a suceder.
Ese escenario me atormenta como ningún otro, no tengo idea de lo que haré si resulta ser cierto que yo ya no formo parte de su vida.
Una lágrima se escapa de mis ojos, la aparto antes de que Joel se de cuenta. Pensar en mi ángel me pone sensible, al igual que pensar en mis amigos, Archer seguro me diría algo sarcástico como que tengo corazón de pollo en vez de rocas, Maia me abrazaría fuerte y me diría palabras de aliento. Los extraño a pesar de que solo han pasado horas para mí desde la última vez que los ví, cuento los minutos para poder volver a verlos.
—¿Sabes lo que harás cuando lleguemos?—cuestiona Joel rompiendo el silencio.
—Cerrarlo—me limito a contestar, pone los ojos en blanco.
—Me refiero a cómo lo harás.
—Fácil, usaré mi sangre para crear un símbolo que contendrá a los demonios dentro del portal mientras me encargo de cerrarlo.
—¿Lo has hecho antes?—frunce el ceño aterrorizado con la idea.
—No, la última vez que el diablo estuvo en la tierra fue cuando cayó del cielo, no había humanos, había seres del tamaño de las montañas, era otro mundo completamente diferente a este, pero con almas igual de especiales que las de ustedes. Fueron mis hermanos quienes se encargaron de regresarlo al infierno en ese entonces, la guerra terminó, pero fueron muchas vidas perdidas, los pocos seres que quedaban fueron muriendo poco a poco hasta que desaparecieron por completo. Fue después, cuando mi padre decidió darle otra oportunidad a esta tierra y los creó a ustedes al igual que a mí, para guiarlos cuando su tiempo en este mundo llegue a su fin.
—¡¿No es la primera vez que sube a la tierra?!—grita sorprendido.
—No, siempre intenta obtener una pequeña parte del paraíso que perdió cuando se rebeló y cayó, creo que intenta demostrar el poder que tiene frente a mí padre, que él también puede gobernar sobre sus tierras y ser un Dios.
El silencio se hace sepulcral de un momento a otro, vuelvo a verlo a mi lado, luce tenso.
—¿Estás bien?—quizá lo rompí con tanta información, no es bueno para los humanos que sepan tanto de nosotros, les cuesta mucho entender lo que somos, cómo trabajamos, la realidad de las cosas y su universo. Comienzan a cuestionar su vida tanto que terminan con más dudas que respuestas, después sufren de un dolor de cabeza tan fuerte que a veces terminan falleciendo.
—Lo que tratas de decirme es que los humanos estamos en extinción, que esta guerra puede terminar con toda la vida en la Tierra.
Me mantengo en silencio, dejando que él solo interprete mi falta de respuesta.
—¿Cómo estás segura que eso funcionará?—cuestiona acomodándose en su asiento.
—Porque tengo un plan.
—Un plan—bufa.–¿Qué plan? Si se puede saber.
—No, no puedes saberlo—nadie puede saber lo que tengo en mente.
Me mira de reojo negando con la cabeza.
—¿Cómo terminaste aquí?
—Haces demasiadas preguntas.
—No todos los días aparece el ángel de la muerte en tu casa para decirte que el mundo va a desaparecer, creo que eso amerita hacer muchas preguntas.
Exhalo llenándome de paciencia.
—Puedes preguntar, aunque puedes no obtener una respuesta.