Evelyn
Fue difícil tomar esta decisión, no sé lo que voy a encontrar al otro lado de la puerta o si quiera verme después de cómo terminaron las cosas, pero no puedo continuar sin mi daga, se me está complicando controlar a los demonios, no puedo seguir atrapandolos en símbolos, no tengo la suficiente sangre, necesito deshacerme de ellos de una manera más rápida, con eso también puedo liberar las almas atormentadas.
Un nudo se forma en la boca de mi estómago, mi corazón se agita con vehemencia en mi pecho, las manos me sudan incontrolablemente, estoy muy nerviosa de verlo de nuevo.
—¿Quién vive aquí?—cuestiona Joel mirando la casa por la ventana, dudo pueda ver algo con la cortina cerrada.
—Alguien importante para mí—me limito a contestar.
Julian debe tener el arma, solo él es capaz de cuidarla bajo estás circunstancias. Sé que es estúpudo de mí tener miedo por su reacción cuando hay cosas mucho más importantes en este momento, pero el recuerdo de su mirada me persigue constantemente atormentándome. No hay nada que me haya lastimado más que sus palabras y su cara de decepción. Quizá no quiera volver a verme, a lo mejor sigue odiándome y rechace estar cerca de mí, pero me ayudará, estoy segura.
—¿Vas a tocar o…?—presiona mi nuevo compañero.
Avanzo con duda hasta la puerta, tocó sin mucha convicción, los latidos de mi corazón se aceleran, trago con dureza, los segundos se vuelven largos minutos.
—No creo que haya nadie adentro—dice Joel.
No puedo irme, no sin mi arma. Vuelvo a tocar con insistencia. Nada. Retrocedo dispuesta a romper la puerta, no doy ni un paso cuando la tierra se mueve bajo nuestros pies desestabilizandonos.
¿Qué mierda?
Las nubes que pintan el cielo de rojo se mueven en círculos, truenos reverban por todo el lugar, la tierra se abre lanzando lava hirviendo hasta el cielo.
—¡¿Qué es eso?!—Joel abre los ojos de sobremanera, aterrado.
Primero una mano, después otra empujando su enorme cuerpo hasta la superficie. Los cuernos son lo primero en salir, después su rostro de calavera emerge del inframundo, irradia por los huecos de sus huesos el fuego del infierno.
—Gigantes caídos—murmuro.
No entiendo cómo diablos están subiendo, yo cerré las puertas, solo me faltaba una, y esa no tiene el suficiente poder para lograr que suban.
—Tenemos que irnos.
Julian no está, no sé dónde se metió, pero no podemos quedarnos aquí, el gigante nos comerá si llega a vernos. Joel se queda congelado contempla al gigante naciendo de la tierra.
—¡Joel!—grito agitando sus hombros para sacarlo de su estupor.—Tenemos que irnos.
Asiente consternado. Corremos por las calles alejándonos del ser que ruge con vigor alertando a todos de su presencia. Pedazos de tierra vuelan por el aire cayendo cerca de nosotros, amenazando en caernos encima en cualquier momento, tengo que sostener a Joel del brazo guiando el camino ya que le cuesta mantener el ritmo.
Buscamos refugio detrás de unas casas donde el gigante no puede vernos. Es lento, la gravedad de este lugar le dificulta moverse con la facilidad que tenía en el infierno, pero no por eso deja de ser menos letal y peligroso. Seguro más de sus hermanos están subiendo para atemorizar a los humanos en otro lugar del mundo.
—¿Cómo planeas deshacerte de este?—Joel pregunta jadeante.
No tengo ni puta idea. Todo se me está complicando, cada vez entiendo menos lo que me sucede, no tengo mi daga y para acabar Julian desapareció. Necesito a mis hermanos, solo ellos pueden ayudarme en este momento.
—Haremos una visita sorpresa.
—¿Otra?—se queja temiendo salir de nuestro escondite.
Guío el mejor camino hasta su casa, esta vez no toco la puerta, la abro de un golpe tirándola al suelo, me adentro en ella buscando algún signo de Miguel. Una figura sale de su escondite al verme llegar.
—Mi ángel guardián—sonríe Ian.—Estamos a salvo, mi ángel de la guarda llegó.