Evelyn
—No podemos hacer eso—discute Daniel.
—De nada nos sirve salvar a los humanos si la plaga sigue viva, volverán a atacarlos tan pronto se libren del demonio que los posee.
—Tiene razón—secunda Joel.
—Creo que no podemos perder la esperanza en mis hermanos—discute el padrecito, me abstengo de poner los ojos en blanco.
—No estoy diciendo que nos rindamos, estoy diciendo que como cualquier virus hay que atacar primero el problema, luego nos preocupamos por la recuperación.
—Apoyo a Evelyn—Ian da un paso adelante.
—Yo igual—su padre secunda.
—Somos tres—Joel no duda en apoyarme.
—Cuatro—dice Gustavo sorprendiéndome.
—Esto no es una democracia, y para las decisiones el que debe tomarlas es Miguel—dictamina Ingrid negada a seguir escuchando lo que yo digo.
Todos volteamos a ver al arcángel en la cabecera de la mesa analizando cada propuesta dicha.
—Evelyn tiene razón.
Una sonrisa invade mi rostro, pensé que después de nuestra pelea no me apoyaría más. Ingrid lo mira sorprendida por su decisión, niega claramente en desacuerdo.
—Con Lucifer muerto los demás caerán como dominós, sin su poder se volverán más débiles—continuo.
—O nos atacan peor al saber que su líder ha muerto—vuelve a hablar Ingrid terminando con mi paciencia.
—Tenemos que…
Un fuerte golpe nos alerta a todos, Miguel y yo somos los primeros en movernos hasta la habitación dónde se escuchó el golpe. Caminamos en silencio hasta el cuarto de Julian, preparándonos para atacar. Unos gruñidos y golpes llegan desde adentro, después sollozos descontrolados.
¿¡Qué mierda!?
Ambos abrimos la puerta encontrando a un hombre con sus puños en alto listo para luchar, mi corazón se salta varios latidos al encontrar a ese demonio que tanto extrañaba ver.
—¿Archer?—susurro sin poder creerlo.
Mi amigo me mira hecho un desastre, hay sangre por todo su cuerpo, lágrimas bañan su rostro, tiene heridas que seguro tardarán varios días en sanar, mis ojos se nublan al verlo así, derrotado, triste, perdido… No se parece nada al demonio que conocía.
Sin esperarlo, en dos pasos está frente a mí sosteniéndome con fuerza de los hombros, lastimándome.
—¿Por qué lo hiciste Evelyn?—recrimina furioso.—¿Por qué la traicionaste?
—¿A quién?—este no es el reencuentro que imaginé que tendríamos cuando lo viera de nuevo.
—Eve…—Miguel me llama parado a un lado de la cama donde reposa un cuerpo igual de sangrante y herido que Archer. Todo dentro de mí se detiene haciéndome palidecer y arder de dolor.
—¿Julian?—murmuro en un hilo de voz.
Mi ángel está gravemente golpeado, la piel abierta en su espalda evidencia lo que le hicieron, sangre resbala por su espalda dónde deberían estar sus alas.
—¿Qué hiciste Evelyn?—ahora es mi hermano quién me mira con furia.
—¿Yo?—no, yo no le pude hacer esto a Julian, todo menos esto. Verlo así me provoca un caos de culpa y remordimiento, nunca imaginé verlo sin aquellas alas que forman parte de él arrancadas. Esto es lo peor que le puede pasar a un ángel, que le arrebaten la posibilidad de regresar al cielo, que le nublen la comunicación con nuestro padre, que sus poderes dejen de funcionar y sanar…
—¿A dónde fuiste?—Miguel me enfrenta molesto.
—¿Qué?
—¿¡Qué hiciste cuando te fuiste de la casa!?—avanza hacía mí esperando una respuesta.
—Cerré las puertas como me lo pediste.
—¿Y qué más?
—Nada más—no entiendo porqué su molestia conmigo.
—¡Qué más!—insiste.
—¡Nada más!—no entiendo por qué se está comportando así, como si supiera algo que no se atreve a decirme.—¿Por qué te importa tanto? ¿Por qué esta insistencia en saber lo que hice?
Niega mudo.
¿Él sabe que Morningstar me estuvo manipulando? No, él me lo hubiera dicho.
—¡Habla, Miguel!
—No tenemos tiempo para esto.
—¡Dime qué carajos está pasando y porque desconfias tanto de mí! ¡Porque aún estando contigo me tratas como una mentirosa y traidora, cuando sabes que sigo aquí intentando ayudarlos!
—No. Eso no lo sé. Lo que sí sé es que no pudo confiar en que no nos atacarás de nuevo, no tengo idea si en cualquier momento volverás a darnos la espalda para volver con él.
—Les pedí perdón por eso y no lo he vuelto a hacer.
—Yo no estaría tan seguro.
Me siento en una especie de dejá vú, la pelea que tuve con él antes de abandonar el cielo me genera un desazón en la boca del estómago. No tolero ya más estas indirectas, si tiene algo que decirme que me lo diga de una maldita vez.
—¡Habla claro, Miguel!