Alexander estaba cubierto bajo las sábanas de su cama cuando sonó la alarma del reloj de mesa, justo a las once de la noche. Abrió los ojos con pocas ganas y dudó de aquel sonido, no podía ser ya la hora, sentía que acababa de acostarse.
Tardó quince minutos en ponerse de pie, estaba cansado y sin ganas de salir, pero tenía que hacerlo.
Se dirigió hasta el baño, se despojó de su vestimenta y abrió el grifo de agua fría en contra de su voluntad, una ducha de agua helada era la manera más rápida de despertarse.
Cinco minutos después salió tiritando del frío. Comenzó a buscar su toalla con desesperación, no tardó mucho en darse cuenta de que debido al sueño no la había llevado con él.
Un cuarto de hora más tarde, se encontraba bien despierto sentado en una de las sillas altas que había en la cocina. Vestido con un traje elegante de color negro y corbata a juego comía apresurado unas galletas con queso, mientras fijaba su vista en el gran reloj de la pared.
Lavó el plato vacío con velocidad, mientras que sostenía una galleta en la boca, y lo guardó después de secarlo con un paño pequeño.
Tomó el par de llaves que estaban junto a la puerta y salió de su apartamento. Corrió hacia el ascensor al tiempo que masticaba la galleta.
Una vez en el estacionamiento del edificio, se dirigió hasta su auto, era de último modelo, muy brillante y de color negro.
Alexander conducía casi sin pisar el freno, solo al encontrarse frente al semáforo se detenía y se dedicaba a mirar su reloj con impaciencia.
No tardó en llegar a su destino, y una sonrisa asomó en sus labios al observar que había una fila interminable de personas esperando por entrar. Se bajó del vehículo y saludó a los guardias de seguridad, quienes lo dejaron entrar sin hacerle preguntas.
El club se encontraba repleto de personas; la mayoría de ellas bailaban al ritmo de la música ensordecedora, a simple vista, todos parecían disfrutar, por lo que se quedó un instante contemplando con emoción. No pasó ni un minuto, pronto distinguió un rostro familiar que caminaba hacia él, radiante de alegría.
—¡Amigo mío! ¡Pensé que no vendrías, ya me iba a empezar a preocupar! Hace unos minutos te estaba llamando —dijo James, un joven moreno y de la misma estatura de Alexander. Abrió los brazos y le abrazó con fuerza.
—James, me estás asfixiando —respondió forzando la voz—. ¡No tenías de qué preocuparte, eres mi mejor amigo, no te defraudaría! —agregó más tranquilo, luego de que su amigo lo liberara del abrazo—. ¡Extravié mi celular, debe estar en alguna parte, en fin, perdón por llegar tarde, estaba agotado!
—¡¿Estabas trabajando?! ¡Es sábado! —exclamó su amigo, colocó un brazo sobre su hombro derecho y comenzó a dirigirlo a un lugar.
—¡Es ese proyecto, la presentación es el lunes!
—¡¿Tan pronto ya?! —preguntó James con un gran gesto de sorpresa—. ¡Bueno! — dijo después de que Alexander asintiera con la cabeza—. Olvídalo por un momento, ¡observa el éxito que tenemos en nuestra primera noche! ¡No hubiera podido hacer esto sin ti, no me gustan los bancos! ¡Será el mejor club de Manhattan! —agregó con voz muy fuerte, mientras señalaba el lugar con su brazo libre.
—¡Ya lo creo! ¡¿A dónde vamos?! —preguntó Alexander que se sentía desorientado entre tanta gente y la música tan alta.
—¡Te presentaré a unas nuevas amigas, son muy hermosas! ¡Seguro te fijarás en al menos una de ellas!
—¡Sabes que no salgo con nadie! —reprochó.—¡¿Quién dijo que tienes que salir con alguna de ellas!? ¡Es solo para que te diviertas! ¡Te conozco bien, ni que se estuviera acabando el mundo tendrías una cita!
Ambos rieron, aunque sonaba exagerado, no parecía estar lejos de la realidad. Alexander era un hombre muy atractivo, de piel clara, cabello negro, ojos verdes, y poseía una sonrisa encantadora y natural que derretía a las mujeres con facilidad, aunque contaba con veintinueve años, nunca había estado con una mujer durante más de una noche.
Unos segundos más tarde, ambos se sentaron en uno de los dos sillones con forma de semicírculo que rodeaban una mesa, allí los esperaban varias mujeres que vestían atuendos muy llamativos. Pronto, todas fijaron su atención en Alexander, lo observaban con deseo, le coqueteaban y sonreían; algunas, más atrevidas, se excedían con los movimientos clásicos de coqueteo.
Alexander vio que James se marchaba sin decir nada, pero pronto regresó, esta vez venía acompañado de un joven rubio que llevaba una bandeja vacía.
—¡Alex, damas, él es John, será su mesero por esta noche! —explicó, continuaba radiante de felicidad—. ¡John, por favor, trae muchas bebidas! —James parecía dispuesto a marcharse de nuevo, antes de hacerlo se acercó a Alexander y se inclinó para hablarle al oído. —Diviértete, amigo, son todas tuyas.
Alexander no se quejó, agradeció los tragos y se dispuso a disfrutar de la noche.
Se entretuvo como nunca, bebió, bailó y conversó unos minutos con unos amigos que tenía en común con James y que habían asistido a la muy esperada inauguración. Pudo separar su mente del trabajo, justo lo que necesitaba, olvidar todo por un momento. Hacía semanas que no salía a divertirse.
Las horas pasaron sin que se diera cuenta, ya era bien entrada la madrugada, a duras penas lograba mantenerse de pie. Pidió a un trabajador del club que lo llevara en su auto hasta su apartamento, le pagaría un taxi de vuelta, no estaba en condiciones de conducir.